En verdad es justo y necesario,
es nuestro deber y salvación,
darte gracias siempre y en todo lugar,
Señor, Padre santo,
Dios todopoderoso y eterno.

Y proclamar siempre tus alabanzas 
en los ángeles y arcángeles,
porque el honor que ellos te tributan
manifiesta tu grandeza y tu gloria
y, por grande que sea su esplendor
tú demuestras cuán inmenso eres,
y que has de ser honrado por encima 
de cualquier creatura,
por Jesucristo, Señor nuestro.

Por él, te alaba la multitud de los ángeles,
y nosotros nos unimos a ellos
para adorarte alegremente
y cantar a una sola voz:

Santo, Santo, Santo
es el Señor,
Dios de universo.
Llenos están el cielo y la tierra
de tu gloria.
Hosanna en el cielo.
Bendito el que viene 
en nombre del Señor

Hosanna en el cielo • 

Misal Romano, Prefacio de los Santos Arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael.

¡Tu Calendario y el mio!


En ti confío; no sea yo confundido.


Ya sé que mis pecados se meten de por medio y lo estropean todo. Por eso ruego: No te acuerdes de los pecados ni de las maldades de mi juventud; acuérdate de mí con misericordia, por tu bondad, Señor. Por el honor de tu nombre, Señor, perdona mis culpas, que son muchas. No te fijes en mis maldades, sino en la confianza que siento en ti. Sobre esa confianza he basado toda mi vida. Por esa confianza puedo hablar y obrar y vivir. La confianza de que tú nunca me has de fallar. Esa es mi fe. Tú no le fallas a nadie. Tú no permitirás que yo quede avergonzado. Tú no me decepcionarás. Se me hace difícil decir eso a veces, cuando las cosas me salen mal y pierdo la luz y no veo salida. Se me hace difícil decir entonces que tú nunca fallas. Ya sé que tus miras son de largo alcance, pero las mías son cortas, Señor, y mi medida paciencia exige una rápida solución cuando tú estás trazando tranquilamente un plan muy a la larga. Tenemos horarios distintos, Señor, y mi calendario no encaja en tu eternidad. Estoy dispuesto a esperar, a acomodarme a tus horas y seguir tus pasos. Pero no olvides que mis días son limitados, y mis horas breves. Responde a mi confianza y redime mi fe. Dame signos de tu presencia para que mi fe se fortalezca y mis palabras resulten verdaderas. Muestra en mi vida que tú nunca fallas a quienes se entregan a ti, para que pueda yo vivir en plenitud esa confianza y la proclame con convicción. Dios nunca le falla a su Pueblo • C. G. Vallés, Busco tu rostro. Orar con los Salmos, Ed. Sal Terrae, Santander, p. 50 s.

Razonar, creer, comprender y seguir caminando.


En el evangelio de hoy el Señor distingue entre las buenas obras y las buenas palabras, y nos ayuda a entender que no siempre se corresponden[1]. Y es que creer no es únicamente saber más que los demás, o saber descifrar la voluntad de Dios, o tener como ciertas las verdades que la Iglesia nos propone. Creer, con cuerpo y alma y todos los dientes es hacer un esfuerzo diario por vivir una vida coherente con el evangelio. Hoy el Señor se dirige al pueblo de Israel, y en él a nosotros. Israel es el pueblo que oficialmente había dicho a Dios, pero después no acepta el mensaje propuesto por Jesús, a pesar de haber visto sus signos y milagros[2]. Israel no entiende que trabajar en la viña significa tener como criterio el amor y el servicio a todos,  especialmente a los más desprotegidos. El Señor se enfrenta con unas conductas muy religiosas y observantes de todos y cada uno los preceptos de la ley ¡pero impenetrables al mensaje de amor y cercanía que él viene a traer! Y así es que presenta como ejemplares otras conductas que pueden ser inmorales e incluso escandalosas de personas que se dejan transformar por la luz y la fuerza del Evangelio. Hoy, en algún momento del día, podríamos preguntarnos cómo nos relacionamos con la voluntad de Dios, si nos identificamos en las palabras –la parte fácil- y en las obras. La gran tentación que algunos tenemos es que, por andar en estos caminos de Dios, ya no vemos la necesidad convertirnos constantemente, y al mismo tiempo salta la pregunta desde la radicalidad: ¿Es entonces necesario volvernos publicanos o prostitutas? No. El quid está descubrir que de hecho somos publicanos y prostitutas, pecadores de una forma o de otra, pero que cuando tomamos conciencia de ello es cuando se abre para nosotros la oportunidad de ser como el segundo de los hijos, el que dice que no, pero luego se detiene un momento, razona, comprende, cree, y se pone en camino a cumplir, lo mejor que le sale de las ganas y las manos, la voluntad del Padre. Es ahí cuando hacemos esa Iglesia de la que nos habla con tanta frecuencia el Santo Padre Francisco: «Jesucristo quiere una Iglesia atenta al bien que el Espíritu derrama en medio de la fragilidad: una Madre que, al mismo tiempo que expresa claramente su enseñanza objetiva, “no renuncia al bien posible, aunque corra el riesgo de mancharse con el barro del camino”»[3] • AE



