Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre del Señor (2018)



De rodillas, Señor, ante el sagrario,
que guarda cuanto queda 
de amor y de unidad,
venimos con las flores 
de un deseo,
para que nos las cambies 
en frutos de verdad.
Cristo en todas las almas 
y en el mundo la paz.

Como ciervos sedientes 
que van hacia la fuente,
vamos hacia tu encuentro 
sabiendo que vendrás;
porque el que la busca es 
porque ya en la frente
lleva un beso de paz, 
lleva un beso de paz.
Cristo en todas las almas 
y en el mundo la paz.

Como estás, mi Señor, en la custodia
igual que la palmera 
que alegra el arenal,
queremos que en el centro 
de la vida,
reine sobre las cosas 
tu ardiente caridad.

Cristo en todas las almas 
y en el mundo la paz •

José Mª Pemán.

¡Los Jueves más grandes! (Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre del Señor 2018)



Hay días y horas en que la memoria de los cristianos se dirige con particular atención hacia la Eucaristía, los jueves recordamos que fue un jueves cuando el Señor instituyó la Eucaristía, y diariamente, cuando cae el sol y la Iglesia enciende sus lámparas para rezar las Vísperas, volvemos a recordar «aquel sacrificio vespertino que fue entregado por nuestro Salvador mientras cenaba con los Apóstoles, cuando inició los misterios sagrados de la Iglesia, o que él mismo ofreció al Padre por el mundo entero en la tarde del día siguiente, sacrificio que inauguraba la etapa última de toda la historia». Y este recuerdo se vuelve especialmente importante en dos ocasiones, en dos jueves concretos: el Jueves Santo, en la misa vespertina de la Cena del Señor –lo celebramos hace unos cincuenta días- y en la solemnidad del Cuerpo y de la Sangre de Cristo que celebramos hoy. El Jueves Santo contemplamos el misterio eucarístico desde el don que Jesús nos hace, hoy lo hacemos desde la recepción que nosotros hacemos, es decir, hoy  reconocemos la eucaristía como alimento de peregrinos, como verdadero pan de los hijos; como sacramento por medio del cual Cristo está siempre realmente presente entre nosotros, por eso lo adoramos, bendecimos y agradecemos. Hoy podríamos detenernos un momento y pensar que a la Eucaristía no vamos como a recibir un premio, ni a una visita de etiqueta, sino a un encuentro personal con el Señor, a poner delante de él sueños, esperanzas, ansiedades, alegrías y tristezas. A hablar como con el mejor de nuestros amigos y a dejarnos mirar por él. «Juan el Evangelista recoge en su Evangelio incluso hasta la hora de aquel momento que cambió su vida. Sí, cuando el Señor a una persona le hace crecer la conciencia de que es un llamado…, se acuerda cuándo empezó todo esto: «Eran las cuatro de la tarde»[1]. El encuentro con Jesús cambia la vida, establece un antes y un después. Hace bien recordar siempre esa hora, ese día clave para cada uno de nosotros en el que nos dimos cuenta, en serio, de que “esto que yo sentía” no eran ganas o atracciones sino que el Señor esperaba algo más. Y acá uno se puede acordar: ese día me di cuenta.  La memoria de esa hora en la que fuimos tocados por su mirada. Las veces que nos olvidamos de esta hora, nos olvidamos de nuestros orígenes, de nuestras raíces; y al perder estas coordenadas fundamentales dejamos de lado lo más valioso: la mirada del Señor: “No padre, yo lo miro al Señor en el sagrario”— Está bien, eso está bien pero sentáte un rato y dejáte mirar y recordá las veces que te miró y te está mirando. Dejáte mirar por él. Es de lo más valioso que un consagrado tiene: la mirada del Señor»[2] • AE


