Dichoso tú, Simón, iluminado,
que nadie
te lo dijo;
que solo
Dios, mi Padre, por amor,
te abrió mi
intimidad como Él lo quiso.
Que no es
Filosofía conocerme,
ni alto
raciocinio;
que no es
conquista, afán de pensadores,
ni creación
del fondo de mí mismo.
Que Dios es
gracia y toque de amadores
al corazón
de un niño;
que Dios es
humildad y encarnación,
y en ese
rumbo corre su camino.
Que Dios es
la inmanencia de quien ora
amante y
compungido;
mi Dios es
su visita, su caricia,
su ternura
en mi pecho, adormecido.
Que Dios es
su silencio rumoroso
al par de
mi latido,
el eco de si
mismo redoblado
que suena y
suena cuando yo me olvido.
Dichoso tú,
Simón, que me enalteces,
y me has
llamado el Hijo;
la Iglesia
se sustenta en esa fe
tan frágil
y tan fuerte por los siglos.
¡Jesús, el
encontrado y confesado,
que habitas
en lo íntimo,
impera y
resplandece, Dios excelso,
y abrásanos
en el candor divino! Amén •
P. Rufino
Mª Grández, ofmcap.
Puebla, 18 agosto 2011.
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