En vísperas de la Nochebuena la liturgia nos pone a la Santísima Virgen María
en el hermosísimo pasaje de su visita a Isabel, la madre de Juan, y en ese
pasaje encontramos la disponibilidad de María, su entrega por los demás. Llena
de la presencia de un mesías que viene a servir, corre a ayudar: encuentra tiempo,
sale de su programa y de su horario, recorre distancias y va a pasar unos meses
con ella. No es egoísta. No se encierra
en sí misma a rumiar gozosamente su alegría. ¿No es exactamente la actitud de
Cristo, que viene a entregarse por los demás? ¿No es también la actitud de un
cristiano y de la comunidad entera: que no sólo crezca en su fe cara a Cristo,
sino que esta fe se traduzca en una caridad de entrega por los más necesitados
de nuestra ayuda? Precisamente porque Ella ha experimentado la cercanía y el
favor de Dios, hemos de aprender de Ella a "visitar" a los demás. La Virgen
Santísima anuncia la buena noticia de la salvación. Esta es la misión de la
Iglesia y de cada cristiano: llevar a Cristo, anunciar la noticia palpitante
-hecha testimonio de vida en nosotros- de que Dios es el Dios-con-nosotros. Si
nosotros celebramos al Dios que nace en Navidad, es para darlo también a los demás: a los hijos, a los padres, a los hermanos, a la sociedad
que nos rodea, a la comunidad religiosa a la que pertenecemos. María Santísima es símbolo
de una Iglesia que quiere ser apóstol y testigo de Cristo en el mundo de hoy.
Celebramos que Dios es el Dios-con-nosotros. Y la consecuencia es doble: que
nosotros queremos ser nosotros-con-Dios, pero también nosotros-con-los-demás •
AE
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