Buenas noticias y misioneros y cosas asín



Aunque lo olvidamos una y otra vez, la Iglesia está marcada por el envío de Jesús. Por eso es peligroso concebirla como una institución fundada para cuidar y desarrollar su propia religión. Responde mejor al deseo original de Jesús la imagen de un movimiento profético que camina por la historia según la lógica del envío: saliendo de sí misma, pensando en los demás, sirviendo al mundo la Buena Noticia de Dios. «La Iglesia no está ahí para ella misma, sino para la humanidad, decía Papa Benedicto. Por eso es hoy tan peligrosa la tentación de replegarnos sobre nuestros propios intereses, nuestro pasado, nuestras adquisiciones doctrinales, nuestras prácticas y costumbres. Más todavía, si lo hacemos endureciendo nuestra relación con el mundo. ¿Qué es una Iglesia rígida, anquilosada, encerrada en sí misma, sin profetas de Jesús ni portadores del Evangelio? Esta es la gran noticia: Dios está cerca de nosotros animándonos a hacer más humana la vida. Pero no basta afirmar una verdad para que sea atractiva y deseable. Es necesario revisar nuestra actuación: ¿qué es lo que puede llevar hoy a las personas hacia el Evangelio?, ¿cómo pueden captar a Dios como algo nuevo y bueno? Seguramente nos falta amor al mundo actual y no sabemos llegar al corazón del hombre y la mujer de hoy. No basta predicar sermones desde el altar. Hemos de aprender a escuchar más, acoger, curar la vida de los que sufren... solo así encontraremos palabras humildes y buenas que acerquen a ese Jesús cuya ternura insondable nos pone en contacto con Dios, el Padre Bueno de todos. La Buena Noticia de Jesús se comunica con respeto total, desde una actitud amistosa y fraterna, contagiando paz. Es un error pretender imponerla desde la superioridad, la amenaza o el resentimiento. Es antievangélico tratar sin amor a las personas solo porque no aceptan nuestro mensaje. Pero ¿cómo lo aceptarán si no se sienten comprendidos por quienes nos presentamos en nombre de Jesús? Un buen fin de semana –Holiday, además, en los Estados Unidos- para pensarlo y poner manos a la obra • AE

Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?


Las primeras generaciones cristianas conservaron el recuerdo de este episodio del evangelio como un, digamos, constante examen de conciencia para los seguidores de Jesús. Su intuición era certera. Sabían que la Iglesia de Jesús debería escuchar una y otra vez la pregunta que un día hizo Jesús a sus discípulos en las cercanías de Cesárea de Filipo: Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?. Y es que si dejamos apagar nuestra fe en Jesús perderemos nuestra identidad, es decir no acertaremos a vivir con audacia creadora la misión que Jesús nos confió; no nos atreveremos a enfrentarnos al momento actual, abiertos a la novedad de su Espíritu; nos asfixiaremos en nuestra mediocridad. La verdad es que no vivimos en una época fácil, justo por eso si no volvemos al Señor con más verdad y fidelidad la desorientación nos irá paralizando y nuestras palabras seguirán perdiendo credibilidad. Jesús es el quid de todo, el fundamento y la fuente de todo lo que somos, decimos y hacemos. ¿Quién es hoy Jesús para los cristianos? Confesamos, como Pedro es el Mesías de Dios, el Enviado del Padre, y es cierto: Dios ha amado tanto al mundo que nos ha regalado a Jesús, pero ¿Sabemos acoger, cuidar, disfrutar y celebrar este gran regalo de Dios? ¿Es Jesús el centro de nuestras celebraciones, encuentros y reuniones? Lo confesamos también como Hijo de Dios. Él nos puede enseñar a conocer mejor a Dios, a confiar más en su bondad de Padre, a escuchar con más fe su llamada a construir un mundo más fraterno y justo para todos, pero ¿Estamos descubriendo en nuestras comunidades el verdadero rostro de Dios encarnado en Jesús? ¿Sabemos anunciarlo y comunicarlo como una gran noticia para todos? Y cuando decimos todos, es todos. También aquellos que nos parecen “malos”. Llamamos a Jesús Salvador porque tiene fuerza para humanizar nuestras vidas, liberar nuestras personas y encaminar la historia humana hacia su verdadera y definitiva salvación. ¿Es esta la esperanza que se respira entre nosotros? ¿Es esta la paz que se contagia desde nuestras comunidades? Confesamos a Jesús como nuestro único Señor y predicamos que no queremos tener otros señores ni someternos a ídolos falsos pero ¿realmente ocupa Jesús el centro de nuestras vidas? ¿Le damos primacía absoluta? ¿Lo ponemos por encima de todo y de todos? ¿Somos de Jesús? ¿Es él quien nos anima y hace vivir? Nuestra gran tarea es reafirmar la centralidad del Señor en su Iglesia y luego, por consiguiente, en la vida de cada uno. Todo lo demás viene después • AE


