Elías es uno de los grandes
profetas de Israel pero antes que eso es un hombre de carne y hueso que vive momentos difíciles, tantos y tan perturbadores que llega un momento en pide a Dios
la muerte, su vida ya no tiene sentido. Este cansancio del profeta que
escuchamos en la primera de las lecturas de este domingo bien podría describir situaciones por las
que a veces atravesamos los creyentes. El camino de la fe es arduo y a veces
insoportable. ¿Qué sacamos con ser creyentes? ¿Para qué sirve la fe? ¿qué hemos
conseguido los cristianos después de dos mil años? ¿No parece que vamos hacia
atrás? En el desierto de la soledad, en el desierto de la desolación se puede
escuchar la voz de Dios. Un ángel despierta al profeta y le invita a comer y
beber, porque el camino es superior a sus fuerzas. Elías recupera las fuerzas
con aquel elemental alimento, pan y agua, pero sobre todo recuerda el ánimo
tras el consuelo de Dios. Cuarenta días caminará por el desierto, es decir, toda
la vida, hasta llegar al monte de Dios. Los creyentes tampoco podemos recorrer
toda la vida sin la ayuda de Dios. Creer nos resulta casi evidente en
ocasiones, pero en otras nuestra fe se estrella en las dificultades de la vida.
A veces tenemos la impresión de que creer implica una desventaja respecto de
los no creyentes. Nosotros tenemos la vida más complicada, más difícil. Y a
veces volvemos la espalda a nuestra responsabilidad y tenemos la dura impresión
de que Dios está mudo, ausente. ¿Cómo perseverar en la fe? ¿Cómo traducir
nuestra fe en circunstancias difíciles? Este episodio nos ayuda a entender el
mensaje del evangelio, que hemos proclamado y escuchado. Jesús es el pan que
baja del cielo, es el maná del éxodo, el pan elemental de Elías, pero es mucho
más. Porque el maná y el pan eran símbolos. Así como el hombre recobra las
fuerzas por el alimento, así el creyente recupera el ánimo por toda palabra que
procede de la boca de Dios. Así superó Jesús la tentación en el desierto. Y así
podemos vencer el desaliento los creyentes. El pan que yo daré, dice Jesús, es
mi carne para la vida del mundo. Todo este discurso que hemos ido durante
varios domingos termina con éste anuncio de la eucaristía que resume el
misterio de la vida de Jesús que, por obediencia al Padre, se entrega a la
muerte para poner de manifiesto la resurrección y la vida eterna. Por eso la
eucaristía es, lo proclamamos solemnemente todas las veces, "el sacramento
de nuestra fe". Porque en la eucaristía expresamos y celebramos nuestra
fe, que es confianza en la promesa de Dios. Y porque la eucaristía deviene así
el alimento que reanima y sostiene a los creyentes en la fe • AE
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