Un Adviento con olor a Isaias



De Isaías sabemos muchas cosas. Sabemos, por ejemplo, que nació hacia el 765 antes de la era cristiana, que su padre se llamaba Amós y que estaba relacionado con la familia real. Su ministerio llegó a durar casi medio siglo, desde fines del gobierno de Azarías, rey de Judá, hasta los tiempos del monarca Manasés. En su obra Isaías se muestra como un gran poeta, con estilo brillante, precisión y una profunda y serena belleza, es -digámoslo así- el profeta que mejor canta la Confianza en Dios, que nos invita a confiar en que Dios llegará con su gran poder a ayudarnos y defendernos. Isaías nos anuncia un Mesías de la familia de David, portador de paz y de justicia, cuyo oficio es, nada más y nada menos, que encender en la tierra el amor hacia Dios.

El tronco y la esperanza


José de Ribera, El Sueño de Jacob (1639), óleo sobre tela, 
Museo del Prado (Madrid)
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Los sueños algunas veces nos hablan del pasado y, en ellos, algunas veces nos asomarnos al brocal del pozo del subconsciente. Pero hay también otros sueños –los sueños del día- que nos hablan del futuro. En esos sueños que tenemos despiertos se expresan los deseos más entrañables, los anhelos y las esperanzas del espíritu. Cuando soñamos así, vemos -aunque no sea con mucha claridad- lo que ha de venir: el Reino de paz y de justicia en donde ha de triunfar la vida y el amor. La liturgia de la Palabra nos presenta este fin de semana a Isaías, uno de esos hombres benditos que sueñan de día. Isaías es un profeta, y como buen profeta resulta incómodo ¡qué pena da cuando los hombres no hacemos caso a los profetas! Isaías, hombre de Dios, profeta y poeta al mismo tiempo, sueña en lo que ha de venir: la reunión de todos los pueblos de la tierra, el cese de todas las guerras y contiendas, la paz entre todos los hombres. Brotará un renuevo del tronco de Jesé, escuchamos en la primera de las lecturas y así nos llegamos a la gran promesa y a hacer un esfuerzos por renovarnos, por vivir una auténtica conversión. Y me dirás "pero mis esfuerzos son muy limitados". Y tienes razón. ¿Quién puede por sí mismo añadir un palmo a su estatura?. ¿Quién puede por sí mismo cambiar su orgullo o su timidez? ¿Quién puede con sus fuerzas quitarse la envidia o el egoísmo del corazón? Nuevamente hemos de poner atención a la promesa: De un árbol viejo brotará un retoño. Entramos en el universo de lo gratuito. De lo caduco y viejo y corrompido surgirá lo más nuevo y lo más limpio. De los viejos Abraham y Sara nació el hijo de la promesa. En el pueblo de Israel, estéril, brotaría el hombre nuevo, una vida en plenitud ¡Estamos tocando el misterio! Y es que cuando el Espíritu sopla con fuerza, hasta los huesos secos recobran vida, de los viejos troncos brotan retoños y toda la faz de la tierra rejuvenece. No debemos desesperar. Por muy acabados y viejos que nos sintamos, tenemos la promesa de un bautismo de Espíritu y fuego. Estas semanas de Adviento son para todos nosotros una llamada a abrirnos a la constante venida de Dios a nuestra vida. Por eso, cada año, en este segundo domingo de Adviento, recordamos como dichas a cada uno de nosotros, las palabras del profeta Juan el Bautista: Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos. Quien se deja empapar de este Espíritu, que es fuego, quema todo lo caduco y se abre a una vida nueva • AE


Adviento 2016



*Adviento 

(en latín: adventus Redemptoris, ‘venida del Redentor’) es el primer período del año litúrgico cristiano, que consiste en un tiempo de preparación espiritual para la celebración del nacimiento de Cristo. Su duración suele ser de 22 a 28 días, dado que lo integran necesariamente los cuatro domingos más próximos a la festividad de la Natividad (celebración litúrgica de la Navidad), pero en el caso de la Iglesia ortodoxa el Adviento se extiende por 40 días, desde el 28 de noviembre hasta el 6 de enero •

