La cuaresma, que inicia con la imposición de las cenizas
el día de hoy, tiene una enorme riqueza fundada en la Palabra de Dios. Enfrentarse
con las tentaciones, ponerse en camino, buscar el agua viva, curar de nuestra
ceguera, resucitar. Todos éstos serán los momentos más bonitos del camino. La cuaresma es una llamada alegre a la santidad, y esto
exige por lo menos una vez al año un balance de salud espiritual, una revisión
de vida que, llevándonos hasta lo más profundo de nuestro ser, nos lleve hasta
Dios.
Señor Jesús,
no sólo me he alejado de ti,
sino de mí.
Tráeme a mí,
para que pueda llegar hasta ti.
Hazme conocer mis tinieblas
para que busque tu luz.
Hoy todo nos invita a reconocer nuestra debilidad. Cuánta distancia hay entre nosotros y el Evangelio, entre nosotros y la vida
de fidelidad, entregada totalmente, de Jesús. Hoy, si volvemos la mirada sobre
nosotros mismos, sobre nuestra manera de vivir, de actuar, brotarán desde lo
más hondo de nuestro corazón las palabras del salmo: “Misericordia, Dios mío,
por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa; lava del todo mi
delito, limpia mi pecado” Hoy se nos invita a ser sinceros con
nosotros mismos. Si nos ponemos ante Dios no podremos gloriamos de nada.
¡Cuánto nos dominan nuestros deseos y nuestros intereses! ¡Cuántas ganas
tenemos de imponer nuestro criterio y nuestra voluntad! ¡Qué poca capacidad de
renuncia –de dinero, de tiempo, de tranquilidad- para el servicio a los demás!
¡Qué poco nos esforzamos por comprender a los que no son o piensan como
nosotros! ¡Cuán poco presente tenemos a Dios en nuestras vidas! Si queremos, si estamos abiertos, hoy puede ser un buen día para dar el primer paso de ese camino, largo pero alegre, cuesta arriba en algún momento pero fructuoso, Dios es compañero de camino • AE
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