Tocar y creer



Dijo para sí: «Tocaré su orla». La tocó y quedó curada. Investiguemos qué es la orla del vestido. Esté atento nuestro corazón. La tocó y quedó sana. Toquemos también nosotros, es decir, creamos para poder ser sanados • San Agustín, obispo de Hipona (norte de Africa), Sermón 63 A, 2-3.



La logística del amor (XIII Domingo del Tiempo Ordinario)



El evangelio no menciona que Jesús pidiera a los enfermos que tuviesen paciencia, o que viesen en el sufrimiento una prueba. Tampoco habla de aceptar la muerte resignadamente. Jesús, ante la enfermedad y ante la muerte, actúa: no se queda cruzado de brazos o dice frases piadosas. Nosotros, ante nuestros hermanos y hermanas enfermos, o ante quienes sufren la muerte de alguien cercano con frecuencia nos preguntamos qué hacer, qué decir, cómo actuar. Desde luego que lo que hacía Jesús no podemos hacerlo, no tenemos el poder de obrar milagro, por tanto, ante el dolor y la muerte no se trata tanto de hablar, como de actuar ¿cómo? Procurando comunicar vida a quienes más la necesitan: haciendo compañía, atendiendo con el máximo cariño, echando una mano en la logística. En otras palabras: lo que nosotros podemos hacer es procurar compartir el amor que Dios tiene para con los que sufren la enfermedad o la muerte. No tenemos el poder de hacer milagros, pero tenemos el poder de amar que es, probablemente, lo más importante. El señor necesitaba una sola cosa para poder actuar: necesitaba que quienes pedían tuvieran fe, de ahí su No temas, basta que tengas fe a Jairo, y el tu fe te ha curado a la mujer enferma ¿De qué fe se trata? Desde luego no del Credo ni de ninguna oración hecha. Probablemente la mayoría de quienes fueron curados por Jesús no creían –porque no lo sabían- que él era el Hijo de Dios. La fe que pedía Jesús para curar era confianza en la bondad de Dios, en que Dios quería que se curaran, en que Dios es el Padre de la vida y quiere vida para todos, como escuchamos en la primera de las lecturas. Este gran anuncio –que es el anuncio del Reino de Dios- se realizaba por Jesús. Y esta fe en la bondad de Dios, creador de la vida que sufre por el dolor de quienes sufren, esta fe que nosotros hemos recibido, es lo que cada domingo celebramos y hoy pedimos que se nos vuelva más viva para poder acerarnos en un silencio respetuoso, práctico y lleno de amor a quienes sufren en el cuerpo o en el espíritu •AE

Natividad de San Juan Bautista (2018)



Nacía Juan, y el monte de Judea
se llenaba de hogueras y alegría;
parabienes daban a Isabel
y un himno alzaba el mudo Zacarías.

Tan cerca está el siervo del Señor,
la vigilia y la fiesta tan unidas,
que al sentir el rocío de la aurora
gozábamos del sol de mediodía.

Con agua pura Juan purificaba
y bautizaba al alma arrepentida;
pero un baño de Espíritu y de fuego
del Mayor y Esperado prometía.

Juan es grande entre todos los nacidos,
el Viejo Testamento toca cima;
luego al bajar al valle es más dichoso
el más pequeño siervo del Mesías.

Como marea, gracia sobre gracia,
una gracia mayor llega a la orilla:
si hoy nace el Precursor, saltad de gozo
que tras él viene el Hijo de María.

Cante la Iglesia santa recordando
cómo entonces también ella nacía;
cante y bendiga al Padre dadivoso
en quien la vida nace y finaliza. Amén •

P. Rufino Mª Grández, ofmcap, 
en la Natividad de  San Juan Bautista de 1978. 

El oro y el oropel, la verdad y la mentira (La Natividad de San Juan Bautista, 2018)



Pietre de Grebber, Juan el Bautista delante de Herodes
óleo sobre tela, colección permamente del Palais des Beaux-Arts de Lille (Francia)
...

El nacimiento de Juan el Bautista está rodeado de luz y de alegría, incluso de algunos hechos singulares y hasta insólitos. Zacarías e Isabel, sin ponerse de acuerdo y por separado, presintieron que su nombre era Juan. A Zacarías le volvió el habla cuando lo escribió en aquellas tablillas y el niño saltó de gozo y estuvo santificado desde el mismísimo seno de Isabel. Por si todo lo anterior suena a poco, ambos reciben la visita de la madre del Señor. Este domingo celebramos la Natividad de Juan, el bautista, el precursor, el pariente del Señor. Celebramos a un hombre que fue tan fiel a su vocación que, por realizarla, dio la vida. Por eso dedicamos otro día a celebrar su martirio. Juan no fue un niño mimado sino que se despojó –como el Señor- de su rango, y vivió en la austera soledad del desierto, dedicando su vida a la predicación y a enseñar a distinguir el oro del oropel, la verdad de la mentira, a señalar el camino de Jesús, el Cordero de Dios. Isaías lo había predicho: A ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo. Juan lo hizo muy bien. Lo hizo tan bien, que le cortaron la cabeza y se la entregaron a una bailarina en una bandeja. Y es que a los hombres nos desconcierta la verdad cuando llega de frente y sin filtros, antes de que nos deslumbre, somos capaces de cortarle la cabeza. Cuando Juan fue decapitado en realidad fue libre ¡Libérrimo! La verdad os hará libres, había dicho Jesús. El nacimiento de Juan fue regalo y su vida un gran esfuerzo personal. Las dos caras de una misma vocación. También nosotros hemos sido muy privilegiados: recibimos el don de la fe cristiana por el Bautismo y podernos acercar cuantas veces queramos a recibir el Cuerpo y la Sangre del Señor. Pero debemos ir más allá. Como el bautista, hemos de allanar caminos, de enderezar sendas, de ser profetas del Altísimo, de ser una voz que clame en el desierto de nuestras ciudades, tan ruidosas y ajetreadas. No nos basta con saltar de gozo en el seno de la Iglesia. Tenemos que salir. A extender nuestro dedo y señalar los caminos por los que pasa el Señor. La Natividad de Juan nos recuerda que también nosotros somos unos bien nacidos • AE

¡Y tañer para tu Nombre!