También ustedes prearados



Un día la historia –apasionante- de la humanidad se va a acabar, como acabará inevitablemente la vida de cada uno de nosotros. Este domingo, el primero de Adviento, el evangelio ponen en boca de Jesús un discurso sobre este final, y siempre destacan una exhortación: vigilad, estad alerta… Las primeras generaciones cristianas dieron mucha importancia a esta vigilancia. El fin del mundo no llegaba tan pronto como algunos pensaban. Sentían el riesgo de irse olvidando poco a poco de Jesús y no querían que los encontrara un día dormidos. Han pasado muchos siglos desde entonces. ¿Cómo vivimos los cristianos de hoy?, ¿seguimos despiertos o nos hemos ido durmiendo poco a poco? ¿Vivimos atraídos por Jesús o distraídos por toda clase de cuestiones secundarias y accidentales? ¿Le seguimos a él, o hemos aprendido a vivir al estilo de todos? Vigilar es antes que nada despertar de la inconsciencia. Vigilar es vivir atentos a la realidad. Escuchar los gemidos de aquellos que sufren. Sentir el amor de Dios a la vida. Vivir más atentos a su presencia misteriosa entre nosotros. Sin esta sensibilidad no es posible caminar tras los pasos de Jesús. Vivimos a veces ¡ay! Totalmente inmunizados a los gritos del evangelio. Tenemos corazón, pero se nos ha endurecido; tenemos oídos, pero no escuchamos lo que Jesús escuchaba; tenemos ojos, pero no vemos la vida como la veía él, ni miramos a las personas como él las miraba ¿Y cómo despertar? Al Señor le preocupaba –digámoslo así- que el fuego inicial de los discípulos se apagara y se durmieran. Es el gran riesgo que corremos los cristianos hoy: instalarnos cómodamente en nuestras creencias, acostumbrarnos al evangelio y vivir adormecidos en la observancia tranquila de una religión apagada: misa del domingo, una nieve a la salida –o guasanas en Aguascalientes- y a casa a ver la tele. Y ya.   No hay más. ¿Cómo despertar? Lo primero es volver a Jesús. No basta instalarnos «correctamente» en la tradición. Hemos de arraigar nuestra fe en la persona de Señor, volver a nacer de su espíritu. Nada hay más importante que esto en la Iglesia. Solo Jesús nos puede conducir de nuevo a lo esencial. Necesitamos, además, reavivar la experiencia de Dios. Lo esencial del evangelio no se aprende desde fuera. Lo descubre cada uno en su interior. Hemos de aprender y enseñar caminos para encontrarnos con Dios. De poco –o nada- sirven las largas y aburridas catequesis o las acaloradas discusiones sobre moral sexual si no despertamos en nadie el gusto por un Dios amigo, cercano, compañero de camino, fuente de vida digna y dichosa. Hay algo más. La clave desde la que Jesús vivía a Dios y miraba la vida entera no era el pecado, la moral o la ley, sino el sufrimiento de las personas. El Santo Padre Francisco no se cansa de repetírnoslo. Jesús no solo amaba a los desgraciados, sino que nada amaba más o por encima de ellos. No estamos siguiendo bien los pasos de Jesús si vivimos más preocupados por la religión que por el sufrimiento de las personas. #Loquetechocatecheca Nada despertará a la Iglesia de su rutina, inmovilismo o mediocridad si no nos conmueve más el hambre, la humillación y el sufrimiento de los demás.  Empezamos pues el tiempo de Adviento. Nunca es tarde para escuchar la llamada de Jesús a vivir vigilantes, despertando de tanta frivolidad y asumiendo la vida de manera más responsable. Hoy lo importante es ir a lo esencial, encontrar una fuente de vida y de salvación. ¿Por qué no nos detenemos a oír esa llamada urgente de Jesús a despertar? ¿No necesitamos escuchar sus palabras? Todos hemos de preguntarnos qué es lo que estamos descuidando en nuestra vida, qué es lo que hemos de cambiar y a qué hemos de dedicar más atención y más tiempo[1]. Las palabras de Jesús están dirigidas a todos y a cada uno: Vigilad. Hemos de reaccionar. Si lo hacemos, viviremos uno de esos raros momentos en que nos sentimos «despiertos» desde lo más hondo de nuestro ser • AE



[1] Pagola, José Antonio, El camino abierto por Jesús. Mateo (eBook-ePub) (Educar Practico) (Spanish Edition) (Kindle Locations 5008-5053). Grupo SM. Kindle Edition. 

