Poco a poco va terminando el tiempo gozoso de la Pascua. Este domingo
celebramos la Ascensión del Señor; queda una semana de oración para preparar e
invocar al Espíritu Santo a quien celebraremos en próximo domingo, en Pentecostés.
San Marcos, que es siempre muy sobrio, narra la Ascensión de Jesús de manera
muy sencilla: “ascendió al cielo y se sentó a la derecha de Dios”. No dice más.
No hay drama, no hay pasión, nada emoción; se trata de una frase desnuda y
fáctica. En realidad la poesía y la belleza de la Ascensión la encontramos más
y mejor en el arte que en la vida cotidiana en la que, al mismo tiempo, experimentamos
una doble tensión: por una parte está la ley de la gravedad que nos mantiene
clavados en la tierra y por el otro tenemos el deseo de eternidad, el de unirnos
con ese Dios que nos creó y nos llama a estar con él. Dicho de otra forma: no fuimos
creados para hundirnos en la nada sino para ascender, descansar y ser
plenamente felices en Dios. No sé si a su derecha o a su izquierda, pero sí con
Él y en Él. Celebrar la Ascensión de Jesús no es celebrar una despedida, una
ausencia. Jesús no tiene que volver, siempre está presente, presente en la
Palabra, presente en los sacramentos, presente en la asamblea que formamos y
presente en cualquier gesto de amor. Celebrar la Ascensión no es inaugurar un
nuevo local, en un lugar imaginario, en una galaxia aún no descubierta. La
Ascensión es una nueva manera de existir, es vivir una nueva relación. La vida
aquí y la vida después de este aquí, para Jesús y para nosotros, es más rica y
más valiosa por la nueva relación que estrenamos con Dios. Mientras vivimos
tenemos la sensación de vivir unas relaciones virtuales con Dios que parecen no
llenarnos del todo. En la Ascensión termina lo virtual y comienza lo verdadero,
lo real. Celebrar la Ascensión es celebrar la Resurrección de Cristo que es
victoria sobre la muerte, muerte compartida ya desde nuestro bautismo. Los
discípulos se despidieron de Jesús, pero no se olvidaron de su Maestro, no
guardaron en un álbum sus recuerdos, no se encerraron a llorar su ausencia,
sino que, guiados por el Espíritu, proclamaron el Evangelio por todas partes.
Como más tarde dirá Pablo: Todo lo he llenado
del Evangelio de Cristo. La Iglesia entera, los seguidores de Jesús, los
que celebramos su Ascensión a la derecha de Dios, somos como embajadores: hemos
recibido la misión de continuar su tarea, somos portadores de la Buena Noticia,
sobre todo del perdón y del amor. Yo no sé cómo se asciende, pero sí sé cómo se
desciende, cómo perdemos de vista la meta y cómo cortamos esa relación con Dios
nuestro Padre: a través del pecado y del egoísmo. Buena cosa es pues no mirar al
cielo, sino mirar hacia adentro, hacia nuestro corazón donde esta ese deseo de estar
unidos siempre con Dios • AE
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