(Marc Chagall pintando unos paneles para el Lincoln Center de Nueva York 
en 1966 en su taller de París)

Es bueno dar gracias al Señor
y tañer para tu nombre, oh Altísimo,
proclamar por la mañana tu misericordia
y de noche tu fidelidad,
con arpas de diez cuerdas y laúdes
sobre arpegios de cítaras:
porque tus acciones, Señor, son mi alegría,
y mi júbilo las obras de tus manos.
¡Qué magníficas son tus obras, Señor,
qué profundos tus designios! • 

Salmo 91

Llegar y besar (XI del Tiempo Ordinario)



El evangelio apuesta siempre por lo pequeño, por lo que no atrae mucho, casi podríamos decir que por lo insignificante. Y es que el reino de los cielos no se parece a un mar embravecido de olas gigantes, sino más bien a una pequeña semilla que el hombre echa en tierra, a un grano de mostaza que es la más pequeña de todas las semillas. ¿Qué quiere decirnos Jesús con esto? Que nuestro papel en el reino no es de protagonismo individualista, sino de colaboración. Shoulder to shoulder, que dicen los gringos. Nos gusta atribuirnos la autoría de todo lo que funciona, nos entusiasma poner firma y rúbrica a todos los éxitos. Y por eso sufrimos cuando no se destaca suficientemente lo que hemos hecho. En la agricultura de Dios siempre es pequeña la semilla. Ezequiel habla de una ramita tierna que el Señor arrancó y plantó para que en la montaña más alta de Israel se convirtiera en un cedro noble[1]. David, aquel de quien descendería el Mesías, no era nada más que un pastorcillo de ovejas[2]. María, la mujer en la que el Verbo se hizo carne, no era más que una muchachita, la «esclava del Señor» se llama a sí misma[3], y Jesús, el Salvador del mundo, fue un niño indefenso. Al final, los que han resultado grandes delante de Dios fueron pequeños. Por eso los frutos de nuestro trabajo no suelen ser inmediatos, sino a largo plazo. El evangelio de hoy nos invita a sembrar con paciencia, porque la semilla va germinando sin que el hombre sepa cómo: primero, los tallos, luego la espiga, después los granos. Al fin, cuando el grano está a punto, se mete la hoz. Ha llegado la siega Y ahí nos duele. Los papás quisieran ver de inmediato el fruto del esfuerzo al educar a sus hijos, los sacerdotes buscamos el efecto instantáneo del ministerio y el mundo entero quiere llegar y besar. Pero ya se lo decía el Señor a la samaritana: uno es el que siembra y otro el que recoge. Toca pues esperar, con paciencia, con alegría, con buena cara • AE




[1] Cfr. Eze 17, 22-24.
[2] Cfr 1 Sam 16, 7.
[3]Cfr. Lc 1, 38.

De regreso al Tiempo Ordinario (Ciclo B)



El Tiempo Ordinario suele ser definido como "el tiempo en que Cristo se hace presente y guía a su Iglesia por los caminos del mundo"; un tiempo menor o un tiempo no fuerte. En el año litúrgico, se llama tiempo ordinario al tiempo que no coincide ni con la Pascua y su Cuaresma, ni con la Navidad y su Adviento. Son treinta y cuatro semanas en el transcurso del año, en las que no se celebra ningún aspecto particular del Misterio de Cristo. Es el tiempo más largo, cuando la comunidad de bautizados es llamada a profundizar en el Misterio pascual y a vivirlo en el desarrollo de la vida de todos los días. Por eso las lecturas bíblicas de las misas son de gran importancia para la formación cristiana de la comunidad. Esas lecturas no se hacen para cumplir con un ceremonial, sino para conocer y meditar el mensaje de salvación apropiado a todas las circunstancias de la vida. El Tiempo Ordinario del año comienza con el lunes que sigue del domingo después del seis de enero y se prolonga hasta el martes anterior a la Cuaresma, inclusive; se reanuda el lunes después del domingo de Pentecostés y finaliza antes de las primeras vísperas del primer domingo de Adviento. Las fechas varían cada año, pues se toma en cuenta los calendarios religiosos antiguos que estaban determinados por las fases lunares, sobre todo para fijar la fecha del Viernes Santo, día de la Crucifixión de Jesús. A partir de ahí se estructura todo el año litúrgico. En la liturgia, el sacerdote usa la casulla de color verde en la Misa, a excepción de los días festivos y de los mártires. La diversidad de colores litúrgicos en las vestiduras sagradas pretende expresar, con más eficacia, aún exteriormente, tanto el carácter propio de los misterios de la fe que se celebran, como el sentido progresivo de la vida cristiana en el transcurso del año litúrgico. El verde es símbolo de la esperanza, cuando todo florece, reverdece y se renueva • AE