José de Ribera, El Sueño de Jacob (1639), óleo sobre tela,
Museo del Prado (Madrid)
...
Los sueños algunas veces nos hablan del pasado y, en
ellos, algunas veces nos asomarnos al brocal del pozo del subconsciente.
Pero hay también otros sueños –los sueños del día- que nos hablan del futuro. En esos sueños que tenemos despiertos se expresan los deseos más entrañables,
los anhelos y las esperanzas del espíritu. Cuando soñamos así, vemos -aunque no
sea con mucha claridad- lo que ha de venir: el Reino de paz y de justicia en donde ha de triunfar la vida y el amor. La liturgia de la Palabra nos presenta este fin de semana a Isaías, uno de esos hombres benditos que sueñan de
día. Isaías es un profeta, y como buen profeta resulta incómodo ¡qué pena da cuando los hombres no hacemos
caso a los profetas! Isaías, hombre de Dios, profeta y poeta
al mismo tiempo, sueña en lo que ha de venir: la reunión de todos los pueblos
de la tierra, el cese de todas las guerras y contiendas, la paz entre todos los
hombres. Brotará un renuevo del tronco de
Jesé, escuchamos en la primera de las lecturas y así nos llegamos a la gran promesa y a hacer un esfuerzos por renovarnos, por vivir una auténtica conversión. Y me dirás "pero mis esfuerzos son muy limitados". Y tienes razón. ¿Quién puede por sí mismo añadir un palmo a
su estatura?. ¿Quién puede por sí mismo cambiar su orgullo o su timidez?
¿Quién puede con sus fuerzas quitarse la envidia o el egoísmo del corazón? Nuevamente hemos de poner atención a la promesa: De un árbol viejo brotará un retoño. Entramos en el universo de
lo gratuito. De lo caduco y viejo y corrompido surgirá lo más nuevo y lo más
limpio. De los viejos Abraham y Sara nació el hijo de la promesa. En el pueblo
de Israel, estéril, brotaría el hombre nuevo, una vida en plenitud ¡Estamos
tocando el misterio! Y es que cuando el Espíritu sopla con fuerza, hasta los
huesos secos recobran vida, de los viejos troncos brotan retoños y toda la faz
de la tierra rejuvenece. No debemos desesperar. Por muy acabados y viejos que
nos sintamos, tenemos la promesa de un bautismo de Espíritu y fuego. Estas
semanas de Adviento son para todos nosotros una llamada a abrirnos a la
constante venida de Dios a nuestra vida. Por eso, cada año, en este segundo
domingo de Adviento, recordamos como dichas a cada uno de nosotros, las palabras del
profeta Juan el Bautista: Preparad el
camino del Señor, allanad sus senderos. Quien se deja empapar de este
Espíritu, que es fuego, quema todo lo caduco y se abre a una vida nueva • AE
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