Pobre nació.


Hacia Belén caminaba señora virgen María
y el bueno de san José marchaba en su compañía
por la mitad de Belén, con gusto te abrigaría
que va cayendo la nieve y está la noche muy fría
que va cayendo la nieve y esta la noche muy fría

Aprisa señor José, tire de la borriquilla
que ha de nacer en Belén la mas grande maravilla,
iban solitos los dos, ninguno se entretenía,
hablando cosas de dios pasan la noche y el dia

Llegaron solos a Belén, mesón ni posada había,
y al pobre de san José las lagrimas le caían,
no te apures dulce esposo, dice la virgen Maria
que si otra cosa no hallamos aquel portal bastaría,
que si otra cosa no hallamos aquel portal bastaría.

Un pesebre han encontrao donde dos bestias había,
la virgen como es tan buena carpintero le decía, 
acuéstate buen marío hasta que amanezca el dia,
que si llegase la hora yo misma te avisaría

A eso de la media noche 
sintió que un niño gemía, 
despertándose el patriarca, 
despertó de la alegria, 
¿Porque no me has avisao? 
Esposa, esposa Maria, 
que ha nació el rey del mundo 
mientras que el mundo dormía, 
que ha nació el rey del mundo 
mientras que el mundo dormía.

Mira si es grande que siendo Dios, 
en un pesebre pobre nació.

Mira si es grande que siendo Dios, 
en un pesebre pobre nació.


A eso de la media noche 
sintió que un niño gemía, 
despertándose el patriarca, 
despertó de la alegria, 
¿Porque no me has avisao? 
Esposa, esposa Maria, 
que ha nació el rey del mundo 
mientras que el mundo dormía, 
que ha nació el rey del mundo 
mientras que el mundo dormía •  

Villancico popular andaluz.

Sencillez y simplicidad de corazón.


Las calles se llenan de luces, estrellas y árboles de  navidad. En muchas casas se sacan con cuidado las piezas del nacimiento. Pocas veces nuestra sociedad adquiere un carácter ornamental tan intenso, tan festivo. Y sin embargo, ¿qué se encierra tras todos estos símbolos entrañables? ¿Qué lee el hombre actual en esos signos? Se iluminan las ciudades con toda clase de luces y se encienden velas en los hogares, pero apenas le recuerdan a nadie a Aquel que es la Luz del mundo, el que ha venido a iluminar las tinieblas de nuestra existencia. Las calles se llenan de estrellas, pero, ¿a cuántos les orientan hacia aquel portal de Belén en el que nació el Salvador de la humanidad? Se colocan árboles de Navidad en las plazas y en los rincones de los hogares, pero, ¿quién se detiene a pensar que ese árbol simboliza a Jesucristo, el Árbol de la Vida, el Mesías que trae nueva savia a los hombres? ¿Quién recuerda que ese árbol, lleno de luces y regalos, es símbolo de Cristo, portador de luz y gracia para todos nosotros? Pero, sobre todo, ¿nos detenemos a contemplar con fe el misterio que se encierra el Nacimiento? Francisco de Asís inició la costumbre de poner el Nacimiento, movido por el deseo de hacer más presente y real el misterio de la Encarnación, experimentar directamente la alegría del nacimiento de Dios y comunicar esa alegría a los amigos. De él cuenta Tomás de Celano que Francisco contemplaba con alegría indescriptible el misterio de Belén. «Afirmaba que ésta era la fiesta de las fiestas, pues en ese día Dios se hizo niño y se alimentó de leche del pecho de su madre, lo mismo que los demás niños. Francisco abrazaba con delicadeza y devoción las imágenes que representaban al Niño Jesús y lleno de afecto y compasión, como los niños, susurraba palabras de cariño»[1]. Son muchos, sin duda, los factores que nos han hecho ciegos para leer los símbolos navideños y detenernos ante ese Niño en el que no somos ya capaces de percibir nada grande[2]. Por eso, tal vez, la manera más auténtica de vivir nosotros esta Nochebuena sea pedirle a Dios que nos regale esa sencillez y simplicidad de corazón que sabe descubrir en el fondo de estas fiestas a un Dios entrañable y cercano • AE


[1] Tomás de Celano o Thomas en (c. 1200 – c. 1260-1270) fue un fraile italiano medieval de la orden de los Franciscanos (orden de los frailes menores), además fue un poeta autor de tres hagiografías sobre San Francisco de Asís.
[2] J. A. Pagola, Buenas Noticias, Navarra, 1985, p. 23 ss.

