AKATHISTOS


Salve, por ti resplandece la dicha;
Salve, por ti se eclipsa la pena.
Salve, levantas a Adán, el caído;
Salve, rescatas el llanto de Eva.

Salve, oh cima encumbrada a la mente del hombre;
Salve, abismo insondable a los ojos del ángel.
Salve, tú eres de veras el trono del Rey;
Salve, tú llevas en ti al que todo sostiene.

Salve, lucero que el Sol nos anuncia;
Salve, regazo del Dios que se encarna.
Salve, por ti la creación se renueva;
Salve, por ti el Creador nace niño.

Salve, ¡Virgen y Esposa!
Salve, ¡Virgen y Esposa!
Salve, tú guía al eterno consejo;
Salve, tú prenda de arcano misterio.
Salve, milagro primero de Cristo;
Salve, compendio de todos los dogmas •

(El Akáthistos –algunas veces en español "acátisto") 
es el gran himno de la liturgia oriental griega 
que medita sobre el misterio de la Maternidad Divina.
El texto completo puede leerse en: 

Ciclos y luces y Navidad. Junto a la Santísima Virgen.


Sin la luz de la fe, nuestro calendario no es otra cosa que la suma o el poner por orden las rotaciones de la tierra. En  veinticuatro la tierra gira en torno a sí misma y en trescientos sesenta y cinco días, en  torno al sol. El día y el año no son entonces más que medidas puramente mecánicas. Así, el tiempo es como un círculo. Una marcha circular que se repite siempre de nuevo. La  tierra va realizando su carrera, prescindiendo de los sufrimientos y las esperanzas de los  hombres y mujeres que viven sobre ella. Sólo la fe transforma el tiempo y le da sentido. A lo largo del año celebramos ciertos momentos -los creyentes  les llamamos fiestas- que nos recuerdan las acciones de Dios sobre nosotros, o entre nosotros, desde el nacimiento de Jesús hasta su resurrección. La celebración de estas fiestas es algo distinto al discurrir de los días. Es la celebración del amor inagotable de Dios que nos va acompañando en el camino hacia la eternidad. Así, el comienzo cristiano del año litúrgico con la celebración de la Navidad, es algo totalmente  distinto del inicio de un año civil. Es comenzar un nuevo paso hacia la eternidad de Dios apoyados en la fe en ese mismo Dios encarnado entre los hombres. Por eso, año con año, en el umbral del nuevo año (civil), la liturgia de la  Iglesia nos presenta la Carta a los gálatas que nos invita gritar: Abba, Padre y que se despierte en nosotros una confianza que nos ayude a caminar  hacia el nuevo año, consolados y animosos. El punto está en que no nos resulta fácil. Nos  falta la ingenuidad y la confianza. Nos resistimos a  presentarnos ante Dios como niños débiles, acostumbrados como estamos a defender  nuestra posición de adultos ante todos. Pero tenemos la experiencia amarga del pasado. Cuando queremos caminar solos por la vida, terminamos encontrándonos con nuestra propia impotencia[1]. ¿No haremos  tampoco este año la experiencia nueva de vivir con más confianza en el Padre? ¿Por qué no  va a ser posible en estos tiempos modernos vivir con esa confianza profunda en Dios?  No sabemos lo que nos espera en el nuevo año, pero sabemos que nos espera Dios. No  conocemos los problemas, conflictos, sufrimientos y soledades que sacudirán nuestro  corazón, pero siempre podremos invocar a Dios. No sabemos qué pecados cometeremos y  en qué errores caeremos, pero siempre podremos contar con su perdón. A lo largo de todos estos días, desde que comenzamos el Adviento hasta hoy, la figura de María acompaña a Jesus, que es el personaje central. Al verla ahí, tan cerca de Él, es sencillo llegar a una clara conclusión: “Si este niño recién nacido es el  Hijo de Dios y esta mujer lo ha dado a la luz, no cabe duda: Ella es la Madre de Dios”. Pero la Iglesia no se detiene ahí, con su liturgia nos pone a la Virgen Santísima en primer plano para que comprendamos, una vez más, un año más, que gracias a ella la Navidad ha sido posible • AE

[1] J. A. Pagola, Buenas Noticias 1985, Navarra, p. 263 s.

