¡Oh, clemente; oh, piadosa; oh, dulce Virgen María! (IV Domingo de Adviento)



Cuarto domingo de Adviento y cuarta vela encendida en la Corona ¡Despierta Iglesia del Señor, que llega el Esposo! ¡Aviva tus lámparas y sal a su encuentro! Descubrirás a María de Nazaret, estrella hermosa que anuncia el día, aurora luciente del amanecer de Cristo. Hoy entra María por la puerta grande en las celebraciones de la Iglesia, de la mano de san Lucas, cronista de la Infancia que nos ayuda a acercarnos al Misterio para mostrarnos el retablo viviente de Nazaret: la anunciación de Gabriel, el consentimiento de María, la venida del Espíritu y la concepción virginal del Verbo. Y en medio  el anuncio y el nacimiento de Juan el Bautista, con el himno mesiánico de su padre Zacarías y el hermosísimo encuentro entre María y su prima Isabel, con el asombroso Magnificat. En este ultimo domingo de Adviento tres palabras se cruzan en el corazón humano, la espera, la esperanza y la expectación, esa tensión alegre del espíritu ante un acontecimiento grande e inminente; como la que sintieron el anciano Simeón y la profetisa Ana, antes de tener en sus brazos al Salvador; la que vivieron José y María, buscando un lugar en Belén y la que sienten quienes buscan insistentes al Señor, con el corazón de par en par: ¡Ven, Señor Jesús! La expectación está muy cerca del asombro, que es precisamente lo que indica la exclamación ¡Oh!, y abre el canto gozoso de las antífonas del Oficio de Vísperas de la Liturgia de las Horas en los siete días anteriores a la Navidad: «¡Oh, Sol que naces de lo alto, Resplandor de la luz eterna, Sol de justicia, ven ahora a iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte!» Y por supuesto María de la O, María del asombro, del estupor sagrado y de la contemplación del misterio de Cristo. ¡Oh, clemente; oh, piadosa; oh, dulce Virgen María! • AE

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