El publicano y el fariseo (XXX Domingo del Tiempo Ordinario)



Gracias te doy, Señor; por que soy justo
porque pienso lo justo, justamente,
sin apartarme un ápice de mi cierto criterio,
sin dejar de ordenar el día de mañana
como ha de ser, porque Tú has mirado
esta virtud tan exacta que sólo Tu grandeza
no confundirá con ese otro que, allí apartado,
ensucia el aire con su pensamiento
nacido en la injusticia, nutrido en la injusticia
de no acatar la letra de tu autoridad divina.
 ...
A alzar no me atrevo al cielo mi mirada,
porque tengo conciencia que mis párpados pesan
de oscuridad y ansia de verte,
como he de hallarte, si eres Tú justicia
y no he encontrado en mí caridad suficiente
para que yo merezca tu misericordia.
Sólo sé que Tú eres cierto y yo la incertidumbre;
sólo Tú el justo, yo la humana injusticia
que atiende a la apariencia, junto a ella se queda,
conjeturando siempre ajenas intenciones.
Sólo Tú, el eterno, y yo el hombre-tiempo,
espejo en el mundo y soledad íntima
que si no la colmas con un fragmento tuyo,
ni tiempo es, nonada, lo que ellos quieran
aunque me sostenga ese albedrío concedido por Ti,
fuerte de tu poder, débil en mi ejercicio.
Haz valer tu caridad por sobre mi injusticia
y al borrarme el pecado, reabriré mis ojos
para conocerte a Ti y a mi fiel hermano,
ése que, a distancia, también te está orando • 

Roque Esteban Escarpa.

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