La Sagrada Familia de Nazareth


B.E. Murillo, La Sagrada Familia del pajarito (1650), 
óleo sobre tela, Museo del Prado (Madrid)
...

De una Familia divina
pasó a una Familia humana.
Nació de una Virgen Madre
una noche iluminada
por ángeles y luceros
en una pobre cabaña;
tuvo un padre carpintero
que todo el día trabajaba
para darle de comer
al hijo de la esperanza,
que un día edificó los mundos
por ser la eterna Palabra.

De una Familia divina
pasó a una Familia humana.
Eterno Amor allá arriba;
acá abajo amor sin mancha.

Arriba, el Fuego inefable;
acá, el calor de una casa.
Allá, en el seno infinito,
la canción nunca acabada;
acá, la canción de cuna
y la canción de una lanza.

De una Familia divina
pasó a una Familia humana.
Vivió humilde en la obediencia
su humildad humillada;
pobre vivió en Nazaret
quien rico en su Padre estaba,
y siendo todo en la altura
en el suelo se hizo nada.

¡Oh Jesús de Nazaret,
hijo de Familia humana,
por tu Familia divina,
santifica nuestras casas! Amén •

Himno del Oficio de Laudes

de la Liturgia de las Horas

El corazón de un niño


María conservaba todo esto en su corazón, nos cuenta el evangelio. Y nosotros terminamos por acostumbrarnos a casi todo. Con frecuencia la costumbre y la rutina van vaciando de vida nuestra existencia. Decía Péguy que «hay algo peor que  tener un alma perversa, y es tener un alma acostumbrada». Por eso no nos extrañe que la celebración de la Navidad, tan envuelta en superficialidad y consumismo, apenas nos diga algo nuevo o gozoso a los hombres y mujeres de hoy así como estamos con un «alma acostumbrada». Acostumbrados a escuchar que Dios se hizo hombre y se nos ofrece como niño. Lo dice Saint-Exupery en el prólogo de su Principito: «Todas las  personas mayores han sido niños antes. Pero pocas lo recuerdan». Se nos olvida lo que es ser niños. Y se nos olvida que la primera mirada de Dios al acercarse al mundo ha sido una  mirada de niño. Esta es justamente la noticia de la Navidad. Dios es y sigue siendo misterio. Pero  ahora sabemos que no es un ser tenebroso, inquietante y temible, sino alguien que se nos  ofrece cercano, indefenso, entrañable desde la ternura y la transparencia de un niño. Y éste es el mensaje de la Navidad. Hay que salir al encuentro de ese Dios, hay que  cambiar el corazón, hacerse niños, nacer de nuevo, recuperar la transparencia del corazón,  abrirse confiados a la gracia y el perdón. A pesar de nuestra aterradora superficialidad, nuestros escepticismos y desencantos, y, sobre todo, nuestro inconfesable egoísmo y mezquindad de adultos, siempre hay en  nuestro corazón un rincón íntimo en el que todavía no hemos dejado de ser niños. Atrevámonos siquiera una vez a mirarnos con sencillez y sin reservas. Hagamos un poco  de silencio a nuestro alrededor. Apaguemos la televisión y el WiFi; olvidemos nuestras prisas,  nerviosismos, compras y compromisos. Escuchemos dentro de nosotros ese corazón de niño que no se ha cerrado todavía a la  posibilidad de una vida más sincera, bondadosa y confiada en Dios. Es posible que comencemos a ver nuestra vida de otra manera. Es posible que escuchemos una llamada a renacer a una fe nueva. Una fe que se rejuvenece; que no nos encierra en nosotros mismos sino que nos abre; que no separa sino que une; que no recela sino confía; que no entristece sino ilumina; que no teme sino que ama • AE

¡Es Nochebuena!



Autor anónimo, frontal altar de Santa María de Cardet, 

España. 

...
Hoy nace el sol divinal 
de la Virgen sin mancilla; 
hoy el eterno se humilla 
y se hace hombre mortal. 

Hoy la reina celestial 
pare al rey del firmamento, 
sin recibir detrimento 
su pureza virginal. 

Adórote, Verbo eterno, 
Hijo del muy alto Padre, 
nacido de pobre madre 
en la yema del invierno. 

