Esperando su misericordia (Salmo 122)


Mis ojos miran hacia arriba porque, en figura y en descripción humana, Tú estás en los cielos, y los cielos están en lo alto. A lo largo de la rutina del día, llevo de ordinario la vista baja para ver donde piso, o mirando justo enfrente de mí, no para ver a la gente, sino para no chocar con ella. Veo gente y tráfico, edificios y habitaciones, libros y papeles, colores pintados y palabras impresas. Veo mil imágenes en un instante. Al único a quien no veo es a Ti. He abierto los ojos, pero siguen cerrados. Cuando hablo con la gente, caigo en la cuenta de que mis ojos también hablan. Me traicionan. Declaran, sin mi permiso, mis gustos y repugnancias, mi interés o mi aburrimiento, mi placer instantáneo o mi genio enfurecido. Un guiño de los ojos puede decir más que todo un discurso. Una mirada de amor puede encerrar más afecto que todo un poema amoroso. Los ojos hablan en silencio, con ternura, con eficacia. Son mis mejores embajadores. Hoy mis ojos se vuelven hacia ti, Señor. Y eso es oración. Sin palabras, sin peticiones, sin cantos. Sólo mis ojos vueltos al cielo. Tú sabes leer su lengua y entender su mensaje. Mirada tierna de fe y entrega, de confianza y amor. Sólo mirarte a ti. Volver los ojos despacio hacia arriba. Siento que me hace bien. Mis ojos me dicen que les gusta mirar hacia arriba, y yo les dejo seguir su inclinación, y acompaño la dirección de su mirada con los deseos de mi alma. También a mi alma le gusta mirar hacia arriba, Señor • C. G. Vallés, Busco tu rostro. Orar los Salmos, Ed. Sal Terrae, Santander 1989.

Salmo 122

A ti levanto mis ojos, 
a ti que habitas en el cielo.
Como están los ojos de los esclavos
fijos en las manos de sus señores.

Como están los ojos de la esclava 
fijos en las manos de su señora, 
así están nuestros ojos 
en el Señor, Dios nuestro, 
esperando su misericordia.

Misericordia, Señor, misericordia,
que estamos saciados de desprecios;
nuestra alma está saciada
del sarcasmo de los satisfechos,
del desprecio de los orgullosos 

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