El misterio escandaloso (IV Domingo de Adviento)


El diálogo entre el rey David y el profeta Natán es todo un símbolo de lo diferentes que son las promesas de Dios y nuestros deseos. El rey David se siente conmovido, a disgusto por el hecho de que él ya está establecido en la tierra prometida, tiene paz y prosperidad y habita en "casa de cedro". Este es el símbolo de que aquel pueblo que ha caminado tanto, ha encontrado tierra y se ha instalado. El Arca, la presencia de Dios, mantiene su aire andariego y peregrino. Dios permanece en el Arca que atravesó desiertos. Un Dios caminante y un pueblo instalado. He ahí la tensión, la exigencia y el escándalo. El buen deseo de David es contradicho y corregido. Recibe una promesa de continuidad, de triunfo frente a los enemigos, de avance de la estirpe que tiene una misión. Pero la construcción del templo es reservada a otro. Esta narración nos hace pensar forzosamente en nuestros diálogos y en nuestras peticiones con y a Dios. Queremos, conmovidos, instalar a Dios, hacerle un templo estable. Nuestros sentimientos son buenos, pero no se ajustan al misterio tan escandaloso de los planes divinos. El templo será construido, pero también destruido. Y el Cuerpo de Cristo para acompañar a todos los hombres se romperá y se hará simiente de vida con su muerte. Somos contradichos y escandalizados por la realidad de Dios. El Señor quiere seguir siendo peregrino, caminante por la tierra y por la historia. Él nos mueve ¡nos hace movernos! Él nos muestra siempre un más allá a nuestras intenciones tan cortas. Es necesario el silencio el tiempo de reflexión, de oración. El Señor no ha querido instalarse, sino ha elegido ser caminante de nuestro camino • AE


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