Un Dios hecho carne, hermano y amigo (El Bautismo del Señor, 2019, Ciclo C)



Con la muerte de los últimos profetas se había extendido en el judaísmo la idea de que el pecado de Israel había alejado el Espíritu de Dios de los suyos[1]. Dios se calla y el pueblo sufre su silencio. Los cielos permanecen cerrados e impenetrables. Los hombres caminan tristes a través de una tierra sin horizontes. La escena del Bautismo de Jesús, narrada por los cuatro evangelios, es una noticia realmente revolucionaria para los primeros creyentes[2]. El cielo se abre y el Espíritu de Dios desciende de nuevo sobre los hombres. Esto fue lo que celebramos en los días de Navidad, que Dios verdaderamente está con nosotros, que no tenemos al dios frío de la razón, ni el dios distante del puro misterio, sino un Dios hecho carne, hermano y amigo[3]. Esta solidaridad de Dios con los hombres pone el cimiento más profundo que podemos concebir a la solidaridad y fraternidad entre los hombres, y la esperanza más viva que puede alimentar la tierra. Por eso las luces y estrellas de Navidad no hacen sino iluminar con más fuerza la contradicción en que a veces vivimos los cristianos, encerrados en nuestro propio egoísmo, alejados de un Dios Padre y extraños a los que no viven para nuestros intereses ¡Qué fácil es cantar villancicos en un hogar caliente y después de una buena cena, y qué difícil vivir compartiendo lo que uno es y tiene con ese Jesús de carne que son los jodidos de la tierra, aquellos que no reportan valor alguno! La Navidad deberíamos celebrarla no con copas de champán sino alimentando nuestra alegría interior y nuestra esperanza en la cercanía de un Dios que está presente en nuestro vivir diario, no viviendo sin límite y en los excesos de nuestra sociedad tan consumista sino aprendiendo a compartir con sencillez los gozos y sufrimientos de los que están alrededor. Podremos celebrar la Navidad muchas veces en los días y meses siguientes -hasta la nochebuena próxima- siempre que dejamos nacer a Dios en nuestra vida y siempre que bautizamos nuestro diario vivir con el mismo Espíritu que animó a Jesús a vivir su vida y a darla por los demás • AE


[1] Cuando el profeta Malaquías dio fin a sus escritos aproximadamente en el año 450 a. de C., no se volvió a oír una auténtica voz profética durante 500 años. A ese periodo se lo conoce como el periodo Inter testamentario: el lapso de tiempo que transcurre entre las dispensaciones del Antiguo y del Nuevo Testamento
[2] Mt 3, 13-17; Mc 1, 9-11; Lc 3, 21-22; Jn 1, 31-34.
[3] Jn 1, 14.

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