vuélvete:
mira desde el cielo, fíjate,
ven a visitar tu viña,
la cepa que tu diestra plantó
y que tú hiciste vigorosa
(Salmo 79)
Siento alegría, Señor, al ver que puedo dirigirme a ti hoy con las
mismas palabras que tú inspiraste en otras edades; que puedo rezar por tu
Iglesia la oración que el salmista rezó por tu pueblo cuando tu palabra se
hacía Escritura y cada poeta era un profeta. Conozco la imagen de la vid y los
sarmientos y el muro alrededor y la destrucción del muro y su restauración a
cuenta tuya para protegerla. Me veo a mí mismo en cada palabra, en cada
sentimiento, y rezo hoy por tu vid con palabras que han sonado en tus oídos desde
el día en que tu pueblo comenzó a llamarse tu pueblo. La vid, los pámpanos, las
montañas, la cerca. Destrucción y ruina; y el hombre a quien escogiste y
fortaleciste. Términos de ayer para realidades de hoy. Tú inspiraste esa
oración, Señor, y tú la preservaste en la Escritura para que yo pudiera
presentártela hoy con nuevo fervor en palabras añejas. Te complaces en oír esas
palabras, tuyas por su edad y mías en su urgencia; y si te complaces en oírlas,
es porque quieres hacer lo que en ellas dices y quieres que yo te vuelva a
decir. Con esa confianza rezo, y disfruto al rezar en unión de siglos con
palabras de otro tiempo y vivencias del mío. Bendita continuidad del pueblo de
Dios que sigue en peregrinación por el desierto del mundo[1].
No hay comentarios:
Publicar un comentario