Cuál
es nuestra actitud frente a los amigos y familiares a quienes se les rompió en
mil pedazos su primera unión matrimonial y hoy viven en una nueva
relación a la que llamamos irregular? ¡Pocos
temas tan escabrosos y tan difíciles de tratar; tanto como caminar sobre un alambre delgadísimo y con montón de distracciones! #pájarosenelalambre Son muchos los cristianos que por una parte creen en lo que la
Iglesia enseña sobre la indisolubilidad del matrimonio pero, por otra, intuyen
que al mismo tiempo el evangelio les pide adoptar ante estas parejas una
actitud que no se puede reducir a una condena fácil. Quizá el primer paso sea entender con más serenidad la posición
de la Iglesia ante el divorcio y ver con claridad que la defensa de la doctrina
eclesiástica sobre el matrimonio no ha de impedir nunca una postura de
comprensión, acogida y ayuda. Las tres cosas. Cuando la Iglesia defiende la
indisolubilidad del matrimonio fundamentalmente quiere
decir que, aunque unos esposos hayan encontrado en una segunda unión un amor
estable, fiel y fecundo, este nuevo amor no puede ser aceptado en la comunidad
cristiana como signo y sacramento del amor indefectible de Cristo a los
hombres. Pero esto no significa que necesariamente hayamos de considerar como
negativo todo lo que los divorciados viven en esa unión no sacramental, sin que
podamos encontrar nada positivo o evangélico en sus vidas. Los cristianos no
podemos rechazar ni marginar a esas parejas, víctimas muchas veces de
situaciones enormemente dolorosas, que están sufriendo o han sufrido una de las
experiencias más amargas que pueden darse: la destrucción de un amor que
realmente existió. ¿Quiénes somos nosotros para considerarlos indignos de
nuestra acogida y nuestra comprensión? ¿Podemos adoptar una postura de rechazo
sobre todo hacia aquellos que, después de una trayectoria difícil y compleja,
se encuentran hoy en una situación de la que difícilmente pueden salir sin
grave daño para otra persona y para unos hijos? Las palabras de Jesús: Lo que
Dios ha unido, no lo separe el hombre nos invitan a defender sin ambigüedad la
exigencia de fidelidad que se encierra en el matrimonio. Pero esas mismas
palabras, ¿no nos invitan también de alguna manera a no introducir una
separación y una marginación de esos hermanos y hermanas que sufren las
consecuencias de un primer fracaso matrimonial?[1] El Santo Padre Francisco en la exhortación apostólica postsinodal Amoirs Laetitia, nos recuerda: «la Iglesia debe tener un especial cuidado para comprender, consolar,
integrar, evitando imponerles una serie de normas como si fueran una roca, con
lo cual se consigue el efecto de hacer que se sientan juzgadas y abandonadas
precisamente por esa Madre que está llamada a acercarles la misericordia de
Dios. De ese modo, en lugar de ofrecer la fuerza sanadora de la gracia y la luz
del Evangelio, algunos quieren «adoctrinarlo», convertirlo en «piedras muertas
para lanzarlas contra los demás»[2]. Vamos a pensarlo hoy en algun momento del día, en la presencia del Señor, e
invocando con sencillez la luz del Espíritu de Dios • AE
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