Piedras y perdones


¿Nadie pudo condenarte?
- Nadie, Jesús, nadie pudo.
- Menos yo, que soy tu escudo,
dispuesto siempre a abrazarte.

La adúltera, la mujer
frágil, tierna criatura,
lloraba su desventura
queriendo no recaer.

Y aunque fuera sorprendida,
en lazos de su pasión,
su más grande corazón
gemía por otra vida.

¿Nadie pudo condenarte?
- Nadie, Jesús, nadie pudo.
- Menos yo, que soy tu escudo,
dispuesto siempre a abrazarte.

Ya la Ley de Moisés
se levanta a hacer justicia:
si hay pecado, no hay franquicia,
que el pecado es lo que es.

Y los justos fariseos,
piden la justa condena
para extirpar la gangrena
de los impuros deseos.

¿Nadie pudo condenarte?
- Nadie, Jesús, nadie pudo.
- Menos yo, que soy tu escudo,
dispuesto siempre a abrazarte.

El que sea sin pecado
lance la piedra mortal,
y muera de muerte fatal
el pecador imputado.

Y del más viejo al menor
todos se fueron a escape,
no sea que alguien destape
tanta inmundicia interior.

¿Nadie pudo condenarte?
- Nadie, Jesús, nadie pudo.
- Menos yo, que soy tu escudo,
dispuesto siempre a abrazarte.

Jesús, llamado perdón,
dulce palabra del cielo,
tu amor es divino celo,
pero no condenación.

El único que podía
dar a la adúltera muerte,
quiso cambiar nuestra suerte
y por todos moriría.

¿Nadie pudo condenarte?
- Nadie, Jesús, nadie pudo.
- Menos yo, que soy tu escudo,
dispuesto siempre a abrazarte.

Y por mí murió mi amado,
Jesús, el todo inocente,
y se entregó libremente
a la cruz que me ha salvado.

¡Déjame, Jesús, llorar
de gratitud y dulzura,
y en tu pecho, en la hendidura,
déjame, Jesús, morar! Amén.

• P. Rufino María Grández, ofmcap.
Puebla de los Ángeles, 15 marzo 2010

Pregunta desnuda; directo al corazón


G. F. Barbieri (Guercino), Cristo con la mujer sorprendida en adulterio (1621), 
óleo sobre tela, Galería Dulwich.

Una de las preguntas desnudas del evangelio (sic) es la que le hace Jesús a la mujer sorprendida en adulterio: ¿dónde están tus acusadores? ¿Alguien te ha condenado?[1]. A quien le gusta acusar, embriagándose con los defectos de los demás, cree que salva la verdad lapidando a quienes se equivocan. Pero de este modo nacen las guerras, se generan conflictos entre las naciones y entre las persona. El nombre de aquella mujer no nos fue revelado porque representa a todos. Los fariseos de todas las épocas colocan-¡colocamos!- el pecado en el centro de la relación con Dios, pero la Escritura no es un ídolo o un tótem, es decir, exige inteligencia y corazón. Los poderes que no dudan en usar a una vida humana y a la religión ponen a Dios contra el hombre. Y así llegamos a la tragedia del integrismo el fanatismo, la cerrazón de corazón y el humillar y hasta matar a quien se equivoca o incluso quien no piensa como nosotros. El Señor tiene poca paciencia con los hipócritas, los que llevan máscaras, los que tienen un corazón doble, los comediantes de la fe; los acusadores y a los jueces. El genio del cristianismo está, en cambio, en el abrazo entre Dios y el hombre: materia y espíritu se encuentran. Por eso la enfermedad que Jesús más teme y combate es el corazón de piedra de los hipócritas[2], que maltratan a una persona culpable o inocente, con las piedras o con el poder, negando la presencia de Dios que vive en esa persona. En este momento de la vida del Señor vemos aquello que siglos después escribiría San Ambrosio: Donde hay misericordia allí está Dios; donde hay rigor y severidad quizá estén los ministros de Dios, pero Dios no está ahí. El Señor se levanta ante la adúltera, como se levanta ante una persona esperada e importante. Se levanta para estarle cerca y le habla. Nadie le había hablado antes. Su historia, su íntimo tormento no interesaban a nadie. En cambio Jesús toma con cuidado lo íntimo de su alma; a él no le interesa el remordimiento, sino la sinceridad del corazón. Su perdón es sin condiciones, sin cláusulas, sin “oye, y cuidadín con…”. Con su perdón rompe la cadena ligada a la idea de un Dios que condena y al que le gusta la venganza, justificando la violencia. El núcleo del relato no es el pecado que hay que condenar o perdonar. En el centro no está ahí, en el mal, sino en un Dios más grande que nuestro corazón; un Dios que no vuelve banal la culpa, sino que hace que el hombre vuelva a partir desde donde se ha detenido. El Señor con su amor y su misericordia nos abre senderos, vuelve a ponernos sobre el camino justo, ayudándonos a dar un paso hacia adelante. Vete y de ahora en adelante no peques más. Son las palabras que bastan para cambiar una vida. Lo que está detrás ya no importa. Es el futuro lo que cuenta ahora. El posible bien del mañana cuenta más que el mal de ayer. Tal cual. Dios perdona no como un desmemoriado, sino como un liberador. Las palabras de Jesús y sus gestos rompen el esquema buenos-malos, culpables-inocentes, puros-sucios. Jesús con su misericordia nos conduce más allá de los preceptos éticos o jurídicos y a nuestros ojos, ven rápidamente el pecado nos invita a que veamos el sol, y es que la luz es más importante que la oscuridad, el trigo vale más que la cizaña, el bien pesa más que el mal. Mucho más •



