La alegría del amor en el Amor (XXVII Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo B)



Cuál es nuestra actitud frente a los amigos y familiares a quienes se les rompió en mil pedazos su primera unión matrimonial y hoy viven en una nueva relación a la que llamamos irregular? ¡Pocos temas tan escabrosos y tan difíciles de tratar; tanto como caminar sobre un alambre delgadísimo y con montón de distracciones! #pájarosenelalambre Son muchos los cristianos que por una parte creen en lo que la Iglesia enseña sobre la indisolubilidad del matrimonio pero, por otra, intuyen que al mismo tiempo el evangelio les pide adoptar ante estas parejas una actitud que no se puede reducir a una condena fácil. Quizá el primer paso sea  entender con más serenidad la posición de la Iglesia ante el divorcio y ver con claridad que la defensa de la doctrina eclesiástica sobre el matrimonio no ha de impedir nunca una postura de comprensión, acogida y ayuda. Las tres cosas. Cuando la Iglesia defiende la indisolubilidad del matrimonio fundamentalmente quiere decir que, aunque unos esposos hayan encontrado en una segunda unión un amor estable, fiel y fecundo, este nuevo amor no puede ser aceptado en la comunidad cristiana como signo y sacramento del amor indefectible de Cristo a los hombres. Pero esto no significa que necesariamente hayamos de considerar como negativo todo lo que los divorciados viven en esa unión no sacramental, sin que podamos encontrar nada positivo o evangélico en sus vidas. Los cristianos no podemos rechazar ni marginar a esas parejas, víctimas muchas veces de situaciones enormemente dolorosas, que están sufriendo o han sufrido una de las experiencias más amargas que pueden darse: la destrucción de un amor que realmente existió. ¿Quiénes somos nosotros para considerarlos indignos de nuestra acogida y nuestra comprensión? ¿Podemos adoptar una postura de rechazo sobre todo hacia aquellos que, después de una trayectoria difícil y compleja, se encuentran hoy en una situación de la que difícilmente pueden salir sin grave daño para otra persona y para unos hijos? Las palabras de Jesús: Lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre nos invitan a defender sin ambigüedad la exigencia de fidelidad que se encierra en el matrimonio. Pero esas mismas palabras, ¿no nos invitan también de alguna manera a no introducir una separación y una marginación de esos hermanos y hermanas que sufren las consecuencias de un primer fracaso matrimonial?[1] El Santo Padre Francisco en la exhortación apostólica postsinodal Amoirs Laetitia, nos recuerda: «la Iglesia debe tener un especial cuidado para comprender, consolar, integrar, evitando imponerles una serie de normas como si fueran una roca, con lo cual se consigue el efecto de hacer que se sientan juzgadas y abandonadas precisamente por esa Madre que está llamada a acercarles la misericordia de Dios. De ese modo, en lugar de ofrecer la fuerza sanadora de la gracia y la luz del Evangelio, algunos quieren «adoctrinarlo», convertirlo en «piedras muertas para lanzarlas contra los demás»[2]Vamos a pensarlo hoy en algun momento del día, en la presencia del Señor, e invocando con sencillez la luz del Espíritu de Dios • AE




[1] J. A. Pagola, Buenas Noticias, Navarra 1985, p. 233 ss.
[2] n. 49. El texto completo puede leerse aqui: 
http://w2.vatican.va/content/francesco/es/apost_exhortations/documents/papa-francesco_esortazione-ap_20160319_amoris-laetitia.html#Situaci%C3%B3n_actual_de_la_familia


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