E. Hopper,
People in the sun (1960), óleo sobre tela,
Smithsonian
American Art Museum (Washington)
...
Porque mi yugo es suave y mi
carga ligera[1]. El yugo del Señor no es como el que soportaron los judíos, un yugo que ni nuestros padres ni nosotros
pudimos sobrellevar[2].
La carga de Jesús no es como la de los fariseos que atan cargas pesadas y las echan a las espaldas de la gente, pero ellos
ni con el dedo quieren moverlas[3].
Tampoco es como la carga que nos echan encima nuestros vicios y pecados: «Contempla
a un hombre cargado con el peso de la avaricia; mira a otro que suda, respira
con dificultad y sufre sed bajo el mismo peso y que con su fatiga añade peso al
peso... ¿No es pesada la avaricia? ¿Por qué te despierta del sueño la misma que
en ocasiones no te deja dormir? (…) La pereza te dice: «duerme"; la
avaricia: «levántate". La pereza: «no sufras el frío del día"; la
avaricia: «soporta incluso las tempestades del mar...»[4]. El
yugo del Señor no esclaviza y la carga del Señor no destroza. Mi yugo es suave y mi carga ligera.
¿Dónde ponemos el acento, en el sustantivo o en el adjetivo? ¿Lo importante es
que es yugo, aunque suave; que es carga, aunque ligera? ¿O al revés: que es
suave, aunque yugo; que es ligera, aunque carga? El Señor nos ofrece alivio y
descanso. Quiere quitarnos fatigas y agobios y ofrecernos liberación, suavidad y
ligereza. Y es que Dios no ha venido a derrumbarnos, sino a levantarnos; no
quiere que perezcamos como esclavos, sino que vivamos libres y en plenitud. Lo
nuevo, pues, de Cristo no es el yugo, sino la libertad; no es la carga, sino el
alivio. Cada domingo, con la Eucaristía, Jesús convoca a los cansados y
agobiados y ahí, en el altar, nos promete un alivio eficaz, un alivio que no es
una medicina o un alimento o una droga, en realidad se trata de un alivio que
es otro yugo y otra carga, y es que el Señor pone en la misma línea la carga,
el yugo y el aprended de mí. Son conceptos unidos, que mutuamente se explican y
se integran. Es como si dijera: mi carga y mi yugo es precisamente que aprendas
de mí, que escuches mi palabra y aprendas a descansar. Y es que somos algo
mucho más importante que nuestro trabajo, oficio, o profesión. Somos seres humanos
hechos para vivir, amar, reír, y relacionarnos con Dios. Descansar es también
reconciliarnos con Él y con la vida, es
disfrutar de manera sencilla y entrañable del regalo de la existencia. Hacer la
paz en nuestro corazón. Limpiar nuestra alma. Reencontrarnos con lo mejor de
nosotros mismos • AE
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