Pentecost Sunday (5.31.2020)



Veni Sancte Spiritus

Holy Spirit, Lord of light,
From Thy clear celestial height
Thy pure beaming radiance give.

Come, Thou Father of the poor,
Come with treasures which endure,
Come, Thou Light of all that live.

Thou, of all consolers best,
Thou, the soul’s delightsome Guest,
Dost refreshing peace bestow.

Thou in toil art comfort sweet,
Pleasant coolness in the heat,
Solace in the midst of woe.

Light immortal, Light divine,
Visit Thou these hearts of Thine,
And our inmost being fill.

If Thou take Thy grace away,
Nothing pure in man will stay;
All his good is turned to ill.

Heal our wounds; our strength renew;
On our dryness pour Thy dew;
Wash the stains of guilt away.

Bend the stubborn heart and will;
Melt the frozen, warm the chill;
Guide the steps that go astray.

Thou, on those who evermore
Thee confess and Thee adore,
In Thy sevenfold gifts descend:

Give them comfort when they die,
Give them life with Thee on high;
Give them joys that never end.


Today, the day of Pentecost, the fulfillment of the promise Christ made the Apostles is finally accomplished. The evening of that Easter day He breathed on them and said to them: «Receive the Holy Spirit»[1]. The Holy Spirit's arrival on the Day of Pentecost renews and brings this gift to plenitude in a solemn way and with external manifestations. Thus culminates the paschal mystery. Jesus conveys the Spirit into the disciples to create a new human condition while producing unity. When man's arrogance made him think he could defy God by building the Babel tower, God mixed their languages so they could not understand each other anymore. With the Pentecost it just happens the contrary: on the grace of the Holy Spirit, people from the most varied origins and languages can understand the Apostles. The Holy Spirit is the intimate and personal Master who guides the disciple towards the truth, who motivates him to do good, who consoles him in the pain, who transforms him intimately, while giving him a new strength and capacity. The first day of the Pentecost of the Christian era, the Apostles were gathered around the Virgin Mary, while praying. The recollection, and the praying attitude, are necessary to receive the Spirit. «And suddenly there came from the sky a noise like a strong driving wind, and it filled the entire house in which they were. Then there appeared to them tongues as of fire, which parted and came to rest on each one of them»[2]. They remained full of the Holy Spirit and, bravely, they started to preach. Those fearful men had been transformed into courageous preachers unafraid of torture or martyrdom. Which should not surprise us, for the Holy Spirit’s strength dwelt within them! The Holy Spirit, the Third Person of the Blessed Trinity, is my soul's soul, the life of my life, the entity of my entity; it is my sanctifier, the guest in my deepest interior. To reach maturity in a life of faith our relation with Him must be, time and again, more conscientious, more personal. In this celebration of the Pentecost we must have the doors, deep down us, wide open • AE


Veni Creator

Ven, Espíritu Creador,
visita las almas de tus fieles
llena con tu divina gracia,
los corazones que creaste.

Tú, a quien llamamos Paráclito,
don de Dios Altísimo,
fuente viva, fuego,
caridad y espiritual unción.

Tú derramas sobre nosotros los siete dones;
Tú, dedo de la diestra del Padre;
Tú, fiel promesa del Padre;
que inspiras nuestras palabras.

Ilumina nuestros sentidos;
infunde tu amor en nuestros corazones;
y, con tu perpetuo auxilio,
fortalece la debilidad de nuestro cuerpo.

Aleja de nosotros al enemigo,
danos pronto la paz,
sé nuestro director y nuestro guía,
para que evitemos todo mal.

Por ti conozcamos al Padre,
al Hijo revélanos también;
Creamos en ti, su Espíritu,
por los siglos de los siglos

Gloria a Dios Padre,
y al Hijo que resucitó,
y al Espíritu Consolador,
por los siglos de los siglos. Amén.


