Thursday of the Fourth Week of Lent (3.26.2020)



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El Greco, La Verónica con la Santa Faz (1584), óleo sobre tela, 
Museo de Santa Cruz (Toledo). 

In today´s gospel the Lord reproaches those who listen to him three impediments they have, to accept him as the Son of God's Messiah: the lack of love of God; the lack of honest intentions —they only seek the human glory— and, their having their own interests at heart when interpreting the Scriptures. Pope Francis wrote: «You can get to the contemplation of Christ's face only by listening, in the Spirit, to the Father's voice, for no one knows the Son except the Father[1]. It is, therefore, needed the revelation from the Almighty. But, to receive it, it is indispensable to place oneself in a listening attitude». This is why we have to bear in mind that, to declare Jesus Christ as the true Son of God, the proposed external evidence is not enough; will's rectitude is very important, that is, a good moral disposition. In this season of Lent by increasing the deeds of penance that facilitate our interior renovation, we shall improve our disposition to contemplate Christ's true face. Saint Josemaría Escrivá used to say: «That Christ you see, is not Jesus. —It will be, in any case, the sad image your blurred eyes may form... —Purify yourself. Clarify your look with humility and penance. Afterwards... you won't be lacking the clear lights of Love. And you will have a perfect vision. Your image will really be: Him! » Lord, help us to see you face! • AE

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M. Chagall, Moisés y el pueblo de Israel (1966), litografía a color. 
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El diálogo entre Dios y Moisés en la primera lectura de hoy es entrañable. Después de que el pueblo se hizo un becerro de oro y le adora como si fuera su dios, Moisés escucha aquellas duras palabras de Dios: «Se ha pervertido tu pueblo, el que tú sacaste de Egipto... Este pueblo es de dura cerviz: déjame que mi ira se encienda contra él». Pero Moisés defiende a su pueblo: «¿Por qué se va a encender tu ira contra tu pueblo, que tú sacaste de Egipto»? No es el pueblo de Moisés, sino el de Dios. Ése va a ser el primer argumento para tranquilizar a Dios. Además le recuerda la amistad de los grandes patriarcas para que perdone ahora a sus descendientes. El buen Moisés echa mano de todo lo que puede, y asi es que utiliza otra razón: ¡se van a reír los egipcios si ahora el pueblo perece en el desierto! Pareciera que el autor del libro Éxodo atribuyera a Moisés un corazón más bondadoso y perdonador que el de Dios... El relato concluye de manera maravillosa: «Y el Señor se arrepintió de la amenaza que había pronunciado contra su pueblo». Este texto de liturgia de hoy nos interpela en una dirección interesante: ¿Se podria decir que tenemos el mismo corazón bondadoso de Moisés y que defendemos al pueblo de Dios, a la Iglesia, a nuestra comunidad, a nuestra familia? ¿Intercedemos con gusto en nuestra oración por nuestra generación, por pecadora que nos parezca? Recordemos aquella postura de Moisés: mientras rezaba a Dios con los brazos en alto, su pueblo llevaba las de ganar en sus batallas • AE


[1] cf. Mt 11:27.

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