El misterio escandaloso (IV Domingo de Adviento)


El diálogo entre el rey David y el profeta Natán es todo un símbolo de lo diferentes que son las promesas de Dios y nuestros deseos. El rey David se siente conmovido, a disgusto por el hecho de que él ya está establecido en la tierra prometida, tiene paz y prosperidad y habita en "casa de cedro". Este es el símbolo de que aquel pueblo que ha caminado tanto, ha encontrado tierra y se ha instalado. El Arca, la presencia de Dios, mantiene su aire andariego y peregrino. Dios permanece en el Arca que atravesó desiertos. Un Dios caminante y un pueblo instalado. He ahí la tensión, la exigencia y el escándalo. El buen deseo de David es contradicho y corregido. Recibe una promesa de continuidad, de triunfo frente a los enemigos, de avance de la estirpe que tiene una misión. Pero la construcción del templo es reservada a otro. Esta narración nos hace pensar forzosamente en nuestros diálogos y en nuestras peticiones con y a Dios. Queremos, conmovidos, instalar a Dios, hacerle un templo estable. Nuestros sentimientos son buenos, pero no se ajustan al misterio tan escandaloso de los planes divinos. El templo será construido, pero también destruido. Y el Cuerpo de Cristo para acompañar a todos los hombres se romperá y se hará simiente de vida con su muerte. Somos contradichos y escandalizados por la realidad de Dios. El Señor quiere seguir siendo peregrino, caminante por la tierra y por la historia. Él nos mueve ¡nos hace movernos! Él nos muestra siempre un más allá a nuestras intenciones tan cortas. Es necesario el silencio el tiempo de reflexión, de oración. El Señor no ha querido instalarse, sino ha elegido ser caminante de nuestro camino • AE


¡Oh, clemente; oh, piadosa; oh, dulce Virgen María! (IV Domingo de Adviento)



Cuarto domingo de Adviento y cuarta vela encendida en la Corona ¡Despierta Iglesia del Señor, que llega el Esposo! ¡Aviva tus lámparas y sal a su encuentro! Descubrirás a María de Nazaret, estrella hermosa que anuncia el día, aurora luciente del amanecer de Cristo. Hoy entra María por la puerta grande en las celebraciones de la Iglesia, de la mano de san Lucas, cronista de la Infancia que nos ayuda a acercarnos al Misterio para mostrarnos el retablo viviente de Nazaret: la anunciación de Gabriel, el consentimiento de María, la venida del Espíritu y la concepción virginal del Verbo. Y en medio  el anuncio y el nacimiento de Juan el Bautista, con el himno mesiánico de su padre Zacarías y el hermosísimo encuentro entre María y su prima Isabel, con el asombroso Magnificat. En este ultimo domingo de Adviento tres palabras se cruzan en el corazón humano, la espera, la esperanza y la expectación, esa tensión alegre del espíritu ante un acontecimiento grande e inminente; como la que sintieron el anciano Simeón y la profetisa Ana, antes de tener en sus brazos al Salvador; la que vivieron José y María, buscando un lugar en Belén y la que sienten quienes buscan insistentes al Señor, con el corazón de par en par: ¡Ven, Señor Jesús! La expectación está muy cerca del asombro, que es precisamente lo que indica la exclamación ¡Oh!, y abre el canto gozoso de las antífonas del Oficio de Vísperas de la Liturgia de las Horas en los siete días anteriores a la Navidad: «¡Oh, Sol que naces de lo alto, Resplandor de la luz eterna, Sol de justicia, ven ahora a iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte!» Y por supuesto María de la O, María del asombro, del estupor sagrado y de la contemplación del misterio de Cristo. ¡Oh, clemente; oh, piadosa; oh, dulce Virgen María! • AE

Amando te hallaré y hallándote te amaré.



Ea, hombrecillo, deja un momento tus ocupaciones habituales; entra un instante en ti mismo, lejos del tumulto de tus pensamientos. Arroja fuera de ti las preocupaciones agobiantes; aparta de ti tus inquietudes trabajosas. Dedícate algún rato a Dios y descansa siquiera un momento en su presencia. Entra en el aposento de tu alma; excluye todo, excepto Dios y lo que pueda ayudarte para buscarle; y así, cerradas todas las puertas, ve en pos de él. 