[1] Mt 21,28-32.
[2] Cfr. Jn 2, 11; 11, 38-44.
[3] Exhortación Apostólica Postsinodal Amoris Laetitia, n.  308. El documento completo puede leerse aquí: http://w2.vatican.va/content/francesco/es/apost_exhortations/documents/papa-francesco_esortazione-ap_20160319_amoris-laetitia.html

Cariñoso con todas sus criaturas


Una generación pondera tus obras a la otra 
y le cuenta tus hazañas (Sal 145)

Pienso con frecuencia en el vacío generacional. Y hoy, al contemplar la historia de tu Pueblo, sus tradiciones, su oración en público y el cantar de tus salmos, pienso en el vínculo generacional. Una generación instruye a la siguiente, pasa el testigo, entrega creencias y ritos, y el pueblo entero, viejos y jóvenes, reza al unísono, en concierto de continuidad, a través de las arenas del desierto de la vida. La historia nos une. Tus salmos, Señor, más que ninguna otra oración nos unen, nos enseñan, nos hacen vivir la herencia de siglos en la exactitud del presente.

Alaban ellos la gloria de tu majestad, 
y yo repito tus maravillas; 
encarecen ellos tus temibles proezas, 
y yo narro tus grandes acciones
Diálogo en la plegaria de dos generaciones.


Que el rezo de tus salmos sea lazo de unión en tu Pueblo, Señor • Carlos G. Vallés, Busco tu rostro. Orar con los Salmos, Ed. Paulinas- Sal Terrae, Santander 1989, p. 262. 

El ojo y el corazón


En algún momento de nuestro camino fe sin duda hemos pensado que la religión consiste en lo que damos o hacemos por Dios, cuando la realidad es que sucede justo lo contrario: la religión consiste en lo que Dios hace por nosotros. Y es que tenemos mentalidad de mercenarios, una gran incapacidad para considerarnos siervos inútiles[1] y sobre todo no dimensionamos lo peligroso que es exigir a Dios «lo que es justo». El buen obrero que va la viña, según el corazón del Señor, es el que se desinteresa del salario, el que encuentra la propia alegría en poder trabajar por el Reino. ¿O Vas a tenerme rencor porque soy bueno?, pregunta el dueño de la viña. En algunas traducciones en lugar de rencor se traduce por “ojo malo” #Exacto En el fondo la parábola de este domingo nos dice que podemos ser unos trabajadores extraordinarios, pero al mismo tiempo estar enfermos de ese “ojo malo”. En otras palabras: ¿Somos capaces de aceptar la bondad del Señor, de no refunfuñar cuando perdona, cuando compadece, cuando olvida las ofensas, cuando es paciente y generoso hacia el que se ha equivocado? ¿Somos capaces de perdonar a Dios sus injusticias?[2] Qué duda cabe: nuestra desgracia es la envidia. El ojo malo. La mezquindad. No estamos dispuestos a hacer fiesta cuando Dios hace fiesta a quien no se la merece. Si muchos de nosotros hubiésemos estado presentes bajo la cruz quizá habríamos considerado inadmisible la pretensión de aquel ladrón de entrar en el Reino[3] y habríamos enumerado muchos motivos para criticar a aquel que no tenía para exhibir ninguna de esas virtudes nuestras probadas (por nosotros), sino sólo maldades. La infinita misericordia de Dios sólo tiene un enemigo: el ojo malo. Y quien tiene el ojo malo, y no intenta curarse, es también enemigo de sí mismo. Si esperamos la vida eterna como justa recompensa a nuestros méritos, hermano mío, hermana mía, nos cerramos a la posibilidad de sorprendernos, como los trabajadores de la última hora, frente a la enorme generosidad del dueño de la viña. Que el Señor en su infinita misericordia nos ayude a quitar de nuestros corazones ese deseo de estar contabilizando nuestros méritos y  confrontándolos con los de los demás y corrigiendo a cada momento los criterios generosos y maravillosos de nuestro Padre Dios • AE



