W. Blake, Judas Betray Him (1803),
tinta, acuarela y carbón sobre papel, Tate Museum (Londres)
...
El Jueves Santo es el día de las dos entregas, el día
de los dos besos. Una es la entrega de Judas. La traición y el beso hipócrita, detrás
hay unas monedas, un dinero, unas ganancias. La otra entrega es la de Jesús: él
no vende a nadie; se da él mismo; él no busca el interés, ni el dinero, ni la
ganancia, sino la vida para sus amigos, el testimonio que les dará fuerza y
ánimo para seguir sus pasos, la ratificación, con su carne y su sangre de que
sus palabras no son sólo palabras, ni utopías, ni ilusiones, sino realidades
tan auténticas y tan serias que, por ellas, se puede pagar un precio tan caro
como el dar la propia vida. Y así, en ese gesto de amor que se teje sobre el
pan y el vino Jesús se queda para siempre, para que nunca nos sintamos solos ni
desamparados en medio del duro combate de la vida. Frente a uno que vende –que
le vende a él por unas pocas monedas- Jesús se da; se quiere quedar para
siempre con los suyos y de hecho se queda. Vender o darse; el interés o el
ofrecimiento; esa es la gran disyuntiva con la que nos enfrentamos todos los días;
necesitamos saber cuál de los dos papeles queremos representar. Aquí no hay
gris. O es blanco o es negro. ¿En lugar de quién nos ponemos? ¿Estamos del lado
del encarcelado, del drogadicto, de la madre soltera, del homosexual, de la prostituta?
¿Miramos con compasión al inmigrante, al que espera asilo político? Si ante la
imagen de Jesús dándose a los hombres que vemos hoy en el evangelio no nos
tomamos en serio nuestra conversión, si ante este Jesús que se entrega somos
incapaces de ponernos en su lugar, habrá que pensar que nuestro corazón se ha endurecido.
Porque el evangelio de hoy no es una parábola más, o un milagro más, o una reflexión,
es Jesús mismo dándose a los hombres y dejándonos bien claro lo que espera de
nosotros –cristianos- al marcharse • AE
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