Gracias te doy, Niño tierno, 
pues con tu divinidad 
juntaste mi humanidad, 
por librarme del infierno. Amén.

(himno del Oficio de Vísperas 
de la Liturgia de las Horas) 

Belén, el Calvario el asombro y la locura (II)


Ch. Camoin, Ventana abierta hacia el  puerto de St. Tropez (1958), 

óleo sobre tela, colección particular

...


Navidad es la gran prueba. En estos días ese amor de Dios se hace visible en un portal. Ojalá se haga también visible en nuestras almas. Ojalá en estos días la nevada de Dios, la paz de Dios, la ternura de Dios, la alegría de Dios, descienda sobre todos nosotros como descendió hace dos mil años sobre un pesebre en la ciudad de Belén. La Navidad es como el tiempo en el que esa misericordia de Dios se reduplica sobre el mundo y sobre nuestras cabezas. Es como si, al darnos a su Hijo, nos amase el doble que de ordinario. Durante estos días de Navidad, todos los que tienen los ojos bien abiertos se vuelven más niños porque es como si fuesen redobladamente hijos y como si Dios fuera en estos días el doble de Padre. Pero ¿cuántos nos damos bien cuenta de esto? ¿Cuántos estamos tan distraídos? Abramos las ventanas de los ojos y descubramos la maravilla de que Dios nos ama tanto que se vuelva uno de nosotros. ¿Qué pasa realmente estos días? Y la respuesta es que Alguien muy importante viene a visitarnos. ¿Quién es el que viene? Nada menos que el Creador del mundo, el autor de las estrellas y de toda carne. ¿Y cómo viene? Viene hecho carne, hecho pobreza, convertido en un bebé como los nuestros. ¿A qué viene? Viene a salvarnos, a devolvernos la alegría, a darnos nuevas razones para vivir y para esperar. ¿Para quién viene? Viene para todos, viene para el pueblo, para los más humildes, para cuantos quieran abrirle el corazón. ¿En qué lugar viene? En el más humilde y sencillo de la tierra, en aquél donde menos se le podía esperar. ¿Y por qué viene? Sólo por una razón: porque nos ama, porque quiere estar con nosotros. Y la última pregunta, tal vez la más dolorosa: ¿Y cuáles serán los resultados de su venida? Los que nosotros queramos. Pasará a nuestro lado si no sabemos verle. Crecerá dentro de nosotros si le acogemos. Dejemos que estas preguntas crezcan dentro de nosotros, y quizá nos descongelemos por dentro. Y quizá descubramos que no hay gozo mayor que el de sabernos amados, cuando quien nos ama —iy tanto!— es nada menos que el mismo Dios • AE

Belén, el Calvario el asombro y la locura (I)