Un buen (y grande) lugar en el corazón de Dios



Por qué o para qué invita Simón al Señor a su casa? El texto no nos lo cuenta. Quizá quiere preguntar algo; Jesús lleva tiempo con fama de profeta entre la gente. El Señor acepta la invitación: a todos ha de llegar la Buena Noticia de Dios. Durante la comida sucede algo que Simón no había previsto. Una prostituta de la localidad interrumpe, se echa a los pies de Jesús y rompe a llorar. No sabe cómo agradecerle el amor que muestra hacia quienes, como ella, viven marcadas por el desprecio general. Ante la sorpresa de todos, besa una y otra vez los pies de Jesús y los unge con un perfume precioso. Simón contempla horrorizado la escena. ¡Una mujer pecadora tocando a Jesús en su propia casa! No lo puede soportar: aquel hombre es un inconsciente, no un profeta de Dios. A aquella mujer impura habría que apartarla rápidamente de Jesús. Sin embargo, Jesús se deja tocar y querer por la mujer. Ella le necesita más que nadie. Con ternura especial le ofrece el perdón de Dios, luego la invita a descubrir dentro de su corazón una fe humilde que la está salvando. Jesús solo le desea que viva en paz: Tus pecados te son perdonados… Tu fe te ha salvado. Vete en paz. El Evangelio con mucha frecuencia resalta la cercaía de Jesús con los más excluidos por casi todos: prostitutas, recaudadores, leprosos… Su mensaje es escandaloso: los despreciados por los hombres más religiosos tienen un lugar privilegiado en el corazón de Dios. La razón es solo una: son los más necesitados de acogida, dignidad y amor. Algún día tendremos que revisar, a la luz de este comportamiento del Señor cuál es nuestra actitud en nuestras comunidades ante ciertos colectivos como las mujeres que viven de la prostitución o los homosexuales y lesbianas cuyos problemas, sufrimientos y luchas preferimos casi siempre ignorar y silenciar en el seno de la Iglesia, como si para nosotros no existieran. Así tal cual. No son pocas las preguntas que nos podemos hacer: ¿Dónde pueden encontrar entre nosotros una acogida parecida a la del Señor? ¿A quién le pueden escuchar una palabra que les hable de Dios como hablaba él? ¿Qué ayuda pueden encontrar entre nosotros para vivir su condición sexual desde una actitud responsable y creyente? ¿Con quiénes pueden compartir su fe con paz y dignidad? ¿Quién es capaz de intuir el amor insondable de Dios a los olvidados por todos? • AE

Viudas y lágrimas y compasión y cosas asín


Cuando el Señor llega a Naín se encuentra con un hecho muy triste. Jesús viene del camino, acompañado de sus discípulos y de un gran gentío. De la aldea sale un cortejo fúnebre camino del cementerio. Una madre viuda, acompañada por sus vecinos, lleva a enterrar a su único hijo. En pocas palabras, Lucas nos ha descrito la trágica situación de la mujer. Es una viuda, sin esposo que la cuide y proteja en aquella sociedad controlada por los varones. Le quedaba solo un hijo, pero también este acaba de morir. La mujer no dice nada. Solo llora su dolor. ¿Qué será de ella? El encuentro ha sido inesperado. Jesús venía a anunciar también en Naín la Buena Noticia de Dios. ¿Cuál será su reacción? Según el relato, «el Señor la miró, se conmovió y le dijo: No llores». Es difícil describir mejor al Profeta de la compasión de Dios. No conoce a la mujer, pero la mira detenidamente. Capta su dolor y soledad, y se conmueve hasta las entrañas. El abatimiento de aquella mujer le llega hasta dentro. Su reacción es inmediata: No llores. Jesús no puede ver a nadie llorando. Necesita intervenir. No lo piensa dos veces. Se acerca al féretro, detiene el entierro y dice al muerto: Muchacho, a ti te lo digo, levántate. Cuando el joven se reincorpora y comienza a hablar, Jesús lo entrega a su madre para que deje de llorar. De nuevo están juntos. La madre ya no estará sola. Todo parece sencillo. El relato no insiste en el aspecto prodigioso de lo que acaba de hacer Jesús sino que nos invita a ver -¡a contemplar!- la revelación de Dios como Misterio de compasión, capaz de salvar incluso de la muerte. Es la compasión de Dios la que hace a Jesús tan sensible al sufrimiento de la gente. En la Iglesia hemos de recuperar cuanto antes la compasión como el estilo de vida propio de los seguidores de Jesús. La hemos de rescatar de una concepción sentimental y moralizante que la ha desprestigiado. La compasión que exige justicia es el gran mandato del Señor: Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo. Esta compasión es hoy más necesaria que nunca, pero no una compasión como la de Mariquita la Sabihonda. La Iglesia –la voz es la de Papa Francisco- tiene la misión de anunciar la misericordia de Dios, corazón palpitante del Evangelio, que por su medio debe alcanzar la mente y el corazón de toda persona. La Esposa de Cristo hace suyo el comportamiento del Hijo de Dios que sale a encontrar a todos, sin excluir ninguno [1]. Sabe bien que Jesús mismo se presenta como Pastor de cien ovejas, no de noventa y nueve. Las quiere todas. A partir de esta consciencia, se hará posible que a todos, creyentes y lejanos, pueda llegar el bálsamo de la misericordia como signo del Reino de Dios que está ya presente en medio de nosotros [2]. En muchos lugares todo importa menos el sufrimiento de las víctimas, todo funciona como si no hubiera dolientes ni perdedores. El sufrimiento de los demás ha de ser tomado en serio; no puede ser aceptado socialmente como algo normal pues es inaceptable para Dios. Él no quiere ver a nadie llorando •AE



[1] Bula Misericordiae vultus (11 abril 2015), 12: AAS 107 (2015), 407.
[2] Cfr. Ibíd., 5: 402