[1] v. 39. 
[2] VIAJE APOSTÓLICO DE SU SANTIDAD FRANCISCO A CHILE Y PERÚ, (15-22 DE ENERO DE 2018), ENCUENTRO CON SACERDOTES, RELIGIOSOS/AS Y SEMINARISTAS DE LAS CIRCUNSCRIPCIONES ECLESIÁSTICAS DEL NORTE DE PERÚ. DISCURSO DEL SANTO PADRE. Colegio Seminario San Carlos y San Marcelo (Trujillo). El discurso completo puede leerse aqui: http://w2.vatican.va/content/francesco/es/events/event.dir.html/content/vaticanevents/es/2018/1/20/clero-trujillo-peru.html 

Solemnidad de la Santísima Trinidad (2018)



Cuando arribemos a tu presencia, cesarán estas muchas cosas que ahora hablamos sin entenderlas, y tú permanecerás todo en todos, y entonces modularemos un cántico eterno, loándote a un tiempo todos unidos en ti. Señor, Dios uno y Dios Trinidad, cuanto queda dicho en estos mis libros porque tú me lo has inspirado, conózcanlo los tuyos; si algo hay en ellos de mi cosecha, perdónalo tú, Señor, y perdónenme los tuyos. Así sea • S. Agustin, conclusión del tratado De Trinitate (XV,28,51).

Cantar del alma que se huelga conoscer a Dios por fe (Solemnidad de la Santísima Trinidad)



Qué bien sé yo la fonte que mane y corre,
aunque es de noche.

Aquella eterna fonte está escondida,
que bien sé yo do tiene su manida,
aunque es de noche.

Su origen no lo sé, pues no le tiene,
mas sé que todo origen de ella tiene,
aunque es de noche.

Sé que no puede ser cosa tan bella,
y que cielos y tierra beben de ella,
aunque es de noche.

Bien sé que suelo en ella no se halla,
y que ninguno puede vadealla,
aunque es de noche.

Su claridad nunca es oscurecida,
y sé que toda luz de ella es venida,
aunque es de noche.

Sé ser tan caudalosos sus corrientes.
que infiernos, cielos riegan y las gentes,
aunque es de noche.

El corriente que nace de esta fuente
bien sé que es tan capaz y omnipotente,
aunque es de noche.

El corriente que de estas dos procede
sé que ninguna de ellas le precede,
aunque es de noche.

Aquesta eterna fonte está escondida
en este vivo pan por darnos vida,
aunque es de noche.

Aquí se está llamando a las criaturas,
y de esta agua se hartan, aunque a oscuras
porque es de noche.

Aquesta viva fuente que deseo,
en este pan de vida yo la veo,
aunque es de noche •


Este poema, junto con el Romance sobre el Evangelio In principio erat Verbum, el otro Romance Super Flumina Babilonis» y las primeras canciones del Cántico espiritual, fue compuesto en las amargas circunstancias del cautiverio toledano, donde san Juan de la Cruz permaneció secuestrado, desde principios de diciembre de 1577 hasta mediados de agosto de 1578, en lo que eufemísticamente se ha llamado cárcel, pero que en realidad no era otra cosa que el «hueco de una pared», un zulo que «tenía de ancho seis pies y hasta diez de largo», y en unas condiciones inhumanas, de absoluta incomunicación, física y espiritual, pues se le privó incluso hasta del consuelo de celebrar la misa. Al principio, sin papel, sin tinta, sin apenas luz, y sin otra lectura que la del breviario y un libro de devociones, el prisionero fue cincelando versos de memoria; después, gracias a la benevolencia del nuevo carcelero que le proporcionó los útiles indispensables, trasladó al papel aquellos versos aurorales, que quizás también pudo pulir y completar. Así fue como compuso el cuadernillo de las cuatro piezas poéticas que sacó consigo, cuando una noche de agosto, y con la complicidad del carcelero, se fugó del calabozo toledano. El poema fue escrito entre las fiestas litúrgicas de la Santísima Trinidad y del Corpus Christi, que según el calendario de 1578 se sucedieron en los días 25 y 29 de mayo respectivamente. 

