Qué debemos hacer?" le pregunta la gente al
Bautista. Son hombres y mujeres que se atreven a enfrentarse a su propia verdad
y están dispuestos a transformar sus vidas. A nuestro alrededor hoy también se
escuchan llamadas al cambio y a la conversión, pero la realidad es que seguimos
caminando tranquilos, sin siquiera cuestionarnos nuestra propia conducta. Naturalmente,
la conversión es imposible cuando se la da ya por supuesta. Se diría que en algún
momento nuestra fe católica se volvió una religión cultural, incapaz de
provocar una transformación y una orientación nueva de nuestra existencia, lo
digo al menos al ver el panorama a mi alrededor (los Estados
Unidos). Nos preocupan las «fórmulas
de fe» del catecismo pero nos distraemos ante las exigencias de conversión que nos
exige el evangelio. A mi personalmente me sorprende la capacidad que tenemos
para acomodarlo y sobre todo edulcorarlo. Hoy, el tercer domingo de Adviento, es un buen
momento para escuchar no solo la voz del Bautista, sino también la voz lúcida
de quienes cuestionan ciertos fenómenos de fervor religioso que parecen
conmover hoy a las multitudes pero sin lograr una conversión real a la solidaridad. Son voces incómodas, necesarios. Las grandes preguntas que
hoy podríamos hacernos son, por ejemplo: Cuando estoy solo ¿hablo con Dios?;
cuando nadie me está viendo, ¿Cargo la cruz con serenidad e incluso alegría? ¿Pienso
en los pobres, en los jodidos, en los que nadie quiere, o termino sacándoles la
vuelta? De otra forma ¿Qué sentido podría tener acudir domingo a domingo a la celebración
Eucaristía y no poner en práctica el evangelio? «Quien tenga dos túnicas, que
dé una al que no tiene ninguna, y quien tenga comida, que haga lo mismo
(…) No cobren más de lo establecido
(…) No extorsionen a nadie, ni denuncien a nadie falsamente, sino conténtense
con su salario» • AE
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