Di, pues, alma mía, di a Dios: "Busco tu rostro; Señor, anhelo ver tu rostro". Y ahora, Señor, mi Dios, enseña a mi corazón dónde y cómo buscarte, dónde y cómo encontrarte. Señor, si no estás aquí, ¿dónde te buscaré, estando ausente? Si estás por doquier, ¿cómo no descubro tu presencia? Cierto es que habitas en una claridad inaccesible. Pero ¿dónde se halla esa inaccesible claridad?, ¿cómo me acercaré a ella? ¿Quién me conducirá hasta ahí para verte en ella? Y luego, ¿con qué señales, bajo qué rasgo te buscaré? Nunca jamás te vi, Señor, Dios mio; no conozco tu rostro. ¿Qué hará, altísimo Señor, éste tu desterrado tan lejos de ti? ¿Qué hará tu servidor, ansioso de tu amor, y tan lejos de tu rostro? Anhela verte, y tu rostro está muy lejos de él. Desea acercarse a ti, y tu morada es inaccesible. Arde en el deseo de encontrarte, e ignora dónde vives. No suspira más que por ti, y jamás ha visto tu rostro. Señor, tú eres mi Dios, mi dueño, y con todo, nunca te vi. Tú me has creado y renovado, me has concedido todos los bienes que poseo, y aún no te conozco. Me creaste, en fin, para verte, y todavía nada he hecho de aquello para lo que fui creado. Entonces, Señor, ¿hasta cuándo? ¿Hasta cuándo te olvidarás de nosotros, apartando de nosotros tu rostro? ¿Cuándo, por fin, nos mirarás y escucharás? ¿Cuándo llenarás de luz nuestros ojos y nos mostrarás tu rostro? ¿Cuándo volverás a nosotros? Míranos, Señor; escúchanos, ilumínanos, muéstrate a nosotros. Manifiéstanos de nuevo tu presencia para que todo nos vaya bien; sin eso todo será malo. Ten piedad de nuestros trabajos y esfuerzos para llegar a ti, porque sin ti nada podemos. Enséñame a buscarte y muéstrate a quien te busca; porque no puedo ir en tu busca a menos que tú me enseñes, y no puedo encontrarte si tú no te manifiestas. Deseando te buscaré, buscando te desearé, amando te hallaré y hallándote te amaré • De los tratados de san Anselmo, Proslogion, cap. 1: Opera omnia, 97-100.

Las Antífonas de la O.


Las célebres antífonas de la O son siete, y la Iglesia las canta junto con el Magnificat del Oficio de Vísperas desde el día 17 hasta el día 23 de diciembre. Son un llamamiento al Mesías recordando las ansias con que era esperado por todos los pueblos antes de su venida, y, también son, una manifestación del sentimiento con que todos los años, de nuevo, le espera la Iglesia en los días que preceden a la gran solemnidad del Nacimiento del Salvador. Se llaman así porque todas empiezan en latín con la exclamación «O», en castellano «Oh». También se llaman «antífonas mayores». Fueron compuestas hacia los siglos VII-VIII, y se puede decir que son un magnífico compendio de la cristología más antigua de la Iglesia, y a la vez, un resumen expresivo de los deseos de salvación de toda la humanidad, tanto del Israel del Antiguo Testamento como de la Iglesia del Nuevo. En realidad son breves oraciones dirigidas a Cristo Jesús, que condensan el espíritu del Adviento y la Navidad. La admiración de la Iglesia ante el misterio de un Dios hecho hombre: «Oh». La comprensión cada vez más profunda de su misterio. Y la súplica urgente: «ven» Cada antífona empieza por una exclamación, «Oh», seguida de un título mesiánico tomado del Antiguo Testamento pero entendido con la plenitud del Nuevo. Es una aclamación a Jesús el Mesías, reconociendo todo lo que representa para nosotros. Y termina siempre con una súplica: «ven» y no tardes más.

O Sapientia = sabiduría, Palabra

O Adonai = Señor poderoso

O Radix = raíz, renuevo de Jesé (padre de David)

O Clavis = llave de David, que abre y cierra

O Oriens = oriente, sol, luz

O Rex = rey de paz

O Emmanuel = Dios-con-nosotros.