Cercano y salvador (Solemnidad de la Santísima Trinidad, 2018)



La primera de las lecturas en este domingo, el que dedicamos a celebrar litúrgicamente la Santísima Trinidad, está llena de preguntas que pueden llevarnos a un buen examen de conciencia: ¿Hubo jamás, desde un extremo al otro del cielo, palabra tan grande como ésta?; ¿se oyó cosa semejante?; ¿hay algún pueblo que haya oído, como tú has oído, la voz del Dios vivo, hablando desde el fuego, y haya sobrevivido?; ¿algún Dios intentó jamás venir a buscarse una nación entre las otras por medio de pruebas, signos, prodigios y guerra, con mano fuerte y brazo poderoso, por grandes terrores, como todo lo que el Señor, vuestro Dios, hizo con vosotros en Egipto, ante vuestros ojos?[1]. Nosotros ¿Qué podemos saber de Dios? Decimos que es justo, que es misericordioso; que está allí, que está aquí; que es trino y uno... Pero, en realidad ¿qué sabemos de Él? Hablamos con tanta seguridad de sus perfecciones, de sus procesiones, de sus relaciones; definimos con maestría sus atributos, perfilamos su imagen, pero ¡qué fácil caemos en idolatría o fanatismo! Dios supera siempre nuestros conceptos y nuestros dogmas; Él no es lo que se piensa, y es que a Él -a Dios- no se llega por la razón, sino por el del amor y la experiencia, como el pueblo Israel. Desde el comienzo Dios toma la iniciativa y se va manifestando poco a poco en los acontecimientos de la vida, en los hechos, que terminan siendo salvadores. Adán –y todos los personajes que pueblan la historia de la salvación- experimentan a Dios como algo vivo, como alguien que interpela, como amor que salva. Y eso es lo que hoy celebramos: que tenemos un Dios que se acerca. El Dios del cielo está aquí en la tierra, junto a los hombres. No hay nación que tenga los dioses tan cercanos. Y lo admirable de Dios es que se acerca de manera salvadora, sin coartar la libertad de los hombres. Por eso buena cosa sería hoy hacerle caso a la voz de Dios, que queda recogida en el libro del Deuteronomio que nos dice con fuerza y ternura: Reconoce, pues, hoy y medita en tu corazón, que el Señor es el único Dios, allá arriba en el cielo, y aquí abajo en la tierra; no hay otro. Guarda los preceptos y mandamientos que yo te prescribo hoy, para que seas feliz, tú y tus hijos después de ti, y prolongues tus días en el suelo que el Señor, tu Dios, te da para siempre[2]. No cabe otra respuesta que la confianza y la fidelidad • AE


[1] Dt 4,32-34.39-40
[2] Idem.

El pozo de mi alegría


El pozo de mi alegría,
manantial que siempre mana,
eres tú, oh Madre mía,
Iglesia amante guardiana.

Iglesia de Jesucristo,
de fuego en Pentecostés,
en ti está el Verbo que ha visto
en el monte Moisés.

Iglesia, tú eres mi paz,
el perdón de mis pecados;
del Invisible la faz,
hogar de santificados.

Eres mi Pascua florida,
discípula y misionera,
pobre, humilde, agradecida,
de Dios Padre mensajera.

Eres mi casa nativa
en donde quiero vivir,
y de la mesa festiva
todo el amor recibir.

Iglesia, tú eres la herencia,
de Jesús, Dios encarnado,
vocación y convivencia,
banquete del mundo amado.

¡Jesús, el don los dones
gratitud y adoración,
a ti nuestros corazones
con toda la creación! Amén •