Dos palabras son inevitables en estos días de Navidad: asombro y locura. Asombro por parte de nosotros, los creyentes. Locura, por parte de Dios. Dos palabras que van más allá de la simple ternura. La sonrisa, la ingenuidad, la ternura, son partes inevitables de la Navidad. Pero la Navidad, que es eso, es también mucho más. Buenos son los chocolates, las serpentinas y los nacimientos. Buenos, siempre que no se queden en frivolidad superficial. Porque la Navidad es un tiempo dulcísimo, pero también tremendo, como tremendo es eso de que Dios se haga uno entre nosotros, que Dios haya querido no sólo parecerse, sino ser también un bebé. Hay un verso de Góngora que a mí me impresiona siempre y en el que el poeta defiende que el día de Belén es más importante que el del Calvario, porque, dice el poeta: «hay mayor distancia de Dios a hombre, que de hombre a muerto». Efectivamente, el gran salto de Dios se produjo en Belén, su gran descenso hacia nosotros. Y nuestra gran subida. Porque «si Dios se ha hecho hombre, ser hombre es la cosa más grande que se puede ser». Por eso decía al principio que la gran locura de Dios se produjo este día en el que se atrevió a hacerse tan pequeño como una de sus criaturas. Locura a la que los hombres deberíamos responder con ese asombro interminable de quienes vivieron casi asustados de la tremenda bondad de Dios. De ahí que la mejor manera de celebrar la Navidad sea volverse niños. A la locura de Dios los hombres sólo podemos responder con un poco de esa locura bendita y pequeña que es hacernos niños. Al portal de Belén sólo se puede llegar de dos maneras: o teniendo la pureza de los niños, o la humildad de quienes se atreven a inclinarse ante Dios. Si Él se hizo pequeñito para llegar hasta nosotros, ¿cómo podríamos llegar nosotros hasta Él sin volvernos también pequeñitos? ¿Qué es verdaderamente la Navidad para nosotros, los cristianos? Habrá quien responda que que son los días de la ternura, de la alegría, de la familia. Pero yo, entonces, volvería a preguntarles: ¿Por qué en estos días nuestra alma se alegra, por qué se llena de ternura nuestro corazón? La respuesta la sabemos todos, aunque con frecuencia no la vivamos. Yo diría que la Navidad es la prueba, repetida todos los años, de dos realidades formidables: que Dios está cerca de nosotros, y que nos ama. Nuestro mundo moderno no es precisamente el más capacitado para entender esta cercanía de Dios. Decimos tantas veces que Dios está lejos, que nos ha abandonado, que nos sentimos solos... Parece que Dios fuera un padre que se marchó a los cielos y que vive allí muy bien, mientras sus hijos sangran en la tierra. Pero la Navidad demuestra que eso no es cierto. Al contrario. El verdadero Dios no es alguien lejano, perdido en su propia grandeza, despreocupado del abandono de sus hijos. Es alguien que abandonó él mismo los cielos para estar entre nosotros, ser como nosotros, vivir como nosotros, sufrir y morir como nosotros. Éste es el Dios de los cristianos. No alguien demasiado grande no nos quepa en nuestro corazón. Sino alguien que se hizo pequeño para poder estar entre nosotros. Éste es el mismo centro de nuestra fe. ¿Y por qué bajó de los cielos? Porque nos ama. Todo el que ama quiere estar cerca de la persona amada. Si pudiera no se alejaría ni un momento de ella. Viaja, si es necesario, para estar con ella. Quiere vivir en su misma casa, lo más cerca posible. Así Dios. Siendo, como es, el infinitamente otro, quiso ser el infinitamente nuestro. Siendo la omnipotencia, compartió nuestra debilidad. Siendo el eterno, se hizo temporal. Y, si esto es así, ¿por qué los hombres no percibimos su presencia, por qué no sentimos su amor? Porque no estamos lo suficientemente atentos y despiertos. Lo mismo sucede con algunos fenómenos de la naturaleza. Oímos el trueno, la tormenta. Llegamos a escuchar la lluvia y el aguacero. Pero la nieve sólo se percibe si uno se asoma a la ventana. Cae la nieve sobre el mundo y es silenciosa, callada, como el amor de Dios. Y nadie negará la caída de la nieve porque no la haya oído. Exactamente lo mismo ocurre con el amor de Dios: que cae incesantemente sobre el mundo sin que lo escuchemos, sin que lo percibamos. Hay que abrir mucho los ojos del alma para entenderlo. Lo dice infinitamente mejor el salmo: la misericordia de Dios llena la tierra, cubre las almas con su incesante nevada de amor • AE

¡Y José dormía! (no plácidamente)


Ahí viene nochebuena, una oportunidad más para creer. Actually creer en el Misterio de la Navidad es creer mucho. Demasiado. Una persona que crea eso puede creer en cualquier cosa. La  mula es un animal híbrido y estéril. El buey, un toro castrado. Sobre san José recae, al menos humanamente hablando, la peor de las sospechas: la madre del Niño es Virgen, y concibió en su vientre al Hijo de Dios, concebido por obra y gracia del Espíritu Santo (!). Un grupo de ángeles cantan en la noche ¡Hosanna en el cielo y paz a  los  hombres  de buena voluntad! Unos pastores van allí y se les ve felices y hasta despreocupados, como no tienen nada, no tiene qué aparentar. Unos personajes extraños –unos les llaman Reyes- desde Oriente llegan preguntando y siguiendo una estrella. En menos palabras: desde cualquier punto de vista que contemplemos este Misterio es de maravillar. Sin embargo, o lo crees, o no lo crees. La única simplicidad que vale la pena conservar es la del corazón: la simplicidad que acepta y goza. Sólo  así  se puede entender este Misterio. Si alguien ha sido feliz en la tierra alguna vez ha sido esta gente • AE

