Las palabras del Señor éste domingo, el último antes
de iniciar el tiempo de Cuaresma, nos ponen delante de un asunto cotidiano y
que requiere atención: vemos fácilmente los defectos ajenos y por el contrario somos
miopes para ver los propios. Aun más. Podríamos decir que a Jesús no le
interesa tanto la ponderación de si lo que yo tengo en mi ojo es una viga o una
mota, mayor o menor que la que hay existe en el ojo del hermano, Jesús afirma que en
realidad lo que hay que hacer es sacar primero la viga del propio ojo, porque
«entonces verás claro y podrás sacar la mota del ajeno». Inútiles son pues las comparaciones
entre vigas y motas, lo que importa es entender cómo nos podemos ayudar los
unos a los otros para que nuestros ojos y nuestro corazón sean más claros, más
bondadosos y estén más en la verdad. De alguna manera llegamos a la bienaventuranza
de los limpios de corazón, la que habla de los que saben ver la verdad y la
autenticidad que existen en los demás y en uno mismo. Es por eso que el Señor
habla de la bondad que se almacena en el corazón. Para Jesús el problema no
está en la vista, ni en la boca que expresa lo que ven los ojos; sino en el
corazón. En la primera de las lecturas de hoy se habla de lo importante que es
en el hombre razonar y hablar; para Jesús lo esencial es el buen sentir, el
buen amar. Este es el gran reto que nos plantea el evangelio de hoy, y la
invitación es a imitar a un Dios que ama al hombre siempre, por encima y más
allá de sus méritos y de sus estrepitosas caídas; a reparar nuestro corazón a veces tan
marcado por los complejos, las envidias y ese profundo deseo de autoafirmación. Karl Rahner, en uno de sus mejores textos, dice algo así
como: «Mira, Señor, ahí está el otro, con el que no me entiendo. Él te
pertenece; tú le has creado. Si tú no le has querido así, al menos le has
dejado ser como es. Mira, Dios mío, si tú le soportas, le quiero yo aguantar y
soportar, como tú me soportas y aguantas»[1].
Hoy podríamos pedir al Señor que nos vaya cambiando el corazón, que nos lo vaya
haciendo «bueno del todo», justo como el suyo[2].
Quizá entonces y solo entonces podríamos ver con amor la mota o la viga, la
verdad del hermano • AE
[1] Karl Rahner S.J. (1904 –1984) fue uno de los teólogos católicos más importantes del siglo XX. Su teología
influyó al Segundo Concilio Vaticano. Su obra Fundamentos de la fe cristiana (Grundkurs des Glaubens), escrita hacia
el final de su vida, es su trabajo más desarrollado y sistemático, la mayor
parte del cual fue publicado en forma de ensayos teológicos. Rahner había
trabajado junto a Yves Congar, Henri de Lubac y Marie-Dominique Chenu, teólogos
asociados a una escuela de pensamiento emergente denominada Nouvelle Théologie.
[2] J. Gafo, Dios a la vista.
Homilías ciclo C, Madrid, 1994, p. 227 ss.
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