P. Rufino María Grández, ofmcap.
(Puebla, 30 mayo 2009)

El mundo, el camino y el Autor


Tenemos, pues, las arras; tengamos sed de la fuente misma de donde manan las arras. Tenemos como arras cierta rociada del Espíritu Santo en nuestros corazones, para que si alguien advierte este rocío, desee llegar hasta la fuente. ¿Para qué tenemos, pues, las arras sino para no desfallecer de hambre y sed en esta peregrinación? Si reconocemos ser peregrinos, sin duda sentiremos hambre y sed. Quien es peregrino y tiene conciencia de ello desea la patria y, mientras dura ese deseo, la peregrinación le resulta molesta. Si ama la peregrinación, olvida la patria y no quiere regresar a ella. Nuestra patria no es tal que pueda anteponérsele alguna otra cosa. Sucede a veces que los hombres se hacen ricos en el tiempo de la peregrinación. Quienes sufrían necesidad en su patria, se hacen ricos en el destierro y no quieren regresar. Nosotros hemos nacido como peregrinos lejos de nuestro Señor que inspiró el aliento de vida al primer hombre. Nuestra patria está en el cielo, donde los ciudadanos son los ángeles. Desde nuestra patria nos han llegado cartas invitándonos a regresar, cartas que se leen a diario en todos los pueblos. Resulte despreciable el mundo y ámese al autor del mundo • San Agustin, Sermón 378. 

Un fuego y un viento que remueve (Solemnidad de Pentecostés 2018)


El tiempo ha ido pasando y llegó el calor. Vivimos con más sol, con el verano que está a la vuelta de la esquina, con los campos que tienen un color distinto, el del momento de la cosecha, como para hacernos comprender mejor que el grano caído en tierra ha dado verdaderamente mucho fruto. Y justo esto es lo que celebramos hoy: el fruto exuberante que ha producido ese grano enterrado y muerto. Jesús es ese grano, esa semilla que aceptó deshacerse, desaparecer bajo tierra, vivir la incertidumbre de la muerte, llegar a ser, en definitiva, un pobre condenado a muerte abandonado de todos. Y aquella semilla enterrada dió un gran fruto: la Pascua, lo que hemos celebrado en estos cincuenta días que hoy terminan. Jesús vive y vive para siempre. Y vive en cada uno de nosotros, y vive en cada comunidad que cree en él; vive en todos los hombres, en cada fruto nuevo de amor que cualquier hombre haga florecer en este mundo, y en cada nuevo progreso solidario que los hombres seamos capaces de levantar. Nosotros somos este fruto. Jesús vive, la semilla ha dado fruto. Vive en los creyentes, en la Iglesia, para que sigamos siendo testigos de la buena noticia. Vive en los sacramentos que nos reúnen: en el sacramento del agua del bautismo que nos renueva, en el sacramento del pan y el vino de la Eucaristía que nos alimenta. Y vive en la humanidad entera y en toda la creación para conducirla hacia su Reino. Pero esta vida de Jesús en nosotros, en la Iglesia, en la humanidad, no es sólo como un recuerdo que tenemos, como el recuerdo de un gran personaje para seguir sus ejemplos. No es sólo eso, es mucho más. Esta vida de Jesús se ha metido dentro de nosotros y nos ha cambiado. El fruto que ha dado la muerte de Jesús es -¡debería ser!- como un fuego que arde en nosotros, como un viento impetuoso que nos remueve, una llamada a ir siempre adelante, a no detenernos, a no temer, a mantener firme la decisión de seguirle, a trabajar por ese mundo nuevo y distinto que él nos anunció. Lo escuchamos en la primera de las lecturas: en cuanto recibieron el Espíritu, los apóstoles salieron a la calle. Hoy por hoy, en algunos momentos de la vida de la Iglesia hemos perdido el impulso que Juan XXIII y el Concilio nos contagiaron, y tenemos una tendencia a encerrarnos en lo que vamos haciendo en lugar de preguntarnos qué debemos hacer para seguir siendo testigos de la Buena Noticia de Jesús. Hoy que celebramos Pentecostés (y los dieciocho años de sacerdocio de quien ésto escribe) abramonos al Espíritu de Jesucristo, y que Él nos renueve. Que en esta Iglesia y en este mundo a veces tristes, seamos -queramos ser- testimonio de esperanza. Y que la Eucaristía que vamos a celebrar nos una, una vez más, con Jesucristo muerto y resucitado que nos alimenta y acompaña, para que el grano de trigo dé todo su fruto • AE

Canciones del Alma (I) (En la solemnidad de la Ascención del Señor, 2018)



En una noche oscura
con ansias en amores inflamada
¡oh dichosa ventura!
salí sin ser notada
estando ya mi casa sosegada,

a oscuras y segura
por la secreta escala disfrazada,
¡oh dichosa ventura!
a oscuras y en celada
estando ya mi casa sosegada.

