Hace cincuenta días celebrábamos la Pascua; en un
abrir y cerrar de ojos estamos delante de la solemnidad de Pentecostés. Terminamos
el tiempo Pascual. Pensar en el Espíritu Santo es decirle: "¡Ven!".
Entonces el Espíritu es invasor. Él no tiene rostro, pero todos sus nombres nos
dicen que es invasión: fuego, agua, espíritu, respiración, viento. Desde que
viene, actúa. La Escritura está llena de él, pero no habla de él: dice lo que
hace. Él está en los comienzos, es el Espíritu de lo que ha de nacer y el
Espíritu de los primeros pasos[1].
En Pentecostés hizo que la iglesia saliera a la calle[2]
y desde aquella mañana es la fuerza de
la partida, de la marcha hacia delante. Es también la audacia de hablar, de
insistir, de crear. Y es el huésped interior, el que nos guía a las profundidades
que sin él quedarían sin explorar. Él nos arranca de lo superficial, nos hace
vivir en donde se unen las raíces y donde manan las fuentes[3], es quien nos acompaña en el camino y nos guía a la verdad
completa, como una brújula, como una veleta[4].
Es gracias al Espíritu que podemos seguir caminando. El evangelio de hoy nos
habla de este poder de transformación inmediata y total que puede
hacer con nosotros lo mismo que hizo con aquellos hombres que tenían tanto
miedo en la misma tarde misma de la resurrección. Digamos
"¡Ven!", y es que ¡Invocamos tan poco al Espíritu! ¿Por miedo a comprometernos?
Si digo "¡Ven!", ¿hasta dónde me llevará? Quizás ante los tribunales:
“Cuando os entreguen a los tribunales, no os preocupéis por lo que vais a
decir; será el Espíritu de vuestro Padre quien hable por vuestro medio”[5].
Sí: invocar al Espíritu puede llevar muy lejos, como llevó a los primeros cristianos,
y a los mártires y a las vírgenes, y a los confesores, y a todos los que se han
dejado encender por él. ¿Y nosotros? Digámosle "¡Ven!", pero no para
asegurar una vida tranquila, sino para dar el paso de amor y valentía que el
nombre de Cristo nos pide [6]
• AE
[1] Cfr. Gen 1,
2.
[2] Hech 2, 9.
[3] Cfr. Jn 4,
5-42.
[4] Id., 16, 13.
[5] Mt 10, 19-20
[6] Cfr. A. Seve, El Evangelio de los Domingos, Ed. Verbo
Divino, Estella (Navarra), 1984, p. 226 ss.
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