Leídas en sentido inverso las iniciales latinas de la primera palabra después de la «O», dan el acróstico «ero cras», que significa «seré mañana, vendré mañana», que es como la respuesta del Mesías a la súplica de sus fieles • J. Aldazabal, Enséñame tus caminos. 1. Adviento y Navidad día tras día,  Barcelona, 1995, p. 70 ss.

¡Marana tha! ¡Ven, Señor Jesús!


Ven, ven, Señor, no tardes.
Ven, ven, que te esperamos.
Ven, ven, Señor, no tardes,
ven pronto, Señor.

El mundo muere de frío,
el alma perdió el calor,
los hombres no son hermanos,
el mundo no tiene amor.

Envuelto en sombría noche,
el mundo, sin paz, no ve;
buscando va una esperanza,
buscando, Señor, su fe.

Al mundo le falta vida,
al mundo le falta luz,
al mundo le falta cielo,
al mundo le faltas tú. Amén.

Del Oficio de Laudes de la Liturgia de las Horas 
para el tiempo de Adviento.


Magnificat anima mea!


Y dijo María: Mi alma engrandece al Señor. (v. 46)

Las cosas buenas deben empezarse por las mujeres; así, no parece ocioso que Isabel vaticine antes que Juan, y María antes del nacimiento del Señor. Además, siendo María más excelsa, su profecía es más plena • Ambrosio, obispo de Milán hasta el 397.


¿Y la verdadera alegría?


Francisco de Goya, El entierro de la sardina (1812-1819), óleo sobre tela,
Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, (Madrid)
...

Chesterton pone en boca de su personaje más famoso, el Padre Brown, una frase que siempre me ha gustado mucho: “La alegría es el gigantesco secreto del cristiano"[1]. Sí: nuestra fe cristiana es una gran fuente  de alegría. Verdad vieja. Tan vieja como las cartas de S. Ignacio de Antioquia, que incluso cuando ya se sabía trigo de Cristo, se dirigía a sus fieles deseándoles "muchísima alegría”[2]. En el mundo también hay alegría, es cierto; pero una alegría que dura poco. Alegría del tipo que pone al mundo ante las diversiones más estúpidas o menos dignas. La fuente de nuestra perenne alegría debe brotar más hondo: la alegría viene de un fondo de serenidad que hay en el alma. El motivo de nuestra alegría es porque Dios está cerca y porque viene a nosotros como Salvador, como Libertador. Aquí está la raíz de nuestra alegría: en que hemos sido rescatados del poder del pecado e invitados al recibir constantemente la gracia. En que Dios se ha hecho de nuestra carne y de nuestra sangre. En que su madre es nuestra madre y su vida es nuestra vida. En que somos pequeños y miserables, y llenos de defectos, para que en nosotros resplandezca el poder y la misericordia de Dios. Este domingo, el tercero de Adviento al que la Iglesia lo llama Gaudete[3], volvemos a ir la voz del Bautista, de ese hombre cuy vida –áspera y dura- está comprendida humanamente por dos soledades: la soledad del desierto y la soledad de la prisión, pero al mismo tiempo se apoya en momentos de júbilo y de alegría. Dice su madre Isabel: Apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo saltó de gozo el niño en mi seno[4]. Estamos en el corazón del Adviento. El mensaje de la Palabra es optimista. El Señor nos invita a estar alegres. Él quiere cambiar nuestro corazón. Él nos anima a trabajar para transformar nuestra vida y nuestra sociedad. En efecto, el Señor está cerca, el Señor está entre nosotros. No podemos aceptar las cosas tal como son. Debemos ser portadores de la Buena Noticia. Debemos restaurar la dignidad humana • AE



