Celebramos en esta fiesta la asombrosa cercanía de
lo humano y lo divino, tal como se dio en esta mujer sencilla, la doncella de Nazaret,
en su vientre, y en todo su
espíritu. Dios se entrañó en María,
y María quedó impregnada para siempre de Dios. A la vez que la madre alimentaba
al hijo que llevaba en las entrañas, estaba siendo ella alimentada por el
Espíritu del propio Hijo. María preparaba al hijo un vestido de carne, pero el
hijo le bordaba a ella un vestido de divinidad. Hoy contemplamos el misterio de
la simbiosis entre Dios y ella; simbiosis progresiva que no dura sólo nueve meses
sino toda su vida. María fue madre de Dios por los meses de gestación y
lactancia y porque con el paso de los años, mientras guardaba las cosas en su
corazón, se iba ella alimentando de la palabra y del Espíritu de su Hijo[1].
Y como todos y cada uno de los misterios de la Virgen, también éste es motivo
de esperanza para nosotros. La maternidad divina de María no es gracia
exclusiva, sino gracia para todos en la Iglesia. También nosotros podemos llegar
a esa misteriosa cercanía y simbiosis con Dios, a una relación profunda con Él.
Lo dijo el mismo Jesús en el evangelio: «Mi madre y mis hermanos son los que
oyen la palabra de Dios y la hacen»[2].
La invitación de hoy, primer día del año es a tomar la decisión de empezar una relación profunda con Dios,
a escuchar y acoger su Palabra, a hacerla crecer con las obras y a pesar de las
caídas; a poner delante de él los frutos que vayan madurando en el árbol de
nuestra vida, dejando todo nuestro ser a su disposición y servicio, como la Virgen Santísima. Y que María, la hermosísima Theotokos[3], la Madre de Dios, nos enseñe a vivir cercanos a Él •
[1] Cfr Lc 2,
19.
[2] Lc 8, 21.
[3] Theotokos (en griego
antiguo, Θεοτόκος, en latín, Deīpara
o Deī genetrix) es una palabra griega
que significa Madre de Dios (literalmente, 'la que dio a luz a Dios'). Su
equivalente en español, vía latín, es Deípara.
Theotokos es el título que la Iglesia cristiana temprana le dio a María en
referencia a su maternidad divina, título que se definió dogmáticamente en el
Concilio de Éfeso de 431.
No hay comentarios:
Publicar un comentario