Taller de Rogier van der Weyden, Cristo se aparece a
su Madre, (s. XV),
óleo sobre madera, National Gallery (Londres).
...
Este es el día que hizo el Señor! Así canta llena de
gozo la liturgia de la Iglesia en la mañana de Pascua[1].
Este es el día de triunfo, de gloria, de promesas cumplidas. Es Domingo de
Pascua, es el día que hizo el Señor, es el día de los cristianos. Este día irrumpe
sin que nada ni nadie pueda detenerlo para que, como decía San Pablo, no seamos
los más miserables de los hombres ni sea vana nuestra fe[2].
El sepulcro vacío, sin cadáver, es una llamada a la esperanza, porque el Dios
cristiano no es un Dios de muertos, sino de vivos[3],
es un Dios que nos quiere felices que quiere que los hombres seamos hombres de
verdad, capaces de comprender a los demás, de compartir con todos la alegría y
el dolor, la escasez y la abundancia, los proyectos y las decepciones; un Dios
que quiere que vivamos en una libertad porque Él murió y vivió precisamente
para que seamos libres, con una libertad como nada ni nadie puede darnos, fundamentada
en la verdad[4].
Triste es el espectáculo de un cristianismo duro, aburrido, intolerante y hasta
cruel que tanta veces hemos dado. Hoy es un día de buenas y alegres noticias,
de esas que tanto necesita el mundo; hoy es el día para recordar que Él camina
con nosotros en el día a día. ¡Este es el día que hizo el Señor! Un día que no
se termina cuando terminamos de cantar el Gloria y el Aleluya en la liturgia, un
día que se repite domingo tras domingo, un día que nos llama a ser testigos. Sí:
testigos. La resurrección necesitó de ellos en su momento; los necesita hoy
también: los cristianos. Cristianos alegres y entusiasmados que dan su mejor
esfuerzo y su mejor testimonio. Y no olvidemos a María. Si el mundo tiene
esperanza, es porque una mujer dijo sí. El fiat
de María nos trajo la redención, la esperanza gozosa de que nada está perdido,
que Jesucristo vive para siempre[5]
• AE
[1] Cfr. Salmo 117.
[2] Cfr. 1 Cor
15, 14.
[3] Cfr. Lc 20,
38.
[4] Cfr. Jn 10,
10.
[5]
Ana M. Cortés, Dabar
1993, n. 24.
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