Domingo de Ramos de la Pasión del Señor (2019. Ciclo C)


Pedro de Campaña, El Descendimiento (Sevilla, hacia 1570), 
óleo sobre madera de roble, Museo Nacional del Prado (Madrid).
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La cruz del Señor está presente con toda su crudeza en la celebración del Domingo de Ramos. El relato de la Pasión es sobrecogedor -y profundamente reparador- si lo escuchamos con un corazón dispuesto y sencillo. La Cruz es signo de contradicción, de duda, de fracaso. Aparentemente es el hundimiento de Jesús en el reino de la muerte. Pero para el  creyente, aquella muerte es la señal luminosa de vida, de entrega, de victoria. ¡Aquí tenemos el  verdadero rostro de Dios! Desde la cruz de Cristo, Dios es compañero del hombre hasta la  muerte. No es ya un Dios impasible, que contempla de lejos nuestras tragedias y que nada  quiere hacer para aliviar nuestros sufrimientos. Por la Cruz de Cristo, se nos revela que  Dios está siempre a nuestro lado, que calla y acepta sufrir hasta el final toda amargura, que vence la violencia con el amor y el perdón, que vence la misma muerte. Cuando busquemos hallar el verdadero rostro de Dios, debemos mirar al Hijo clavado en la cruz quizá así podamos comprender un poco mejor (¡menos superficialmente!) hasta qué punto nos ama Dios. Hoy celebramos que Jesús haya tenido la valentía de entrar en Jerusalén, sabiendo la muerte que allí le esperaba.  Hoy celebramos que hemos sido salvados por sus heridas y por su muerte.  Hoy celebramos que por la cruz, Jesús restituye al amor su fuerza creadora. Hoy celebramos que con la Pasión del Señor se derrama la plenitud de la  misericordia. Hay un hombre que ha sido siempre y totalmente fiel. Incluso en el momento del  abandono supremo de la muerte. Hoy celebramos que no hay pecado capaz de excluir de este amor[1]. Cristo pagó por nosotros: él es el Redentor del hombre! ¡Sólo en Él se encuentra el modelo y el camino de la fidelidad a Dios! Dejemos que este domingo de Ramos la Pasión del Señor empape nuestros corazones a veces tan secos, tan llenos de aridez, y que ahí, en sus llagas santas, encontremos ese consuelo que a veces nuestra alma busca con tanta ansiedad. Ahí, en el costado abierto del salvador, está el buen refugio y la paz, ¡Señor, dentro de tus llagas escóndenos! [2] • AE




[1] Cfr. Joan E. Vives, Misa Dominical 1981, n. 8.
[2] Oración Alma de Cristo, tradicionalmente atribuida a San Ignacio de Loyola. 

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