[1] Cfr. Lc 17, 10.
[2] Cfr. Lc 15, 11-32.
[3] Cfr. Ídem 23, 42. 

Él se acuerda...¡que somos de barro!


Bendice, alma mía, al Señor, 
y no olvides sus beneficios. 
El perdona todas tus culpas 
y cura todas tus enfermedades.

Hoy canto tu misericordia, Señor; tu misericordia, que tanto mi alma como mi cuerpo conocen bien. Tú has perdonado mis culpas y has curado mis enfermedades. Tú has vencido al mal en mí, mal que se mostraba como rebelión en mi alma y corrupción en mi cuerpo. Las dos cosas van juntas. Mi ser es uno e indivisible, y todo cuanto hay en mí, cuerpo y alma, reacciona, ante mis decisiones y mis actos, con dolor o con gozo físico y moral a lo largo del camino de mis días. Sobre todo ese ser mío se ha extendido ahora tu mano que cura, Señor, con gesto de perdón y de gracia que restaura mi vida y revitaliza mi cuerpo. Hasta mis huesos se alegran cuando siento la presencia de tu bendición en el fondo de mi ser. Gracias, Señor, por tu infinita bondad.

Como se levanta el cielo sobre la tierra, 
así se levanta su bondad sobre sus fieles; 
como dista el oriente del ocaso, 
así aleja de nosotros nuestros delitos; 
como un padre siente ternura por sus hijos, 
así siente el Señor ternura por sus fieles, 
porque él conoce nuestra masa, 
se acuerda de que somos barro.

Tú conoces mis flaquezas, porque tú eres quien me has hecho. He fallado muchas veces, y seguiré fallando. Y mi cuerpo reflejará los fallos de mi alma en las averías de sus funciones. Espero que tu misericordia me visite de nuevo, Señor, y sanes mi cuerpo y mi alma como siempre lo has hecho y lo volverás a hacer, porque nunca fallas a los que te aman.

Él rescata, alma mía, tu vida de la fosa 
y te colma de gracia y de ternura; 
él sacia de bienes tus anhelos, 
y como un águila se renueva tu juventud

Mi vida es vuelo de águila sobre los horizontes de tu gracia. Firme y decidido, sublime y mayestático. Siento que se renueva mi juventud y se afirma mi fortaleza. El cielo entero es mío, porque es tuyo en primer término, y ahora me lo das a mí en mi vuelo. Mi juventud surge en mis venas mientras oteo el mundo con serena alegría y recatado orgullo. ¡Qué grande eres, Señor, que has creado todo esto y a mí con ello! Te bendigo para siempre con todo el agradecimiento de mi alma • Carlos G. Vallés,  Busco tu rostro. Orar los Salmos, Ed. Sal Terrae, Santander-1989, pás 197 s.

Venganza y Perdón.


