Solemnidad de Asunción de la Santísima Virgen María (2018)



A la mitad del mes de agosto estalla la alegría en la liturgia de la Iglesia. La alegría de la Pascua, la alegría por la resurrección de Jesús, se renueva ahora al celebrar la Asunción de la Virgen María. Ella, la madre de Jesús, sube al cielo en cuerpo y alma y para siempre. Ella es la confirmación definitiva de que nuestra esperanza tiene sentido. De que esta vida, aunque nos parezca que está enferma de muerte, está en realidad ¡llena de vida! De la vida de Jesús Resucitado que se manifiesta en primer lugar, en su madre María Santísima. El Magníficat, ese texto lleno de alegría hoy se proclama en el Evangelio, es un cántico de alabanza, de acción de gracias, pero también una advertencia: en él, María, llena de confianza, anuncia que Dios se ha puesto a favor de los pobres y desheredados de este mundo, que la presencia de Dios cambia totalmente el orden del mundo: derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes. No es esto a lo que estamos acostumbrados. Tampoco era lo común en tiempos de María. La vida de Dios es para todos, pero los humildes y los que nada esperan serán los primeros en comprender que la salvación viene de Dios y así es que están abiertos a acogerla. Aquellos que que se sienten seguros con lo que tienen, esos quizá lo pierdan todo. María supo confiar y estar abierta a la promesa de Dios, confiando y creyendo más allá de toda esperanza. Hoy la Virgen anima nuestra esperanza a transformar este mundo, a hacerlo más habitable, más fraterno; un sitio donde todos tengamos un puesto en la mesa que nos ha preparado Dios. Hoy la Virgen nos anima a la alabanza y acción de gracias, a mirar a la realidad con gratitud, con ojos nuevos, y a descubrir la presencia de Dios a nuestro alrededor. En menos palabras: a que cantemos junto con ella las grandezas del Señor • AE

No hay comentarios:

Publicar un comentario