[1] Gilbert Keith Chesterton (1874-1936), más conocido como G. K. Chesterton, fue un escritor y periodista británico de inicios del siglo XX. Cultivó, entre otros géneros, el ensayo, la narración, la biografía, la lírica, el periodismo y el libro de viajes. Se han referido a él como el «príncipe de las paradojas».
[2] Ignacio de Antioquía es uno de los padres de la Iglesia y, más concretamente, uno de los padres apostólicos por su cercanía cronológica con el tiempo de los apóstoles. Es autor de siete cartas que redactó en el transcurso de unas pocas semanas, mientras era conducido desde Siria a Roma para ser ejecutado. El descubrimiento y la identificación de las cartas de Ignacio se produjeron a lo largo de los siglos XVI y XVII, tras un arduo y polémico proceso. La temática «procatólica» de las cartas soliviantó los ánimos de teólogos protestantes como Juan Calvino, que las impugnaron enérgicamente. La polémica entre católicos y protestantes continuó hasta el siglo XIX, en que se alcanzó un consenso sobre cuántas cartas, cuáles y en qué medida fueron escritas realmente por Ignacio. Desde entonces, la opinión mayoritaria, pero no indiscutida, es que Ignacio escribió cartas a las comunidades cristianas de Éfeso, Magnesia del Meandro, Trales, Roma, Filadelfia y Esmirna, además de una carta personal al obispo Policarpo de Esmirna.
[3] En latín Gaudete quiere decir «regocijaos», «alégrense», «estad alegres». Se define así a este día por ser Gaudete la primera palabra que se menciona en la celebración litúrgica, específicamente en el introito. El uso del término deriva de un pasaje de la Epístola a los filipenses.
[4]Lc 1, 44.

Voz del que clama en el desierto.


Trae el desierto voces de un profeta
hasta el río fecundo del bautismo:
«¡Convertíos; volved de vuestras sendas,
miradlo ya venir, abrid camino!»

No doblegó su voz ante los reyes,
no pactó su mensaje con rabinos:
«¡Convertíos, decid vuestros pecados,
se acerca el Santo, convertíos!”

Cuando venga el Señor, la tierra nuestra
se llenará de paz y regocijo;
la gracia del Señor será el consuelo
y el desquite de todo lo sufrido.

Harán paces el lobo y el cordero,
los hombres poderosos con los niños;
se abrazarán las razas y familias,
porque viene a su casa el Compasivo.

Bautista, mensajero del Mesías,
Jerusalén te brinda su recinto,
dile la verdad, grita tu Noticia;
¡lo estamos esperando arrepentidos!

¡Honor a ti, Jesús, siempre esperado,
y más gozado cuanto más creído;
ven, Santo cual el Padre y el Espíritu,
ven por amor desde el hogar divino! Amén •


R. M. Grández  (letra) y F. Aizpurúa (música), capuchinos, 
Himnos para el Señor,  Editorial Regina, Barcelona, 1983, pp. 21-24. 

Comfort ye my people!


M. van Heemskerck, El Profeta Isaías profetiza el regreso de los judíos del exilio (1565), óleo sobre tela, Frans Hals Museum (Holanda)
...

Comfort ye, comfort ye my people, saith your God.
Speak ye comfortably to Jerusalem,
and cry unto her, that her warfare is accomplished,
that her iniquity is pardoned.
The voice of him that crieth in the wilderness:
Prepare ye the way of the Lord.
Make straight in the desert
a highway for Our God.

(Isaiah 40:1-3)


Estas son las hermosísimas (sic) palabras, tomadas del libro del profeta Isaías con las que Händel inicia el que quizá es el más bonito de sus oratorios: El Mesías. Compuesto en Londres en apenas tres semanas a finales del siglo XVIII, esta obra trata no sólo el nacimiento de Jesús de Nazaret, sino toda su vida. Unos meses después de ser compuesta la obra se estrenó en el New Music Hall de Dublín durante una gala benéfica. En aquellos años Händel se encontraba en un momento creativo interesante: junto a su Mesías compuso también Sanson, Saul, Jephtha y Belshazzar, que lo llevaron a la cumbre de sus obras corales. Este oratorio fue constantemente presentado en el Covent Garden de Londres y dirigido por el mismo Händel, año con año en la época de Pascua hasta el día de su muerte. En la primera de las lecturas de este segundo domingo de Adviento, en cada país en su lengua, escucharemos el pasaje del profeta Isaías arriba mencionado • AE 

En Adviento, en Pascua, en Martes, en todo momento.