La pregunta sin anestesia ni nada: quienes vamos caminando el camino de la vida en pleno año 2017 ¿acudimos con frecuencia al perdón de Dios, o ya no necesitamos sentirnos perdonados ni por Él ni por nadie? ¡Gran pregunta! La verdad es que atribuimos nuestros males a las deficiencias de una sociedad mal organizada, a las actuaciones injustas que provienen de los otros –el gobierno, la iglesia y su jerarquía, los vecinos- o hasta a la naturaleza, Pero ¿No necesitaremos, en lo más hondo de nuestro, ser confesar nuestros propio pecados y sentirnos comprendidos por Alguien? ¿No será muy saludable sabernos aceptados con nuestros errores y miserias, acogidos y restituidos? La experiencia del perdón es una experiencia tan fundamental que quien no conoce el gozo de ser perdonado, corre el riesgo de no crecer como hombre, como mujer. La parábola del evangelio de éste domingo y que es la respuesta  que da el Señor a Pedro sobre cuántas veces ha de perdonar nos recuerda lo esencial del perdón en nuestra vida[1]. Si no nos sabemos comprendidos y entendidos y perdonados por Dios, difícilmente sabremos comprender y entender y perdonar a los demás, viviendo sin entrañas, justo como el siervo de la parábola, endureciendo cada vez más nuestras exigencias y reivindicaciones y negando a todos la ternura y el perdón. Quizá los humanos pensamos que todo se puede lograr endureciendo las luchas, despertando la agresividad y enconando el resentimiento. En realidad lo que hemos logrado es un espiral de violencia y de dolor. Pensémoslo éste fin semana. El perdón, hermano mío, hermana mía, no es algo inútil, o propio de personas débiles y resignadas ¡Todo contrario! El perdón está en las almas fuertes, o al menos en las almas que luchan por serlo. Si alguien de otro planeta nos observara vería que vivimos estrangulándonos unos a otros y gritándonos constantemente: “págame lo que me debes”[2]. Y esto, lo único que logra es separarnos más y endurecer más los corazones[3]. Perdonar es un acto de fortaleza espiritual, un acto liberador. Es un mandamiento cristiano y además un gran alivio. Significa optar por la vida. Santo Tomás de Aquino, el gran teólogo de la Edad Media, aconseja a quienes sufren, entre otras cosas, que no se rompan la cabeza con argumentos, ni leer, ni escribir; antes que nada, deben tomar un baño, dormir y hablar con un amigo[4]. En un primer momento, generalmente no somos capaces de aceptar un gran dolor. Necesitamos tranquilizarnos. Perdonar puede ser una labor interior auténtica y dura. Pero con la ayuda de buenos amigos y, sobre todo, con la ayuda de la gracia divina, es posible realizarla. Con mi Dios, salto los muros, canta el salmista[5]. Podemos referirlo también a los muros que están en nuestro corazón. Si conseguimos crear una cultura del perdón, podremos construir juntos un mundo habitable, donde habrá más vitalidad y fecundidad. Y felicidad. De la auténtica. Como lo dije el viejo proverbio: "¿Quieres ser feliz un momento? Véngate. ¿Quieres ser feliz siempre? Perdona” •


[1] Cfr. Mt 18, 15-20.
[2] Ídem, v. 28.
[3] J. A. Pagola, Buenas Noticias, Navarra, 1985, p. 109 ss.
[4] Cfr. TOMÁS DE AQUINO, Summa theologiae I-II, q.22.
[5] Cfr. Sal 18. 

¡Reevangelizarnos!


Ojalá escuchéis hoy su voz:
No endurezcáis vuestro corazón.

