No era de los nuestros", se titulaba una novela
de Cadellans. "No es de los nuestros", es el origen de guetos,
discriminaciones e intolerancias, de fascismos y de opresión. Es el signo de
una absurda y destructora soberbia humana, por la que el hombre pretende ocupar
el lugar de Dios y da por condenado a quien no se somete a sus pautas, no bebe
de su espíritu o no se acomoda a su saber y entender. "No es de los
nuestros" es un veneno que mata poco a poco. El Señor vino a reunir a los
hijos de Dios que estaban dispersos y quizá sus discípulos estamos dispersando
a los hijos de Dios que la Fe congrega. Moisés, lo entendió bien “¿Quién soy yo para controlar y
manipular el Espíritu? ¡Ojala todo el pueblo recibiera el Espíritu del Señor y
profetizara!” La clave es Jesús, y no un hombre sabio, carismático u
organizador(1).
El auténtico hombre de Dios es abierto, generoso, de ideas amplias. No se
empecina solamente en lo suyo –si bien lo considera auténtico-, sino que es
capaz de valorar cuanto hay de auténtico en los demás; no se ahoga en nombres y
etiquetas –católico, cristiano, ortodoxo-, sino que trata de descubrir el
espíritu que está por dentro de la cosa. Si el Espíritu de Dios tiene tal
generosidad, no pretendamos encerrarlo en un esquema determinado. Nosotros, por
ejemplo, tenemos una forma occidental de comprender a Dios y a Jesucristo; pero
reconozcamos que puede haber formas asiáticas, africanas o americanas. De la
misma manera, otras filosofías y religiones pueden aportarnos mucho para
comprender no sólo el sentido de la vida, sino hasta el mismo espíritu del Evangelio.
Dios no es propiedad privada de los cristianos; Él está por encima de nuestras
categorías y divisiones. Su amor rebasa nuestros estrechos límites y conceptos.
Su manera de obrar es más eficaz que nuestros calculados métodos. Hoy podríamos
pedirle al Señor en nuestra conversación con Él que nos regale un corazón
suficientemente grande para alegrarnos de que se haga el bien y de que
prosperen las iniciativas buenas, aunque no se nos hayan ocurrido a nosotros,
aplaudir los éxitos de los demás, y reconocer que no siempre tenemos nosotros
toda la razón. Siguiendo el ejemplo de aquel Juan el Bautista, el Precursor,
que tuvo como lema: "Que él crezca y yo disminuya" • AE
[1] M. Flamarique Valerdi, Escrutad las Escrituras. Reflexiones sobre
el Ciclo B, Ed. Desclee de Brouwer, Bilbao 1990, p. 163 y ss.
No hay comentarios:
Publicar un comentario