Las antífonas de Adviento



Las célebres y hermosísimas antífonas de la O son siete, y la Iglesia las canta junto con el Magnificat del Oficio de Vísperas desde el día 17 hasta el día 23 de diciembre. Son un llamamiento al Mesías recordando las ansias con que era esperado por todos los pueblos antes de su venida, y, también son una manifestación del sentimiento con la Iglesia lo espera en los días que preceden a la celebración de la Navidad. Estas antífonas se llaman así porque todas empiezan en latín con la exclamación «O», en castellano «Oh». También se llaman «antífonas mayores». Fueron compuestas hacia los siglos VII-VIII, y se puede decir que son un magnífico compendio de la cristología más antigua de la Iglesia, y a la vez, un resumen expresivo de los deseos de salvación de toda la humanidad, tanto del Israel del Antiguo Testamento como de la Iglesia del Nuevo Testamento. Son breves oraciones dirigidas a Cristo Jesús, que condensan el espíritu del Adviento y la Navidad. La admiración de la Iglesia ante el misterio de un Dios hecho hombre: «Oh». La comprensión cada vez más profunda de su misterio. Y la súplica urgente: «ven». Cada antífona empieza por una exclamación, «Oh», seguida de un título mesiánico tomado del Antiguo Testamento pero entendido con la luz y la plenitud del Nuevo (Testamento). Son una aclamación a Jesús el Mesías, reconociendo todo lo que representa para nosotros. Y termina siempre con una súplica: «ven» y no tardes más.

O Sapientia (sabiduría, Palabra)

O Adonai  (Señor poderoso)

O Radix (raíz, renuevo de Jesé; padre de David)

O Clavis (llave de David, que abre y cierra)

O Oriens (oriente, sol, luz)

O Rex  (rey de paz)

O Emmanuel (Dios-con-nosotros)

Leídas en sentido inverso las iniciales latinas de la primera palabra después de la «O», dan el acróstico «ero cras», que significa «seré mañana, vendré mañana», que es como la respuesta del Mesías a la súplica de sus fieles. Se cantan con la hermosa melodía gregoriana, o en alguna de las versiones en las lenguas modernas, antes y después del Magnificat en el oficio de Vísperas de los siete días previos a la Nochebuena, y también, un tanto resumidas, como versículo del aleluya antes del evangelio de la Misa[1]



[1] J. Aldazábal, Enséñame tus caminos. I. Adviento y Navidad día tras día, Barcelona 1995, p. 70 s.

Al final del Adviento (IV y último Domingo)


La Navidad es mucho más que todo ese ambiente superficial y manipulado que se respira esos días en nuestros centros comerciales. Una fiesta mucho más honda y gozosa que la sensación que produce recibir regalos. Los creyentes hemos de recuperar de nuevo el corazón de esta fiesta y descubrir, detrás de tanta superficialidad y aturdimiento, el misterio que da origen a nuestra alegría. No entenderemos la Navidad si no sabemos hacer un espacio real de silencio en nuestro corazón, abrir nuestra alma al misterio de un Dios que se nos acerca, acoger la vida que nos ofrece y saborear la fiesta de la llegada de un Dios Amigo, de un Dios cercano, de un Dios compañero de camino. En medio de nuestro vivir diario, a veces tan aburrido, apagado y triste, se nos invita a la alegría. «No puede haber tristeza cuando nace la vida», decía san León Magno. No se trata de una alegría insulsa y superficial. «Nosotros tenemos motivos para el júbilo radiante, para la alegría plena y para la fiesta solemne: Dios se ha hecho hombre, y ha venido a habitar entre nosotros», como dice don Leonardo (Sí, el de apellido Boff; ya siento que te revuelvas incómodo en tu asiento, querido lector. “El que es malo no es con todos” que decía mi señor cura Donato). Nuestra alegría se volverá real cuando nos abramos a la cercanía de Dios y nos dejemos atraer por su ternura, cuando sea una alegría que nos libera de miedos y desconfianzas, especialmente ante Dios. ¿Cómo temer a un Dios que se nos acerca como niño? ¿Cómo huir ante quien se nos ofrece como un pequeño frágil e indefenso? Dios no ha venido armado de poder para imponerse a los hombres. Esta cerca de nosotros en la ternura de un niño a quien podemos hacer sonreír o llorar. Dios no es el Ser omnipotente y poderoso que a veces imaginamos los humanos, encerrado en la seriedad y el misterio de su mundo inaccesible, aquel que, como cuentachiles inmundo, nos está anotando todos y cada uno de nuestros pecados, faltas y caídas para pasarnos la factura el día en el que nuestra alma llegue a su presencia y para siempre. Dios es el Hijo entregado cariñosamente a la humanidad, el bebé que busca nuestra mirada. El hecho de que Dios se haya hecho niño dice mucho más de cómo es Dios que todas nuestras cavilaciones y especulaciones sobre su misterio.[1] Si supiéramos detenernos en silencio ante este Niño y acoger desde el fondo de nuestro ser toda la cercanía y la ternura de Dios, quizá entenderíamos por qué nuestro corazón debe estar lleno de alegría: sencillamente porque Dios está con nosotros • AE