Cómo debía ser el inicio de todo? El inicio del universo, de las estrellas, de las constelaciones, de las incontables galaxias que parecen no tener límite, y nuestro planeta, la tierra, que nace como un magma incandescente que puede adoptar todas las formas ¿Cómo debía ser el inicio? La primera página de la Escritura tiene las palabras perfectas: "La tierra era un caos informe; sobre la faz del abismo, la tiniebla. Y el aliento de Dios se cernía sobre la faz de las aguas"[1]. De aquí proviene todo, también nosotros: de ese aliento de Dios que se cernía sobre la nada; de la fuerza de Dios, que es origen de todo. Desde el inicio, el Espíritu de Dios ha fecundado el universo y ha hecho nacer la vida. Ha empujado el largo camino que va desde la nada a nuestra historia humana. Él, el Espíritu, es la presencia viva de Dios conduciendo toda la realidad: la naturaleza, las plantas y los animales, y al final de todo, los hombres y mujeres de esta tierra, que tenemos en nuestras manos todas las posibilidades para que avance este gran tesoro de vida que nos ha sido confiado. Hoy llegan a su término los cincuenta días en honor de Jesucristo resucitado, los cincuenta días de la alegría por la vida nueva de nuestro Señor crucificado. Y este final de la Pascua, este último día, es el día del Espíritu. El Espíritu de Dios que se cernía sobre la nada y hacía nacer la vida ese mismo lo celebramos hoy en su plenitud. Porque de la nada de aquel inicio, de aquella primera vida débil que nació, de aquella primera pareja de hombre y mujer que inauguraron también débilmente nuestra historia, ahora ha surgido algo incomparablemente grande, algo definitivamente grande. En medio de esta historia del mundo y de los hombres, como culminación de todo, ha aparecido un hombre que ha vivido de la manera que sólo Dios puede vivir: haciendo que la vida entera sea toda ella amor, vaciándose totalmente de sí mismo por amor. Eso sólo es capaz de hacerlo Dios, y lo hizo con la fuerza del Espíritu de Dios. Y Jesús, este hombre que ha aparecido en medio de nuestra historia, ha vivido de esta manera única, y nosotros le reconocemos como Hijo de Dios, plenamente lleno del Espíritu de Dios. Y celebramos que de su vida entregada por amor haya surgido vida por siempre, vida definitiva. Eso es la Pascua, ésta ha sido nuestra celebración de estos cincuenta días. Y hoy, en este último día, en este día en que culminamos nuestra fiesta, celebramos de una manera especial que toda esta obra del Espíritu continúa. Continúa en nosotros. El Espíritu que dio origen al mundo y a la historia humana, el Espíritu que transformó esta historia con Jesucristo muerto y resucitado, está en nosotros, nos es dado a cada uno de nosotros. Lo hemos escuchado en la primera lectura. Aquellos apóstoles de Jesús, expectantes y un tanto atemorizados después de la resurrección de su maestro, reciben una fuerza que nada puede detener, una fuerza que los transforma. Y salen a la calle, y son capaces de entrar en contacto con todo el mundo. Son capaces de librarse de toda barrera de raza o cultura, para hacer llegar la llamada nueva y renovadora que viene de Jesús, la llamada del Evangelio, la esperanza y el amor del Evangelio. Lo hemos escuchado también, luego, en la segunda lectura. Todos somos muy diferentes, tenemos maneras de hacer, cualidades, criterios, diferentes. Pero tenemos el mismo Espíritu, y somos llamados a hacer fructificar este Espíritu para que la obra de Jesús continúe. Y en el evangelio, escuchamos todas estas cosas de labios del mismo Jesús. El, resucitado, daba la paz a los apóstoles, y les enviaba, y ponía en su interior el Espíritu que les hacía capaces de ser verdaderos discípulos, continuadores del camino que él había iniciado. Invoquemos con todo el corazón que el Espíritu venga a nosotros, y nos llene de sus dones, para que vivamos siempre la vida nueva del Señor resucitado • AE
 

[1] Jn 20:22.
[2] Acts 2:2-3
[3] Gn 1, 2.

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