El
evangelio de éste domingo es una breve y muy sencilla introducción a una de las ideas más originales y geniales de
la fe y el pensamiento judeo-cristianos: su concepción de la historia. El pensamiento griego presentaba la historia como un círculo cerrado –una especie de espiral- que se
repetía sin cesar una y otra vez y que hacía de la vida del hombre un simple
vivir, dejando simplemente pasar el tiempo. El cristianismo en cambio presenta
la historia como una línea que siempre va hacia el futuro, y que debe alcanzar
una meta. Así, desde la concepción cristiana, el ser humano es alguien que ha de
responsabilizarse personalmente de su presencia en el mundo, y de tomar en
serio la marcha de los acontecimientos. Nuestra fe cristiana no es ni el opio
del pueblo (K. Marx) ni un sinsentido, ni tampoco una mera contemplación
estética, sino la fuerza interior que nos lleva comprometernos en la
marcha de las cosas que hacen posible que la vida del hombre en esta tierra
vaya acercándose a esa situación ideal que Jesús presentó como el Reino de
Dios, ese lugar donde hay justicia,
fraternidad, libertad, etc. La parábola de la higuera que el Señor menciona
como de pasada, como sin detenerse mucho, es n realidad una maravillosa y muy pedagógica invitación a estar atentos, sin
sueño, a observar con cuidado, a estar preparados, a interpretar los
signos de los tiempos. Cuando las ramas de la higuera se ponen tiernas y brotan las yemas, se
sabe que la primavera está cerca, pero que aún no ha comenzado. La palabra cerca es clave; los signos de los
tiempos no anuncian el fin del mundo, sino la cercanía del fin para cualquier
generación de ayer, de hoy y de mañana [1].
Nos vamos acercando poco a poco al final del año litúrgico, y el evangelio de
éste domingo no puede ser –no es, de hecho- una palabra de amenaza, de temor o de miedo;
ni un momento de tremendismos ni catastrofismos;
se trata de una palabra de esperanza, de
ilusión, de alegría ¡de motivación para trabajar por el Reino de Dios
que el propio Jesús nos asegura que no pasará! Jesús triunfará, sí, pero nada
dice de ahorrarnos la lucha para conquistar ese triunfo. Al final, lo
conseguiremos. ¿Cuándo sucederá? Cuando nosotros queramos, cuando vivamos
al estilo de Jesús, según las bienaventuranzas. Ese día se demostrará que sus
palabras no han pasado; mientras tanto no podemos olvidar que el calendario
está en nuestras manos, que el tiempo va pasando y que aún tenemos mucho por hacer • AE
[1]
A. Luis Martínez, Semanario Iglesia en camino, Archidiócesis de
Mérida-Badajoz (España), n. 230, Año V, 16 de noviembre de 1997.
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