[1] J. A. Pagola, El camino abierto por Jesús. Mateo (eBook-ePub) (Educar Practico) (Spanish Edition) (Kindle Locations 231-250). Grupo SM. Kindle Edition.

¡Alegres en el Señor!


Gaudete es el nombre que recibe el tercer domingo del tiempo de  Adviento en el calendario litúrgico de diferentes denominaciones cristianas. La palabra es latina y quiere decir «regocijaos», «alégrense», «estad alegres». Se define así a este día por ser Gaudete la primera palabra que se menciona en la celebración litúrgica, específicamente en el introito de la misa. El uso del término deriva de un pasaje de la Epístola a los filipenses, que en esa celebración constituye la segunda lectura dominical del ciclo C de la liturgia católica: Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres (Fil 4, 4). El color rosa de los ornamentos del sacerdote hace referencia al tono del cielo -rosa- momentos antes de que rompa la aurora, como para anunciar la llegada de sol, en este caso el Sol de justicia, que es Jesucristo •

Libros & cosas


La Imitación de Cristo fue escrita por el venerable Tomás de Kempis (1380-1471) nacido en Alemania. Fue durante toda la vida maestro espiritual de jóvenes religiosos de los Canónigos de San Agustín. Produjo una obra de profunda espiritualidad que ha alimentado a la cristiandad hasta el día de hoy, siempre leída, meditada y citada siempre por nombres notables como Freud, Jung y Heidegger. Hay más de mil ediciones de la “Imitación de Cristo” repartidas por el mundo y en el British Museum se coleccionan más de mil ejemplares. El libro se compone de cuatro partes. Tomás de Kempis tenía una mente libre. Incluso dentro del espíritu de la tendencia espiritual más difundida de la época, llamada Devotio Moderna, no se dejó influenciar por ninguna escuela teológica o tendencia mística. Por el contrario, muestra cierta distancia y también una sospecha velada sobre todo saber teológico y teórico y sobre revelaciones particulares. Lo que cuenta para él es la experiencia del encuentro con Cristo, con su cruz, con su obediencia al Padre, con su humildad, con su misericordia, con el amor incondicional y con su pasión y cruz valerosamente soportadas. El tema del despojamiento de sí mismo y de todos los apegos del ego adquiere relevancia especial hasta el punto de haber despertado la atención de los más agudos analistas de la condición humana. ¿En qué reside la singularidad de la Imitación de Cristo? El camino de la Imitación de Cristo se centra en el Cristo de la fe y sus virtudes: su humildad, su amor a los pobres y pecadores, su compasión con los enfermos y discriminados, su actitud ante la condición humana que él compartió con nosotros. La Epístola a los Hebreos dice claramente que él “pasó por las mismas pruebas que nosotros” (4,15), estaba “rodeado de flaqueza” (5,2) y “aprendió la obediencia por medio del sufrimiento” (5,8). San Pablo va más lejos al invitarnos a “tener los mismos sentimientos que Cristo Jesús tuvo: no se aprovechó del hecho de ser Dios, sino que por solidaridad con nosotros asumió la condición de siervo, presentándose como un simple hombre y se humilló hasta aceptar la muerte de cruz” (cf. Flp 2, 5-8), castigo infame para la época. No se “avergonzó de llamarnos hermanos y hermanas” (Hbr 2,11) y en el juicio final se refiere a los pobres y marginados llamándolos “mis hermanos y hermanas más pequeños” (Mt 25,40). Estas son las actitudes que propone el autor a sus oyentes para alcanzar un alto nivel de vida espiritual. Cristo habla a la subjetividad de la persona en busca de un camino espiritual y la lleva a descubrir todos los meandros de la malicia humana pero también toda la grandeza de la posibilidad de conquistar un alto nivel de vida interior. Tomás de Kempis, mejor que cualquier psicoanalista entiende los meandros más secretos del alma humana, las solicitaciones del deseo, las angustias que produce, pero también indica caminos de cómo enfrentarlas confiados siempre en la gracia de Dios, en la misericordia de Jesús y en el completo despojamiento de sí mismo. Procura consolar al fiel imitador con el ejemplo de Cristo, le muestra la alegría inaudita de la intimidad con Él y, por fin, la grandeza de la recompensa eterna que le está preparada en la eternidad. El libro ofrece, en fin, una espiritualidad cristalina como el agua de la fuente detrás de casa. Orienta y alimenta todavía en nuestros días la búsqueda humana de un encuentro con el Misterio de todas las cosas: el Dios interior y exterior que llena todo • AE