Reino de la verdad y de la vida, Reino de la santidad y de la gracia, Reino de la justicia, del amor y de la paz.


V.El Señor esté con vosotros.
R.Y con tu espíritu.
V.Levantemos el corazón.
R.Lo tenemos levantado hacia el Señor.
V.Demos gracias al Señor, nuestro Dios.
R.Es justo y necesario.

En verdad es justo y necesario,
es nuestro deber y salvación
darte gracias siempre y en todo lugar,
Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno.
Porque has ungido con el óleo de la alegría,
a tu Hijo único, nuestro Señor Jesucristo,
como Sacerdote eterno y Rey del universo,
para que, ofreciéndose a sí mismo
como víctima perfecta y pacificadora en el altar de la cruz,
consumara el misterio de la redención humana;
y, sometiendo a su poder la creación entera,
entregara a tu majestad infinita un Reino eterno y universal:
Reino de la verdad y de la vida,
Reino de la santidad y de la gracia,
Reino de la justicia, del amor y de la paz.
Por eso, con los ángeles y los arcángeles
y con todos los coros celestiales,
cantamos sin cesar

el himno de tu gloria: 
Santo, Santo, Santo...

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El prefacio es la oración que, en el rito romano, concluye el ofertorio e introduce el canon de la Misa, que es donde se incluye la consagración. Se trata de una oración de acción de gracias y se canta todos los días del año. Con esta oración "la Iglesia da gracias al Padre, por Cristo, en el Espíritu Santo, por todas sus obras, por la creación, la redención y la santificación. Toda la asamblea se une entonces a la alabanza incesante que la Iglesia celestial, los ángeles y todos los santos cantan al Dios tres veces santo" (Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1352).

Jesucristo Rey del Universo


Autor desconocido,
Tapa de un evangeliario con escenas de la Crucifixión
y las mujeres en el sepulcro, marfil y hueso, s. viii,
The Walters museum of art (Baltimore).

Mira tú qué cosas: en la solemnidad de Cristo Rey del universo con la que la liturgia termina un ciclo, nos encontramos con el relato de la crucifixión. Y quizá es así para que los seguidores de Jesús no olvidemos que su reino no es un reino de gloria y de poder, sino de servicio, amor y servicio. Malacostumbrados como estamos a proclamar la «victoria de la Cruz», corremos el riesgo de olvidar que el Crucificado nada tiene que ver con un falso triunfalismo que vacía de contenido el gesto más sublime de servicio humilde de Dios hacia sus criaturas. En otras palabras: La Cruz no es una especie de trofeo que mostramos a otros con orgullo, sino el símbolo del amor crucificado de Dios que nos invita a seguir su ejemplo. Cantamos, adoramos y besamos la Cruz de Cristo porque en lo más hondo de nuestro ser sentimos la necesidad de dar gracias a Dios por su amor insondable, pero no debemos olvidar que lo que nos pide el Señor no es besar la Cruz sino cargar con ella, en seguir sus pasos de manera responsable y comprometida, sabiendo que ese camino nos llevará tarde o temprano a compartir su destino doloroso. Para los que seguimos a Jesús, reivindicar la Cruz es acercarnos servicialmente a los crucificados de la actualidad, a aquellos que los demás, los puros y buenos desprecian; introducir justicia donde se abusa de los indefensos; reclamar compasión donde solo hay indiferencia ante los que sufren. Esto nos traerá conflictos, rechazo y sufrimiento, pero será nuestra manera humilde de cargar con la Cruz del Señor. Y mientras más en silencio, mejor. El bien no hace ruido, y el ruido no hace bien. En nuestros países, en medio de una sociedad en la que todo tenemos e incluso nos sobra muchísimo, está ocurriendo un fenómeno muy grave que ya advertía Juan Bautista Metz: «La Cruz ya no intranquiliza a nadie, no tiene ningún aguijón; ha perdido la tensión del seguimiento a Jesús, no llama a ninguna responsabilidad, sino que descarga de ella». Hoy que celebramos a Cristo Rey ¿No sería bueno revisar cuál es nuestra verdadera actitud ante el Crucificado? ¿No habríamos de acercarnos a él de manera más responsable y comprometida? • AE