Qué
puede significar aquella frase de María: "No tienen vino?". En los
evangelios hay expresiones paralelas a ésta: "Ya no nos queda aceite, y
nuestras lámparas se apagan"[1],
es la misma situación de apuro y de imprevisión, también en una fiesta de
bodas; o la de los discípulos en el desierto: "No tienen suficiente pan[2].
En el evangelio de hoy, allí donde se esperaba que la plenitud del amor, de la
fiesta nupcial con una felicidad
plena, resulta que de golpe falla la previsión humana, se agotan los
recursos, la prudencia escasea y se produce una situación embarazosa que
funciona como una trampa: el hombre y la mujer se ven incapaces, sin saber qué
hacer. Ese hombre y esa mujer, como todos, se sienten llamados al amor, sienten que es una vocación de la que no
pueden prescindir y, sin embargo, experimentan límites, miserias, incapacidades. La vida es así. Nuestras
reservas de amor, de paciencia, nuestras provisiones de vino, de aceite, de
pan, ¿son suficientemente consistentes como para durar toda una vida? Probablemente no. Cuántas
veces se repite el grito: "¡Ya no tengo ganas, mi lámpara se apaga!"
Y esto vale para toda vocación que entrañe opciones de unidad, de servicio
prolongado y sacrificado. Y quizá tengamos cerca una persona como María, que lo
dice porque ya se ha dado cuenta: "No tienen vino". No aguantamos
más. Siempre hay una solución. La Eucaristía, el más grande de los sacramentos, porque es Jesús mismo, es la transformación del agua en vino, de la fragilidad del
hombre en vigor y en sabor. Es el don del Espíritu, el único que nos da la
certidumbre de ser capaces de amar. La Eucaristía es la fuerza que alimenta
toda forma de amor que crea unidad: el amor que crea unidad en el noviazgo, el
amor que crea unidad en la vida matrimonial, el amor que crea unidad en la
comunidad, en la Iglesia, en la sociedad. La Eucaristía es la manifestación de
la potente gloria de Dios[3]. Los que nos encontramos en el camino de la vida sin vino, quizá sólo con una provisión de agua
incolora, inodora e insípida, necesitamos frecuentemente de la plenitud del Espíritu que no transforme el corazón y la mente. Sólo así podremos vivir con un tipo de amor que
no sea únicamente entusiasmo, primer proyecto, primeras experiencias, sino
fuerza duradera para toda la vida. Este domingo, el segundo dentro del Tiempo Ordinario, la Eucaristía se nos presenta como la presencia de Aquel -Jesús- que atrayéndolo todo hacia sí desde la cruz, nos da un amor que perdura, que alimenta, que sacia, que no traiciona. Nunca • AE
[1] Mt 25, 8.
[2] Jn 6, 1 ss.
[3]
Cfr. Cardenal Carlo Maria Martini, Se me dirigió la
Palabra, Ed. Paulinas, 1990, p. 92 ss.
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