[1] Jn 8, 10
[2] Cfr. Eze 36, 26. 

¡Dame de beber!


Cuando te acercaste al pozo
en busca de agua clara,
-como hacías cada día-
alguien ya allí te esperaba
para ofrecerte "agua viva",
¡un agua que siempre mana!

-"Mujer, dame un poco de agua,
que traigo sed del camino
y reseca la garganta;
y este pozo está muy hondo,
ayúdame tú a alcanzarla."

-"¿Y tú me pides a mí,
-siendo como eres judío-
sin tener ningún reparo,
ni pensar que contamino?"
-"Si supieras quién te pide,
le pedirías tú a él,
y él te daría "agua viva"
que calmaría tu sed;
y si bebieras de este agua,
no tendrías que volver
cada mañana a buscarla,
porque brotaría en ti
como un manantial que salta,
como surtidor gigante
que la vida eterna alcanza."
..............................................

La roca en la que brotó
el agua en pleno desierto,
dice Pablo, que era Cristo,
plenitud y acabamiento.

Y, hoy, la Fuente tiene sed
de ser por todos bebida:
"el que tenga sed que venga,
yo le daré un agua viva".

Tengo una sed insaciable,
-dijiste en la cruz un día-,
queriendo a todos decir
que nuestra sed compartías.

No busquéis ya el agua viva
en pozos que jalonaron
la marcha de vuestros padres
y que sus manos cavaron;
buscad de ahora en adelante,
el nuevo Pozo artesiano
del que brota el Agua Viva,
de nombre ¡Espíritu Santo! 


P. José Luis Martinez, SM

Ayuno de todo

El valor del ayuno consiste no solo en evitar ciertas comidas, pero en renunciar a todas las actitudes, pensamientos y deseos pecaminosos. Quien limita el ayuno simplemente a la comida, esta minimizando el gran valor que el ayuno posee. ¡Si tu ayunas, que lo prueben tus obras! Si ves a un hermano en necesidad, ten compasión de el. Si ves a un hermano siendo reconocido, no tengas envidia. Para que el ayuno sea verdadero no puede serlo solo de la boca, sino que se debe ayunar de los ojos, los oídos, los pies, las manos, y de todo el cuerpo, de todo lo interior y exterior. Ayunas con tus manos al mantenerlas puras en servicio desinteresado a los demás. Ayunas con tus pies al no ser tan lenta en el amor y el servicio. Ayunas con tus ojos al no ver cosas impuras, o al no fijarme en los demás para criticarlos. Ayuna de todo lo que pone en peligro tu alma y tu santidad. Seria inútil privar mi cuerpo de comida, pero alimentar mi corazón con basura, con impureza, con egoísmo, con competencias, con comodidades. Ayunas de comida, pero te permites escuchar cosas vanas y mundanas. También debes ayunar con tus oídos. Debes ayunar de escuchar cosas que se hablan de tus hermanos, mentiras que se dicen de otros, especialmente chismes, rumores o palabras frías y dañinas contra otros. Además de ayunar con tu boca, debes de ayunar de no decir nada que haga mal a otro. Pues ¿de que te sirve no comer carne, si devoras a tu hermano? • San Juan Crisóstomo