Asomarnos a los periódicos o a los noticieros es como zambullirse en un estanque de inseguridad, incertidumbre y a veces incluso angustia. El optimismo ha ido desapareciendo y los líderes del mundo ofrecen una paz que no calma, que no sacia el corazón. No es la paz de Cristo[1]. Son muchos ¿millones? los que llegan a la conclusión de que no hay razón para la esperanza ¿o sí la hay? La historia contemporánea aparece atrapada en una especie de destino fatal. Queremos cambiar muchas cosas, pero crece el sentimiento de que en realidad apenas puede cambiarse nada. En este segundo domingo de Adviento, después de oír la voz de Isaías, del salmista, de Pedro y del Bautista[2], ¿es posible ser hombres y mujeres de esperanza en un mundo donde lo más normal empieza a ser la desesperanza y la resignación? La esperanza cristiana no es un optimismo barato, ni la búsqueda de un consuelo ingenuo, sino una actitud para enfrentarse a la vida desde la confianza radical en un Dios que es Padre de todos, que está sobre todos, entre todos y en todos[3]. En realidad no se trata de ser optimistas o pesimistas. La esperanza cristiana es otra cosa. Los creyentes en Cristo deberíamos ver la vida como un camino hacia la plenitud. En nuestro interior –y el de cada uno es distinto- debe crecer la esperanza como convicción de que Dios está viniendo. Siempre. Diario. En Adviento, en Pascua, en Martes, en todo momento. Y cuando todas las esperanzas humanas parecen apagarse, el creyente sabe que Dios ¡sigue viniendo en nuestros trabajos, sufrimientos, aspiraciones y luchas! Por eso no podemos refugiarnos cobardemente en los placeres que el mundo ofrece, ni buscar consuelo en lo artificial y engañoso, ni hundirnos en un pesimismo destructor. Hoy la liturgia nos invita a preparar el camino al Señor, es decir, a no marchar por caminos que no conducen a ninguna parte, a ayudar a que al menos los que nos rodean tengan una vida auténticamente humana. Cada día es una nueva ocasión y una nueva posibilidad para hacer crecer entre nosotros el reino de Dios.  Los cristianos deberíamos ser unos profesionales de la esperanza, hombres y mujeres que repetimos cada domingo palabras y ritos pero no de forma vacía, sino como alimento para no desalentarnos, para enraizar nuestra vida, aunque no sea brillante ni gloriosa, en ese Dios que sigue vivo, que llevará en sus brazos a los corderitos recién nacidos y atenderá solícito a sus madres[4] • AE  





[1] Cfr Jn 14, 27.
[2] Cfr. Is 40, 1-5.9-11; Sal 84; 2 Pe 3, 8-14; Mc 1, 1-8.
[3] Ef 4, 6
[4] Cfr Is 40, 1-5. 9-11; J. A. Pagola, Buenas Noticias, Navarra 1985, p. 135 ss.

Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María.


Tú eres toda hermosa
oh madre del Señor
tú eres de Dios gloria
la obra de su amor.

Oh rosa sin espinas
oh vaso de elección
de ti nació la vida 
por ti nos vino Dios.

Sellada fuente pura 
de gracia y de piedad
Bendita cual ninguna 
sin culpa original.

María pureza inmaculada
espejo del Señor
oh fuente de la gracia
unida al redentor

Belleza sin mancilla
encanto virginal
tú eres la alegría
la gloria del mortal.

Sellada fuente pura 
de gracia y de piedad
Bendita cual ninguna 
sin culpa original.

Oh vara florecida 
del tronco de Jessed
en gracia concebida
oh gloria de Israel.

Dichosa cual ninguna
los pueblos te dirán
tú fuiste del Dios vivo

la aurora celestial •

Tu victoria y mi música


Cantad al Señor un cántico nuevo,
porque ha hecho maravillas.
Su diestra le ha dado la victoria,
su santo brazo.

El Señor da a conocer su victoria;
revela a las naciones su justicia:
se acordó de su misericordia y su fidelidad
en favor de la casa de Israel.


