Juventud, busqueda y muerte (V Domingo de Cuaresma. Ciclo B).



El Señor habla en el evangelio de éste domingo de morir y nosotros, hombres y mujeres contemporáneos y en la era de la globalización no sabe qué hacer exactamente con ella, con la muerte. La ignoramos, preferimos no hablar de ella ni no pronunciar el nombre de las enfermedades incurables. La hemos convertido en un tabú que ha sustituido al antiguo tabú sexual. A los niños se les explica con lujo de detalle todo sobre el origen maravilloso de la vida, pero nadie se atreve a iniciarlos al misterio de la muerte. Son muchos los padres que, ante el niño que pregunta a donde se ha ido el abuelo, sienten el mismo malestar o mayor que antes, cuando preguntaban de donde venían los niños al mundo. Grandes son los esfuerzos que hacemos por retrasar la muerte, ignorarla y vivir apartando de nosotros todo lo que nos puede recordar su cercanía. Todos deseamos  parecer jóvenes, fuertes, agresivos e invulnerables, seguimos cual Ponce de León en búsqueda de la fuente de la eterna juventud, y en ésa búsqueda –a veces frenética- olvidamos lo que somos: seres débiles, vulnerables y mortales. Y hay algo más: nos decimos cristianos porque admiramos el evangelio y veneramos a Jesucristo ¡pero no esperamos con la resurrección! ¿No es todo esto síntoma de un grave empobrecimiento y signo de una profunda ingenuidad? Si nuestra vida es insatisfactoria, no es porque sea corta sino porque nunca podrá satisfacer nuestras aspiraciones más profundas. Podemos prolongar esta vida, y humanizarla, y hacerla siempre mejor y todo eso es muy bueno, pero ¡ay! sólo con ello no alcanzamos la vida que anhelamos[1]. Sólo desde el realismo profundo de nuestra condición mortal y desde la necesidad sentida de salvación, podemos escuchar con fe la promesa de Jesucristo: Yo soy la Resurrección y la Vida: el que cree en mí, aunque muera, vivirá. Quizás, para entender estas palabras, necesitamos antes que nada, dejar a un lado autoengaños, liberarnos de nuestra ingenuidad y recordar aquello que decía Dorothee Sölle: “El hombre no vive sólo de pan, muere también de sólo pan” •AE



[1] J.A. Pagola, Buenas Noticias, Navarra 1985, p. 162 ss.


Ilustración: El jardín de las delicias es una de las obras más conocidas del pintor holandés Hieronimus Bosch (el Bosco). Se trata de un tríptico pintado al óleo sobre tabla de 220 x 389 cm, compuesto de una tabla central de 220 x 195 cm y dos laterales de 220 x 97 cada una (pintadas en sus dos lados) que se pueden cerrar sobre aquella. Actualmente se conserva en el Museo del Prado (Madrid).


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