¡Los Jueves más grandes! (Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre del Señor 2018)



Hay días y horas en que la memoria de los cristianos se dirige con particular atención hacia la Eucaristía, los jueves recordamos que fue un jueves cuando el Señor instituyó la Eucaristía, y diariamente, cuando cae el sol y la Iglesia enciende sus lámparas para rezar las Vísperas, volvemos a recordar «aquel sacrificio vespertino que fue entregado por nuestro Salvador mientras cenaba con los Apóstoles, cuando inició los misterios sagrados de la Iglesia, o que él mismo ofreció al Padre por el mundo entero en la tarde del día siguiente, sacrificio que inauguraba la etapa última de toda la historia». Y este recuerdo se vuelve especialmente importante en dos ocasiones, en dos jueves concretos: el Jueves Santo, en la misa vespertina de la Cena del Señor –lo celebramos hace unos cincuenta días- y en la solemnidad del Cuerpo y de la Sangre de Cristo que celebramos hoy. El Jueves Santo contemplamos el misterio eucarístico desde el don que Jesús nos hace, hoy lo hacemos desde la recepción que nosotros hacemos, es decir, hoy  reconocemos la eucaristía como alimento de peregrinos, como verdadero pan de los hijos; como sacramento por medio del cual Cristo está siempre realmente presente entre nosotros, por eso lo adoramos, bendecimos y agradecemos. Hoy podríamos detenernos un momento y pensar que a la Eucaristía no vamos como a recibir un premio, ni a una visita de etiqueta, sino a un encuentro personal con el Señor, a poner delante de él sueños, esperanzas, ansiedades, alegrías y tristezas. A hablar como con el mejor de nuestros amigos y a dejarnos mirar por él. «Juan el Evangelista recoge en su Evangelio incluso hasta la hora de aquel momento que cambió su vida. Sí, cuando el Señor a una persona le hace crecer la conciencia de que es un llamado…, se acuerda cuándo empezó todo esto: «Eran las cuatro de la tarde»[1]. El encuentro con Jesús cambia la vida, establece un antes y un después. Hace bien recordar siempre esa hora, ese día clave para cada uno de nosotros en el que nos dimos cuenta, en serio, de que “esto que yo sentía” no eran ganas o atracciones sino que el Señor esperaba algo más. Y acá uno se puede acordar: ese día me di cuenta.  La memoria de esa hora en la que fuimos tocados por su mirada. Las veces que nos olvidamos de esta hora, nos olvidamos de nuestros orígenes, de nuestras raíces; y al perder estas coordenadas fundamentales dejamos de lado lo más valioso: la mirada del Señor: “No padre, yo lo miro al Señor en el sagrario”— Está bien, eso está bien pero sentáte un rato y dejáte mirar y recordá las veces que te miró y te está mirando. Dejáte mirar por él. Es de lo más valioso que un consagrado tiene: la mirada del Señor»[2] • AE


[1] v. 39. 
[2] VIAJE APOSTÓLICO DE SU SANTIDAD FRANCISCO A CHILE Y PERÚ, (15-22 DE ENERO DE 2018), ENCUENTRO CON SACERDOTES, RELIGIOSOS/AS Y SEMINARISTAS DE LAS CIRCUNSCRIPCIONES ECLESIÁSTICAS DEL NORTE DE PERÚ. DISCURSO DEL SANTO PADRE. Colegio Seminario San Carlos y San Marcelo (Trujillo). El discurso completo puede leerse aqui: http://w2.vatican.va/content/francesco/es/events/event.dir.html/content/vaticanevents/es/2018/1/20/clero-trujillo-peru.html 

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