Aquella
buena mujer,
la
de las dos moneditas
tiene
cosas exquisitas
que
yo las quiero aprender.
Violeta
humilde, escondida,
nadie
nunca la miró,
pero
Jesús que la vio,
pensó
en su madre querida.
Los
ricos echaban mucho
con
visible ostentación,
Jesús
que ve el corazón
dijo:
Mujer, yo te escucho.
Dos
moneditas tan solo
puso
ella en la alcancía,
mas
era cuanto tenía,
tesorito
en alveolo.
Los
ojos humedecidos
del
Señor al verla así,
- oh
Jesús, dulce Rabí –
de
amor quedaron ungidos.
Y
llamó al punto a los suyos,
que
aprendieran la lección
y
vieran en la visión
flores
de Dios y capullos.
Mirad
a la pobre viuda,
ved
y oled esa violeta,
que
piensa humilde y discreta:
Dios
es Padre y siempre ayuda.
Ved
que todo su caudal
al
Creador lo ha ofrecido,
que
Dios ha de ser su nido
en
la pobreza total.
No
piensa que sea el templo,
guarida
de malhechores,
“que
es del Dios de mis amores
y es
eso lo que contemplo”.
Jesús
la vio, pensativo,
y al
pensar ¡cómo la amaba!,
porque
en ella Dios estaba
y
allí se veía al vivo.
Jesús
la calificó
como
la más dadivosa;
era
el fulgor de una rosa
que
con nada se quedó.
¿Qué
quieres y estás pidiendo,
mi
Jesús, que yo presente,
lo
que a ti más te contente
de
todo mi ajuar y atuendo?
Sin
palabras una voz
dentro
del pecho surgía,
cual
susurro y melodía;
era
suave, no era atroz.
Yo
quiero verte feliz,
porque
tuviste el encuentro,
feliz
por fuera y por dentro,
feliz
desde tu raíz.
Puedes
darme el mundo entero,
y
hacer sonar tus monedas,
que
por dentro igual te quedas
si
no me das lo que quiero.
Yo
busco humildad violeta,
busco
el amor de una esposa
que
sus cuidados reposa
cuando
al mirarme se aquieta.
Cielo
y tierra yo he creado
con
todo lo que atesora,
mas
en el cosmos no mora
lo
que en ti he depositado.
Amor
yo busco, mi amor
-
por decírtelo a lo humano -,
amor,
mi divino arcano,
yo
que he sido el sembrador.
El
amor nos diviniza
porque
es la chispa de fuego
chispa
de Dios que te entrego;
y lo
demás es ceniza.
Quedarse
por Él sin nada
es
decir ¡Cuánto te quiero!,
que
no vale el mundo entero
lo
que vale tu mirada.
No
tengo nada, Señor,
ni
nada quiero tener
porque
todo quiero ser
eco
de ti, mi Amador.
Silencio,
silencio puro,
silencio
de comunión;
yo
te doy mi adoración…,
¡silencio,
que estoy seguro! Amén.
P.
Rufino Mª Grández, ofmcap,
5
noviembre 2009.
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