G. Cades (1750–1799), Adán y Eva,
Royal Academy of Arts
...
Donde estás? La pregunta de Dios sorprende a Adán, lo mismo que Eva. Y la respuesta
es disparatada. Primero la negación de la evidencia: Adán no quiere reconocer
su propia desobediencia y echa la culpa a su compañera. Luego la insolidaridad.
Y finalmente, la irresponsabilidad: tampoco Eva reconoce su desobediencia y voltea
a ver a la serpiente. Así fue como Adán y Eva, rota la solidaridad, se unieron
en la complicidad. Y es que la complicidad acaba cuando ya no resulta ventajosa
para los intereses individuales. La solidaridad, en cambio, que no se basa en
el egoísmo sino en el amor y servicio al otro, busca siempre el bien común. Pero
si Adán y Eva no supieron mantenerse en su sitio, María sí supo y, sobre todo,
sí quiso. Ante la invitación para ser la madre de Dios, María supo reconocerse
como esclava del Señor, aceptando incondicionalmente la propuesta de Dios. El sí de María es el acto por el que ella
se incorpora plenamente a los planes de Dios, y nos incorpora también a los
demás en la persona de Jesús. En su sí
podemos ver a la mujer libre y responsable, la mujer solidaria con la humanidad
entera que no nos ofrece el fruto prohibido, sino el fruto bendito de su
vientre, Jesús, el Salvador. La Inmaculada Concepción de María no es un
privilegio que la separe y ponga por encima de nosotros, sino más bien una
gracia por la que el Señor está con ella; y por ella, con nosotros. Libre por
la gracia de Dios, libre de cualquier sombra de complicidad y de pecado, es
libre y solidaria para decir sí a
Dios y ser madre de Jesús, para decir sí
a Jesús y ser la madre de todos los hombres. Como dirá Pablo: si por un hombre
y una mujer entró la muerte en el mundo, por otro hombre, por otra mujer,
entrará en el mundo la vida y la esperanza para todos. Por eso hoy nos unimos
al gozo de la Virgen: ella es la bendita de generación en generación. Dios ha
querido restaurar por María, en Cristo, una nueva solidaridad entre los hombres,
una solidaridad no depende de la carne o de la sangre. Éste es el sentido de la
fiesta que celebramos: la solidaridad de María con cada uno de nosotros al dar
su consentimiento. Vivimos en medio de una profunda insolidaridad: cada uno vamos
a lo nuestro, sin complicarnos la vida con los demás; lavándonos las manos. No
olvidemos que el Señor no lo hizo, sino que dio su vida; y así como María no se
zafó ante el anuncio del ángel sino
que se comprometió por todos; así es como debemos aprender esta nueva forma de
solidaridad los cristianos. Sólo así nos veremos libres de la insolidaridad de Adán
y Eva, de aquel primer intento de disculparse, echando la culpa a los demás, en
vez de asumir con todas sus consecuencias la propia responsabilidad. Hoy podemos
preguntarnos si somos cómplices o solidarios. Es fácil serlo en casos extremos,
¿lo somos habitualmente; los somos
solidarios no sólo dando cosas, sino dando comprensión, apoyo, compañía? • AE
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