¿Eres tú el que ha de venir?


El Bautista se había atrevido a señalar el error de Herodes y para hacerlo callar el tetrarca lo encierra en la fortaleza de Maqueronte. Antes el mismo Juan había anunciado a un juez que echaría al fuego todo lo malo y todo lo infecundo, y ahora le hablaban de una persona mansa y amable, de uno que se ponía a curar. No resistió más y le envió un mensaje: ¿Eres tú el que ha de venir? ¿Quién no se ha hecho una pregunta similar? “Jesús, ¿eres tú lo que me dijeron de ti?” La respuesta del Señor es concreta: Los ciego ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la buena noticia. Lo que Jesús hacía entonces era precisamente lo que se esperaba del Mesías. Pero ¿ahora? Después de dos mil años, ¿qué ha ocurrido con el mundo? ¿Qué podemos decir a los que nos preguntan sobre nuestra fe? ¿Acaso los cristianos, con nuestro comportamiento, hemos cambiado la historia de la humanidad? También nosotros interrogamos a Jesús desde nuestra prisión, la prisión de nuestros horizontes muy limitados y quizás de nuestra falta de agudeza para comprender que Cristo sigue actuando. Dichoso el que no se escandalice de mí. En nuestro mundo de estrellas y vedettes sólo resaltan algunos nombres: madre Teresa, don Helder Cámara, Oscar Romero, hermano Roger (Taizé), san Juan XXIII. Pero hay millones de corazones entregados y de manos activas. Millones de ciegos que ven finalmente sus pecados y el amor que Dios les tiene. Millones de pobres a los que sacerdotes, religiosas y laicos, pobres también, anuncian la buena nueva y la realizan. Por medio de los creyentes es como Cristo sigue trabajando al mundo. Lo mismo que a los enviados de Juan, Jesús nos dice a cada uno: ve y cuenta lo que estás viendo. Cuéntalo, pero be aware de que las obras del Reino hacen siempre menos ruido que el dinero y la guerra. En menos palabras: se necesitan ojos atentos para ver todo el amor que se da en nombre de Jesús. Esto significa que estamos ante un Cristo desconocido que no conoceremos hasta el final de los tiempos, ¡entonces comprenderemos que nunca ha dejado nunca de actuar! ¿Cristo es entonces un desconocido? Sí, si nos quedamos en nuestros pensamientos y en nuestras preguntas sobre él. Es cuando salimos de nuestra comodidad y nos ponemos a trabajar cuando finalmente vemos cómo los cojos andan y cómo resucitan los muertos. El cristiano valiente del medio oriente o el brasileño comprometido con su comunidad no se preguntan seguramente si Jesús es precisamente el que se esperaba, simplemente se ponen manos a la obra. Hoy, tú y yo ¿hacemos lo mismo, o nos sentamos a ver cómodamente la vida pasar?[1] • AE



