Solemnity of the Annunciation of the Lord (2020)

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Readings of the day:

What a beautiful celebration in the midst of the holy season of Lent! With the angel Gabriel's announcement and Mary's acceptance of the explicit divine will of incarnating in her womb, God assumes the human condition and nature —«in everything equal to us, except for sin»— to exalt and elevate us as his sons and have us, thus, as partakers of his divine nature. Let us meditate on this idea over and over during the day. The mystery of faith is so great that Mary, with this announcement, remains appalled. Gabriel tells her: «Do not fear, Mary»[1]: the Most High has looked kindly upon you and has chosen you to be the Mother of the Savior of the world. The divine initiatives break the weak human reasoning. «Do not fear, Mary!». Words we shall often read in the Gospels; the same Lord will repeat them to the Apostles when they closely feel the supernatural force and when they show their fear or fright before the extraordinary works of God. It is a good time to ask ourselves for the reasons of our fear, and in a moment of meditation let us remember that God «chose the weak things of the world to shame the strong»[2]. The Lord looks at Mary, sees the smallness of his servant and works the history's greatest marvel on her: the Incarnation of the eternal Verb as Head of a renewed Humanity. How good Bernanos' words to the main character of The Joy can also be applied to the Virgin Mary: «An exquisite feeling of her own weakness comforted and soothed her wonderfully, because it was as an ineffable sign of God's presence in her; the same God shone in her heart» • AE

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Cómo era María? ¿Cómo era el arcángel Gabriel? ¿Cómo fue aquella aurora resplandeciente para los hombres? ¿Cómo vino el sol tan callandito y se hizo de día sin que los hombres lo supieran? ¿Cómo fue Gabriel? Es verdad que en los pintores del Renacimiento, como Pennacchi, vemos a María reclinada sobre silla de oro, vestida de seda y de brocado, en estancia lujosa a cuyo fondo se desvanece una perspectiva urbana de pináculo y perros fugitivos. Gabriel, en estos cuadros, despliega la gloria de sus alas, llenando la estancia mientras están frescas las azucenas del búcaro, que son el símbolo de la pureza de María y el recuerdo cristiano de este momento. Gabriel abre su mensaje, sobre la filacteria, donde caracteres aún góticos dejan ante nuestros ojos las palabras mágicas: "Ave María, gratia plena...". Pero ¿fue así de veras? Lástima que la ley mosaica prohibiese pintar y esculpir imágenes, lo que ha hecho imposible la existencia de una iconografía contemporánea de nuestra Madre. ¡Si ni siquiera tenemos el rostro de María! En las catacumbas de Priscila, de principios del siglo II, está la más antigua imagen de María. Pero en tal estado que apenas si se advierte la figura de María sentada, con el Niño en brazos, morena la piel, las líneas suaves y las cejas pobladas. En las mismas catacumbas está también la primitiva representación de la Encarnación. Y censurada por San Juan Crisóstomo, a quien no gustaba que el ángel fuese sustituido por un joven, porque tal restaba sobrenaturalidad a la escena. Un curioso libro del padre Interiam de Ayala, publicado en 1730, señala otros errores, como el herético de Valentino, en el que un cuerpecillo baja al seno de María en el raudal de luz celeste, y critica los fondos de palacios suntuosos, las vestiduras sacerdotales o la avanzada edad del ángel, así como la falta de equilibrio religioso o de dignidades en la escena. En todo tiempo, y sobre todo durante el gótico y el románico, la Anunciación es el tema más querido de los artistas. Desde las grutas de Brudisi, del siglo XII, hasta hoy. Llenando el cántaro en la fuente, como en el díptico de Bugatti, o con anteojos y rezando el rosario, que pone a la Señora un pintor andaluz. En las planas y devotas pinturas del Giotto y Fra Angélico, de fray Lippi, de Cosa, de Ferrer Bassa, de Van Eyck... Pero... ¿cómo fue María? ¿Cómo fue Gabriel? Bien sabemos que no había reclinatorios de oro, sino esterillas para el suelo, el suelo de tierra apisonada, endurecida, si acaso con algunas losas de piedra. Bien sabemos que no había estancias lujosas, sino una habitación interna, sin luz, o acaso el patio interior de la casa de María, con un brocal para el pozo, una parra para el sol y un banco de piedra para el cansancio. Bien sabemos que no había perspectiva de pináculos y torres, ni senderos floridos de setos, sino, en todo caso, la sencilla visión de una callecita aldeana, con gallinas picoteando al sol, balidos lejanos, niños jugando en la tierra, el paso alegre de unas muchachas o el cansino y lento caminar de unos bueyes camino de la fuente comunal. Lo que sí sabemos es que María tenía su corazón lleno de la esperanza del Mesías. Había decidido dar a Dios su virginidad total. María se sabe de Dios, pero ¿qué es lo que habrá de exigirla? ¿Cuál será su voluntad? Ni aun María, criatura del Padre desde su concepción sin pecado, es capaz de imaginar los planes de Dios.  María, absorta, tiene ya su corazón en calma. Sabe que es Dios mismo quien habla por boca del ángel, y que sus palabras están anunciando su destino, están diciéndole lo que se espera de Ella. Este es el momento, el gran momento por el que han suspirado los siglos. Las profecías ya tienen sentido y las Palabras empiezan a encajar en sus sitios como ladrillos de un muro. La esperanza misma tiene nombre. Se llama Jesús y viene por los caminos de María, doncella de Nazareth. Fuera de esta estancia, ya comprendéis, todo sigue igual. Las gallinas siguen picoteando al sol, jugando los niños en los charquitos de la calle, lejanos los hombres negados al misterio, encerrados, bobos ellos, en su prisa, su olvido, su risa y su ignorancia. No ha pasado nada fuera de esta estancia. No ha habido lluvia de estrellas, ni se ha incendiado una zarza, ni el sol ha girado en sí mismo, ni se ha eclipsado la luz. Los hombres, bobos ellos, no saben que la Luz ha venido a este mundo. Que la Luz está ya en este mundo, aunque este mundo no la conocerá sino demasiado tarde para advertirla en sí misma. Y entonces María dice su palabra. Para los tiempos de los tiempos, esta será "la palabra" de María. Esta será la palabra que simbolice la aceptación gozosa de la voluntad de Dios: "Hágase." Es el "sí" de la Señora, el "sí" que el mundo espera anhelosamente en medio de su desconocimiento. A la gozosa hora del mediodía, cuando huele a pan caliente y horneado, cuando los niños gritan a la salida de los colegios; cuando los bronces de los relojes dan la letanía de las horas; cuando el sol está más arriba, millones de hombres, a lo largo de los siglos, van a repetir en la emocionante plegaria del Angelus las palabras de María. En aquel momento, María, con su "hágase", se abre como camino para que las cosas tengan sentido. Para que el hombre pueda reconciliarse con la herencia perdida y la historia se parta en dos. "Hágase". La misteriosa palabra de María en la Anunciación • AE


[1] Lk 1:30.
[2] 1Cor 1:27. 

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