En la noche dichosa
en secreto que nadie me veía
ni yo miraba cosa
sin otra luz y guía
sino la que en el corazón ardía.

Aquesta me guiaba
más cierto que la luz del mediodía
adonde me esperaba
quien yo bien me sabía
en sitio donde nadie aparecía.

¡Oh noche, que guiaste!
¡Oh noche amable más que la alborada!
¡Oh noche que juntaste
amado con amada,
amada en el amado transformada!

En mi pecho florido,
que entero para él solo se guardaba
allí quedó dormido
y yo le regalaba
y el ventalle de cedros aire daba.

El aire de la almena
cuando yo sus cabellos esparcía
con su mano serena
y en mi cuello hería
y todos mis sentidos suspendía.

Quedéme y olvidéme
el rostro recliné sobre el amado;
cesó todo, y dejéme
dejando mi cuidado
entre las azucenas olvidado 

San Juan de la Cruz

Ni ausencias ni despedidas ni álbumes ni nada (Solemnidad de la Ascención del Señor, 2018)



Poco a poco va terminando el tiempo gozoso de la Pascua. Este domingo celebramos la Ascensión del Señor; queda una semana de oración para preparar e invocar al Espíritu Santo a quien celebraremos en próximo domingo, en Pentecostés. San Marcos, que es siempre muy sobrio, narra la Ascensión de Jesús de manera muy sencilla: “ascendió al cielo y se sentó a la derecha de Dios”. No dice más. No hay drama, no hay pasión, nada emoción; se trata de una frase desnuda y fáctica. En realidad la poesía y la belleza de la Ascensión la encontramos más y mejor en el arte que en la vida cotidiana en la que, al mismo tiempo, experimentamos una doble tensión: por una parte está la ley de la gravedad que nos mantiene clavados en la tierra y por el otro tenemos el deseo de eternidad, el de unirnos con ese Dios que nos creó y nos llama a estar con él. Dicho de otra forma: no fuimos creados para hundirnos en la nada sino para ascender, descansar y ser plenamente felices en Dios. No sé si a su derecha o a su izquierda, pero sí con Él y en Él. Celebrar la Ascensión de Jesús no es celebrar una despedida, una ausencia. Jesús no tiene que volver, siempre está presente, presente en la Palabra, presente en los sacramentos, presente en la asamblea que formamos y presente en cualquier gesto de amor. Celebrar la Ascensión no es inaugurar un nuevo local, en un lugar imaginario, en una galaxia aún no descubierta. La Ascensión es una nueva manera de existir, es vivir una nueva relación. La vida aquí y la vida después de este aquí, para Jesús y para nosotros, es más rica y más valiosa por la nueva relación que estrenamos con Dios. Mientras vivimos tenemos la sensación de vivir unas relaciones virtuales con Dios que parecen no llenarnos del todo. En la Ascensión termina lo virtual y comienza lo verdadero, lo real. Celebrar la Ascensión es celebrar la Resurrección de Cristo que es victoria sobre la muerte, muerte compartida ya desde nuestro bautismo. Los discípulos se despidieron de Jesús, pero no se olvidaron de su Maestro, no guardaron en un álbum sus recuerdos, no se encerraron a llorar su ausencia, sino que, guiados por el Espíritu, proclamaron el Evangelio por todas partes. Como más tarde dirá Pablo: Todo lo he llenado del Evangelio de Cristo. La Iglesia entera, los seguidores de Jesús, los que celebramos su Ascensión a la derecha de Dios, somos como embajadores: hemos recibido la misión de continuar su tarea, somos portadores de la Buena Noticia, sobre todo del perdón y del amor. Yo no sé cómo se asciende, pero sí sé cómo se desciende, cómo perdemos de vista la meta y cómo cortamos esa relación con Dios nuestro Padre: a través del pecado y del egoísmo. Buena cosa es pues no mirar al cielo, sino mirar hacia adentro, hacia nuestro corazón donde esta ese deseo de estar unidos siempre con Dios • AE