Colin McCahon, El ángel de la Anunciación, óleo sobre tela, Museo Te Papa Tongarewa, de Wellington (Nueva Zelanda)
El Verbo de Dios tomó la descendencia de Abraham,
como dice el Apóstol; por eso debía ser semejante en todo a sus hermanos,
asumiendo un cuerpo semejante al nuestro. Por eso María está verdaderamente
presente en este misterio, porque de ella el Verbo asumió como propio aquel
cuerpo que ofreció por nosotros. La Escritura recuerda este nacimiento,
diciendo: Lo envolvió en pañales; alaba los pechos que amamantaron al Señor y
habla también del sacrificio ofrecido por el nacimiento de este primogénito.
Gabriel había ya predicho esta concepción con palabras muy precisas; no dijo en
efecto: «Lo que nacerá en ti», como si se tratara de algo extrínseco, sino de
ti, para indicar que el fruto de esta concepción procedía de María. El Verbo,
al recibir nuestra condición humana y al ofrecerla en sacrificio, la asumió en
su totalidad, y luego nos revistió a nosotros de lo que era propio de su
persona, como lo indica el Apóstol: Esto corruptible tiene que vestirse de
incorrupción, y esto mortal tiene que vestirse de inmortalidad. Estas cosas no
se realizaron de manera ficticia, como algunos pensaron -lo que es
inadmisible-, sino que hay que decir que el Salvador se hizo verdaderamente
hombre y así consiguió la salvación del hombre íntegro; pues esta nuestra
salvación en modo alguno fue algo ficticio ni se limitó a solo el cuerpo, sino
que en el Verbo de Dios se realizó la salvación del hombre íntegro, es decir,
del cuerpo y del alma.
Por lo tanto, el cuerpo que el Señor asumió de María
era un verdadero cuerpo humano, conforme lo atestiguan las Escrituras;
verdadero, digo, porque fue un cuerpo igual al nuestro. Pues María es nuestra
hermana, ya que como todos nosotros es hija de Adán. Lo que dice Juan: La
Palabra se hizo carne, tiene un sentido parecido a lo que se encuentra en una
expresión similar de Pablo, que dice: Cristo se hizo maldición por nosotros.
Pues de la unión íntima y estrecha del Verbo con el cuerpo humano se siguió un
inmenso bien para el cuerpo de los hombres, porque de mortal que era llegó a
ser inmortal, de animal se convirtió en espiritual y, a pesar de que había sido
plasmado de tierra, llegó a traspasar las puertas del cielo. Pero hay que
afirmar que la Trinidad, aun después de que el Verbo tomó cuerpo de María,
continuó siendo siempre la Trinidad, sin admitir aumento ni disminución; ella
continúa siendo siempre perfecta y debe confesarse como un solo Dios en
Trinidad, como lo confiesa la Iglesia al proclamar al Dios único, Padre del Verbo • De las Cartas de san Atanasio, obispo (Carta a Epicteto, 5-9: PG 26, 1058.
1062-1066; segunda lectura del Oficio de Lectura de la Liturgia de las Horas para la Solemnidad de Santa Maria Madre de Dios).
No hay comentarios:
Publicar un comentario