¿Y la verdadera alegría?


Francisco de Goya, El entierro de la sardina (1812-1819), óleo sobre tela,
Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, (Madrid)
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Chesterton pone en boca de su personaje más famoso, el Padre Brown, una frase que siempre me ha gustado mucho: “La alegría es el gigantesco secreto del cristiano"[1]. Sí: nuestra fe cristiana es una gran fuente  de alegría. Verdad vieja. Tan vieja como las cartas de S. Ignacio de Antioquia, que incluso cuando ya se sabía trigo de Cristo, se dirigía a sus fieles deseándoles "muchísima alegría”[2]. En el mundo también hay alegría, es cierto; pero una alegría que dura poco. Alegría del tipo que pone al mundo ante las diversiones más estúpidas o menos dignas. La fuente de nuestra perenne alegría debe brotar más hondo: la alegría viene de un fondo de serenidad que hay en el alma. El motivo de nuestra alegría es porque Dios está cerca y porque viene a nosotros como Salvador, como Libertador. Aquí está la raíz de nuestra alegría: en que hemos sido rescatados del poder del pecado e invitados al recibir constantemente la gracia. En que Dios se ha hecho de nuestra carne y de nuestra sangre. En que su madre es nuestra madre y su vida es nuestra vida. En que somos pequeños y miserables, y llenos de defectos, para que en nosotros resplandezca el poder y la misericordia de Dios. Este domingo, el tercero de Adviento al que la Iglesia lo llama Gaudete[3], volvemos a ir la voz del Bautista, de ese hombre cuy vida –áspera y dura- está comprendida humanamente por dos soledades: la soledad del desierto y la soledad de la prisión, pero al mismo tiempo se apoya en momentos de júbilo y de alegría. Dice su madre Isabel: Apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo saltó de gozo el niño en mi seno[4]. Estamos en el corazón del Adviento. El mensaje de la Palabra es optimista. El Señor nos invita a estar alegres. Él quiere cambiar nuestro corazón. Él nos anima a trabajar para transformar nuestra vida y nuestra sociedad. En efecto, el Señor está cerca, el Señor está entre nosotros. No podemos aceptar las cosas tal como son. Debemos ser portadores de la Buena Noticia. Debemos restaurar la dignidad humana • AE



[1] Gilbert Keith Chesterton (1874-1936), más conocido como G. K. Chesterton, fue un escritor y periodista británico de inicios del siglo XX. Cultivó, entre otros géneros, el ensayo, la narración, la biografía, la lírica, el periodismo y el libro de viajes. Se han referido a él como el «príncipe de las paradojas».
[2] Ignacio de Antioquía es uno de los padres de la Iglesia y, más concretamente, uno de los padres apostólicos por su cercanía cronológica con el tiempo de los apóstoles. Es autor de siete cartas que redactó en el transcurso de unas pocas semanas, mientras era conducido desde Siria a Roma para ser ejecutado. El descubrimiento y la identificación de las cartas de Ignacio se produjeron a lo largo de los siglos XVI y XVII, tras un arduo y polémico proceso. La temática «procatólica» de las cartas soliviantó los ánimos de teólogos protestantes como Juan Calvino, que las impugnaron enérgicamente. La polémica entre católicos y protestantes continuó hasta el siglo XIX, en que se alcanzó un consenso sobre cuántas cartas, cuáles y en qué medida fueron escritas realmente por Ignacio. Desde entonces, la opinión mayoritaria, pero no indiscutida, es que Ignacio escribió cartas a las comunidades cristianas de Éfeso, Magnesia del Meandro, Trales, Roma, Filadelfia y Esmirna, además de una carta personal al obispo Policarpo de Esmirna.
[3] En latín Gaudete quiere decir «regocijaos», «alégrense», «estad alegres». Se define así a este día por ser Gaudete la primera palabra que se menciona en la celebración litúrgica, específicamente en el introito. El uso del término deriva de un pasaje de la Epístola a los filipenses.
[4]Lc 1, 44.

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