Pedro
Bruegel, el Viejo, El censo en Belén (detalle), 1566, oleo sobre madera,
Real Museo de
Bellas Artes de Bruselas (Bélgica).
...
La Navidad es una fiesta llena de nostalgia. Se
canta la paz, pero no sabemos construirla. Nos deseamos felicidad, pero cada
vez parece más difícil ser feliz. Nos compramos mutuamente regalos, pero lo que
necesitamos es ternura y afecto. Cantamos a un niño Dios, pero en nuestros
corazones se apaga la fe. La vida no es como quisiéramos, pero no sabemos
hacerla mejor. No es solo un sentimiento de Navidad. La vida entera está
transida de nostalgia. Nada llena enteramente nuestros deseos. No hay riqueza
que pueda proporcionar paz total. No hay amor que responda plenamente a los
deseos más hondos. No hay profesión que pueda satisfacer del todo nuestras
aspiraciones. No es posible ser amados por todos. La nostalgia puede tener
efectos muy positivos. Nos permite descubrir que nuestros deseos van más allá
de lo que hoy podemos poseer o disfrutar. Nos ayuda a mantener abierto el
horizonte de nuestra existencia a algo más grande y pleno que todo lo que
conocemos. Al mismo tiempo, nos enseña a no pedir a la vida lo que no nos pueda
dar, a no esperar de las relaciones lo que no nos pueden proporcionar. La
nostalgia no nos deja vivir encadenados solo a este mundo. Es fácil vivir
ahogando el deseo de infinito que late en nuestro ser. Nos encerramos en una
coraza que nos hace insensibles a lo que puede haber más allá de lo que vemos y
tocamos. La fiesta de la Navidad, vivida desde la nostalgia, crea un clima
diferente: estos días se capta mejor la necesidad de hogar y seguridad. A poco
que uno entre en contacto con su corazón, intuye que el misterio de Dios es
nuestro destino último. Si uno es creyente, la fe le invita estos días a
descubrir ese misterio, no en un país extraño e inaccesible, sino en un niño
recién nacido. Así de simple y de increíble. Hemos de acercarnos a Dios como
nos acercamos a un niño: de manera suave y sin ruidos; sin discursos solemnes,
con palabras sencillas nacidas del corazón. Nos encontramos con Dios cuando le
abrimos lo mejor que hay en nosotros. A pesar del tono frívolo y superficial
que se crea en nuestra sociedad, la Navidad puede acercar a Dios. Al menos, si
la vivimos con fe sencilla y corazón limpio •
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