Creo en tu victoria, Señor, como si ya hubiera llegado, y lucho por ella en el campo de batalla como si aun hubiera que ganarla con tu poder y mi esfuerzo a tu lado. Esa es la paradoja de mi vida: tensión a veces, y certeza siempre. Tú has proclamado tu victoria ante el mundo entero, y yo creo en tu palabra con confianza absoluta, contra todo ataque y toda duda. Tu eres el Señor, y tuya es la victoria. Sin embargo, Señor, tu tan anunciada victoria no se deja ver todavía, y mi fe está a prueba. Ese es mi tormento. Proclamo la victoria con los labios y lucho con las manos para que venga. Celebro el triunfo y me esfuerzo por que suceda. Creo en el futuro y sudo en el presente. Me regocijo cuando pienso en el ultimo día y me echo a temblar cuando me enfrento a la tarea del día de hoy. Sé que pertenezco a un ejercito victorioso, que al final, acabará por derrotar a toda oposición y conquistar todo el mundo; pero caigo en el campo de batalla con sangre en el cuerpo y desencanto en el alma. Soy soldado herido de un ejército triunfador. Mío es el triunfo y mías las heridas. Piensa en mí, Señor, cuando anuncies tus victorias. Robustece mi fe y abre mis ojos para hacerme ver que tu victoria ya ha llegado, aunque quede velada bajo apariencias humildes que ocultan la gloria de toda realidad celestial mientras seguimos en la tierra. Tu victoria ha llegado porque tú has llegado; tú has andado los caminos del hombre y has hablado su lengua; tú has gustado su miseria y has llevado a cabo su redención; tú has hallado la muerte y has restaurado la vida. Sé todo eso, y ahora quiero hacerlo realidad en mi vida para que yo mismo viva esa fe y todos sean testigos. Hazme gustar la victoria en el alma para que pueda proclamarla con los labios. Entre tanto, gozo viendo en sueño y profecía la victoria final que te devolverá la tierra entera a ti que la creaste. Entonces todos lo verán y todos entenderán; la humanidad se unirá, y todos los hombres reconocerán tu majestad y aceptarán tu amor. Ese día es ya mío, Señor, en fe y esperanza • Carlos G. Vallés, Busco tu rostro. Orar los Salmos

¡Sí!



El Señor llamó al hombre y le dijo: ¿Dónde estás? Este contestó: oí tu ruido en el jardín, me dio miedo y me escondí [1]. Miles de años después, los hombres seguimos sin querer llegar a esa cita con Dios: rehuimos el encuentro, el diálogo, sin embargo, para nuestra fortuna existió –¡existe!- una criatura que se dejó encontrar, que respondió rápidamente, que se comprometió profundamente, que dio un que aún resuena en el aire: He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra[2]. Dios encontró el perfecto, encontró a una criatura dispuesta a recibir, antes incluso que a dar. Una criatura libre de preocupaciones egoístas, vaciada de sí misma que ha desterrado el orgullo, repudiado el amor propio y convertido en pura acogida. No es una criatura vacía. Sino una criatura que ha sabido hacer el vacío. La Virgen María es aquella que ha permitido a Dios hacer y obrar libremente en ella. Muchos nos obsesionamos por entender lo que hay en la mente de Dios y los planes que tiene con nosotros. La Virgen descubrió en silencio –sus palabras son muy pocas- que lo primero que tenía que hacer era dejar hacer a Dios; dejarse hacer por Él, ser tomada por Él, abandonarse al poder de su Espíritu. Cuando ella ha asentido a lo que se le propone, el texto dice, sin más, que el ángel se retiró[3]. Siempre me ha impresionado este detalle en la anunciación. No es un fin alegre. En todo caso es un fatigoso y comprometido inicio. María queda sola. Ya no habrá ninguna comunicación extraordinaria. Ningún mensaje que le dé garantías y elimine las dudas. Debe hacer el camino con la ayuda de la propia fe, como nosotros; los ángeles no vuelven a aparecer en la vida de la Virgen, al menos los evangelios no nos lo dicen. A lo largo de la vida de María saltarán los por qué, y deberá llegar a la luz a través de las tinieblas más espesas, no a través de las respuestas más aseguradoras. El ángel cumplió su misión, terminó de hablar y se marchó. A partir de ése momento la Virgen tendrá que preguntar para saber algo. Para entender mejor, como todos los mortales. Empezará a conocer el camino recorriéndolo; encontrará la verdad haciéndola. Aquí está, una vez más, la paradoja que aparece en toda la Escritura y que la Virgen María vivió hasta las últimas consecuencias. debe ser para nosotros la más frecuente de nuestras palabras, la oración decisiva. Que la Santísima Virgen María en el misterio de su Inmaculada Concepción que celebramos esta mañana quiera interceder por nosotros para que seamos más acogedores, más abiertos ante el don Dios, ante su invitación llena de amor y de alegría[4] •AE


[1] Gn 3, 9-10; en hebreo se emplea una sola palabra: Ayéka.
[2] Lc 1, 38.
[3] Idem.
[4] A. Pronzato, El pan del Domigo, Ciclo B, Edit. Sígueme, Salamanca 1987, p. 274.