Después de que el hombre y la mujer comieron del
fruto del árbol prohibido, el Señor Dios llamó al hombre y le preguntó:
"¿Dónde estás?" Éste le respondió: "Oí tus pasos en el jardín;
tuve miedo, porque estoy desnudo, y me escondí". Así comienza el relato
del libro del Génesis en la primera de las lecturas en esta solemnidad de la
Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María. Dios aparece y el hombre no
se deja encontrar y diera la impresión de que tampoco desea mucho el diálogo.
El resto de la historia la conocemos muy bien, sin embargo y para nuestra
fortuna, existe una criatura que se deja encontrar y que responde a aquella
primera y comprometida pregunta que aún resuena en el aire. Esa criatura es María, la Virgen madre de
Dios. "Yo soy la esclava del
Señor; cúmplase en mi lo que me has dicho"[1].
Dios encontró a alguien que dijo sí con todo su ser, una criatura dispuesta a
recibir, antes incluso que a dar. Una criatura libre de preocupaciones
egoístas, vaciada de sí misma, que ha desterrado el orgullo, repudiado el amor
propio, y se ha convertido en pura acogida. No es una criatura vacía, sino una
criatura que ha sabido hacer el vacío. María es aquella que ha permitido a Dios
hacer. Muchas veces nos obsesionamos por saber lo que debemos hacer delante de
Dios. La Virgen entendió que lo primero que debe hacer un creyente es dejar
hacer a Dios; dejarse hacer por él, ser tomada por él, abandonarse al poder de
su Espíritu. El final de la conversación entre la Virgen y el ángel no es un
final, digamos, especialmente alegre. En todo caso es uno fatigoso y
comprometido inicio. María queda sola. Ya no habrá ninguna comunicación
extraordinaria. Ningún mensaje que le dé garantías y elimine las dudas. Debe
hacer el camino con la ayuda de la propia fe, como nosotros, y no con la
asistencia especial del ángel. Muchos por
qué habrá en la vida de la Virgen. Y deberá llegar a la luz a través de las
tinieblas más espesas, no a través de las respuestas más aseguradoras. El ángel
cumplió su misión y terminó de hablar. De ahora en adelante la Virgen tendrá
que preguntar a los aconteceres de cada día para saber algo. Como todos nosotros.
El abandono confiado llega antes que el razonamiento. La acogida precede a la
investigación. Se conoce el camino recorriéndolo. Se encuentra la verdad haciéndola.
Que la Virgen María nos conceda ésta tarde responder con prontitud y con amor a
las preguntas que nos hace Dios, a buscarlo con todo el corazón, y a ser
obedientes, como lo fue ella • AE[2].
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