[1] A. Seve, El Evangelio de los Domingos, Edit. Verbo Divino, Estella 1984, p. 34

La Imaculada Concepción de la Santísima Virgen María


Tu eres toda hermosa
oh madre del Señor
Tu eres de Dios gloria
la obra de su amor

Oh rosa sin espinas
oh vaso de elección
de ti nació la vida 
por ti nos vino Dios

Sellada fuente pura 
de gracia y de piedad
Bendita cual ninguna 
sin culpa original

Pureza inmaculada
espejo del Señor
oh fuente de la gracia
unida al redentor

Belleza sin mancilla
encanto virginal
tu eres la alegría
la gloria del mortal

Sellada fuente pura 
de gracia y de piedad
Bendita cual ninguna 
sin culpa original

Oh vara florecida 
del tronco de Jessed
en gracia consebida
oh gloria de Israel

Dichosa cual ningúna
los pueblos te dirán
tu fuiste del Dios vivo
la aurora celestial 

La solidaridad de María, la Virgen Santísima.


G. Cades (1750–1799), Adán y Eva,  
Royal Academy of Arts
...

Donde estás? La pregunta de Dios sorprende a Adán, lo mismo que Eva. Y la respuesta es disparatada. Primero la negación de la evidencia: Adán no quiere reconocer su propia desobediencia y echa la culpa a su compañera. Luego la insolidaridad. Y finalmente, la irresponsabilidad: tampoco Eva reconoce su desobediencia y voltea a ver a la serpiente. Así fue como Adán y Eva, rota la solidaridad, se unieron en la complicidad. Y es que la complicidad acaba cuando ya no resulta ventajosa para los intereses individuales. La solidaridad, en cambio, que no se basa en el egoísmo sino en el amor y servicio al otro, busca siempre el bien común. Pero si Adán y Eva no supieron mantenerse en su sitio, María sí supo y, sobre todo, sí quiso. Ante la invitación para ser la madre de Dios, María supo reconocerse como esclava del Señor, aceptando incondicionalmente la propuesta de Dios. El de María es el acto por el que ella se incorpora plenamente a los planes de Dios, y nos incorpora también a los demás en la persona de Jesús.  En su podemos ver a la mujer libre y responsable, la mujer solidaria con la humanidad entera que no nos ofrece el fruto prohibido, sino el fruto bendito de su vientre, Jesús, el Salvador. La Inmaculada Concepción de María no es un privilegio que la separe y ponga por encima de nosotros, sino más bien una gracia por la que el Señor está con ella; y por ella, con nosotros. Libre por la gracia de Dios, libre de cualquier sombra de complicidad y de pecado, es libre y solidaria para decir a Dios y ser madre de Jesús, para decir a Jesús y ser la madre de todos los hombres. Como dirá Pablo: si por un hombre y una mujer entró la muerte en el mundo, por otro hombre, por otra mujer, entrará en el mundo la vida y la esperanza para todos. Por eso hoy nos unimos al gozo de la Virgen: ella es la bendita de generación en generación. Dios ha querido restaurar por María, en Cristo, una nueva solidaridad entre los hombres, una solidaridad no depende de la carne o de la sangre. Éste es el sentido de la fiesta que celebramos: la solidaridad de María con cada uno de nosotros al dar su consentimiento. Vivimos en medio de una profunda insolidaridad: cada uno vamos a lo nuestro, sin complicarnos la vida con los demás; lavándonos las manos. No olvidemos que el Señor no lo hizo, sino que dio su vida; y así como María no se zafó ante el anuncio del ángel sino que se comprometió por todos; así es como debemos aprender esta nueva forma de solidaridad los cristianos. Sólo así nos veremos libres de la insolidaridad de Adán y Eva, de aquel primer intento de disculparse, echando la culpa a los demás, en vez de asumir con todas sus consecuencias la propia responsabilidad. Hoy podemos preguntarnos si somos cómplices o solidarios. Es fácil serlo en casos extremos, ¿lo somos habitualmente;  los somos solidarios no sólo dando cosas, sino dando comprensión, apoyo, compañía? • AE