El evangelio de éste domingo, el sexto en el tiempo
de Pascua, es el discurso de despedida de Jesús centrado en el regalo de la paz, de una paz proviene de
él, la única auténtica y duradera; la paz como la da el mundo por
lo general no es más que un armisticio precario o incluso una guerra fría. Es
en medio de ésta paz que los apóstoles deben dejar marchar a su Maestro, y además deben hacerlo con alegría. Hoy los cristianos -y en nuestro caso los católicos- hemos de ser un
ejemplo de paz en medio de un mundo que no la tiene, superando con amor y perdón problemas y tensiones; lo podremos lograr bajo la guía del
Espíritu Santo, en la oración y en la obediencia a sus designios. Ya en vida de
los apóstoles la Iglesia naciente tuvo qué luchar para lograr una convivencia
pacífica entre el pueblo elegido, que poseía una revelación divina milenaria, y
los paganos que empezaban a incorporarse a la Iglesia y que en realidad no
aportaban nada de su tradición. Conseguir una convivencia verdaderamente
pacífica exigía renuncias por ambas partes, y las decisiones de los apóstoles fueron muy concretas, y no fáciles de entender: los paganos no tenían necesidad de seguir importantes
costumbres judías, por ejemplo la circuncisión; pero en contrapartida debían
hacer algunas concesiones a los judíos en lo referente a ciertos usos
alimentarios[1].Estos compromisos, que quizá hoy pueden parecernos extraños, eran
entonces de palpitante actualidad, y debemos tomar ejemplo de ellos para todo
aquello a lo que nosotros hemos de renunciar necesariamente aquí y ahora para
que entre las diversas tendencias de la Iglesia reine la verdadera paz de
Cristo, y no nos contentemos con un simple armisticio. Nunca un partido tendrá
toda la razón y el otro ninguna. Hay que escucharse mutuamente en la paz del Señor, meditar en las razones de la parte contraria, no absolutizar las propias y permitir el diálogo y la sana discusión. Esto puede exigir verdaderas renuncias
hoy como ayer, pero solamente si aceptamos estas renuncias encontraremos la paz
de Cristo, la auténtica, la que realmente calma el corazón[2]
• AE
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