Secularizada.
Fría. Profundamente interesada en las cosas materiales. Así es la sociedad en la que
vivimos. Ciertamente hay muchos cristianos que (nos) dan testimonio de
espiritualidad y servicio desinteresado a los demás, pero el mundo gira en una
espiral de materialismo que pareciera no tener fin. Y de la Iglesia ¿Podríamos
decir casi lo mismo? ¿Por qué no salen oleadas de alegría de nuestras asambleas
eucarísticas; por qué es que casi nos matamos a bostezos en ellas? Las
bienaventuranzas que escuchamos en el evangelio de este domingo –el cuarto del
Tiempo Ordinario- quizá nos ayuden a entender cuáles son los rasgos
fundamentales del cristiano[1]. Y es que no es posible proponer el evangelio de
cualquier forma. Las ideas y propuestas de Jesús solo se difunden desde actitudes
evangélicas. Así las bienaventuranzas nos indican el espíritu que ha de
inspirar la actuación de la Iglesia mientras peregrina hacia el Padre. Las
hemos de escuchar en actitud de conversión personal y comunitaria. Ambas. Solo
así hemos de caminar hacia el futuro. Dichosa la Iglesia pobre de espíritu y de
corazón sencillo, que actúa sin prepotencia ni arrogancia, sin riquezas ni
esplendor, sostenida por la autoridad humilde de Jesús. De ella es el reino de
Dios. Dichosa la Iglesia que llora con los que lloran y sufre al ser despojada
de privilegios y poder, pues podrá compartir mejor la suerte de los perdedores
y también el destino de Jesús. Un día será consolada por Dios. Dichosa la
Iglesia que renuncia a imponerse por la fuerza, la coacción o el sometimiento,
practicando siempre la mansedumbre de su Maestro y Señor. Heredará un día la
tierra prometida. Dichosa la Iglesia que tiene hambre y sed de justicia dentro
de sí misma y para el mundo entero, pues buscará su propia conversión y
trabajará por una vida más justa y digna para todos, empezando por los últimos.
Su anhelo será saciado por Dios. Dichosa la Iglesia compasiva que renuncia al
rigorismo y prefiere la misericordia antes que los sacrificios[2], pues acogerá
a los pecadores y no les ocultará la Buena Noticia de Jesús. Ella alcanzará de
Dios misericordia. Dichosa la Iglesia de corazón limpio y conducta
transparente, que no encubre sus pecados ni promueve el secretismo o la
ambigüedad, pues caminará en la verdad de Jesús. Un día verá a Dios. Dichosa la
Iglesia que trabaja por la paz y lucha contra las guerras, que aúna los
corazones y siembra concordia, pues contagiará la paz de Jesús que el mundo no
puede dar. Ella será hija de Dios. Dichosa la Iglesia que sufre hostilidad y
persecución a causa de la justicia sin rehuir el martirio, pues sabrá llorar
con las víctimas y conocerá la cruz de Jesús. De ella es el reino de Dios[3].
Las sociedades en las que vivimos necesitan comunidades cristianas marcadas por
este espíritu de las bienaventuranzas, ¿estamos conscientes de ello? Solo una Iglesia que vive estas
bienaventuranzas tendrá autoridad y credibilidad para mostrar el rostro de
Jesús a los hombres y mujeres de hoy, ¿cuál es la marca que portamos los Cristianos? • AE
[1] Mt 5,
1.
[2] Cfr. Os
6, 6-7; Mt 9, 10-13; 12, 1-8.
[3] J. A.
Pagola, Cuarto Domingo del Tiempo ordinario. Ciclo A (Mateo 5,1-12), 29 de
enero 2017.
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