¿Cómo afinar la sensibilidad sobrenatural y la intuición evangélica para estar en condiciones de percibir las sugerencias de esa voz? Antes que nada, es necesario reevangelizarse constantemente acudiendo a la Palabra de Dios, leyendo, meditando, viviendo el Evangelio, para ir adquiriendo, cada vez más, una mentalidad evangélica. Aprenderemos a reconocer la voz de Dios dentro de nosotros en la medida en que aprendamos a conocerla de los labios de Jesús, Palabra de Dios hecha hombre. Y esto se lo puede pedir con la oración. Luego deberemos dejar vivir al Resucitado en nosotros, renegando a nosotros mismos, haciéndole la guerra al egoísmo, al "hombre viejo" que está siempre al acecho. Esto requiere una gran inmediatez a decir que no a todo lo que va contra la voluntad de Dios y a decirle a todo lo que Él quiera; no a nosotros mismos en el momento de la tentación, cortando de inmediato con sus insinuaciones y sí a las tareas que Él nos ha confiado, sí al amor hacia todos los prójimos, sí a las pruebas y a las dificultades que encontramos. Podemos, finalmente, identificar más fácilmente la voz de Dios si tenemos al Resucitado en medio de nosotros, es decir, si amamos hasta la reciprocidad, creando en todas partes oasis de comunión, de fraternidad. Jesús en medio de nosotros es como el altoparlante que amplifica la voz de Dios dentro de cada uno, haciéndola escuchar más claramente. También el apóstol Pablo enseña que el amor cristiano, vivido en la comunidad, se enriquece siempre más en conciencia y en todo tipo de discernimiento, ayudándonos a reconocer siempre lo mejor. Entonces nuestra vida estará como entre dos fuegos: Dios en nosotros y Dios en medio de nosotros. En este horno divino nos formamos y nos entrenamos a escuchar y seguir a Jesús. Una vida guiada en todo lo posible por el Espíritu Santo resulta hermosa: tiene sabor, tiene vigor, tiene mordiente, es auténtica y luminosa • Chiara Lubich. 

Chiara Lubich (1920-2008) fue la fundadora y presidenta del Movimiento de los Focolares.

Conductas y conductos.


Es un hecho que el tema de la corrección fraterna –y paterna y materna y de donde venga- nos cae, en general, mal. Pocos soportamos que alguien nos advierta, aconseje o que nos llame la atención sobre algo. Huimos de la corrección fraterna en ambas direcciones: no queremos ser corregidos y mucho menos corregir. Y paradójicamente rechazamos esta corrección en una época en la que exigimos correcciones técnicas en todo: en la puerta de mi coche, que no cierra bien; en el televisor, que no da una imagen suficientemente nítida, en la hechura del traje que nos acabamos de comprar. Se diría que, en la medida en que hemos conseguido precisiones tecnológicas increíbles a base de corregir, en la misma medida hemos llegado a una irresponsable dejación de las conductas humanas, justamente por no corregir. El evangelio de este domingo es tan claro como el chorro de un surtidor: Si tu hermano peca, repréndele a solas[1]Se trata de una corrección preocupada, insistente, progresiva: a solas..., ante dos..., ante la comunidad[2]. Y es que la mala conducta no puede dejar nunca indiferente al cristiano. El pecado no sólo repercute en quien lo comete, sino en la comunidad a la que pertenece. Cuando un miembro de nuestro cuerpo está herido, todo nuestro cuerpo siente malestar y dolor[3]. Hablamos constantemente de solidaridad, y usamos el término cuando los derechos humanos de alguien han sido quebrantados. Pero solidaridad es también velar para que los árboles –y todos lo somos- crezcan y mueran de pie. El jardinero corrige las guías torcidas de sus arbustos. Y los padres, los educadores, los sacerdotes, los cristianos en general, somos jardineros de la viña del Señor. Lo que pasa es que, para corregir, hacen falta dos cosas al menos. Una, mucha humildad. El que corrige no es infalible, sino un servidor dispuesto, a su vez, a ser corregido. Corregir, no es anatematizar, humillar, aplastar, sino valorar al corregido. Y, dos. La corrección ha de partir del amor y terminar en el amor, de otra forma se vuelve el más incomodo de los momentos. Mucho mejor lo decía Gabriela Mistral «Aligérame, Señor, la mano en el castigo, y suavízamela en la caricia. Y que reprenda con amor para saber que he corregido amando»[4] • AE 


[1] Mateo 18,15-20.
[2] Idem. 
[3] Cfr 1 Cor 12, 26. 
[4] Gabriela Mistral (1889-1957), fue una poetisa, diplomática y pedagoga chilena. Una de las principales figuras de la poesía y literatura latinoamericana, fue la primera iberoamericana​ premiada con el Nobel: ganó el de Literatura en 1945.