Carne y Sangre: comida y bebida (XX Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo B)



Quizá hemos ido olvidando poco a poco, con el paso de los años, los usos, las costumbres, la cotidianidad, que cuando nos reunimos para la celebrar la eucaristía lo principal, lo importante es sumergirnos (sic) en Jesús, en sus palabras, en su ejemplo de vida, en cómo reacciona a lo que se le presenta. En la Eucaristía encontramos el pan y del vino, que expresan para nuestra fe la realidad de su Cuerpo y de su Sangre. Pero no podemos quedarnos en los signos ni tan sólo en la realidad que expresan, si todo ello no lo referimos a la misma persona del Señor vivo y resucitado. La eucaristía no es el memorial de un predicador, o de un fundador de una religión, o de un hombre que hacía milagros. Ni tan sólo el de un hijo de Dios que se hubiese paseado por el mundo. La Eucaristía es el memorial del Hombre Dios que murió de manera violenta. Por eso hablamos de su carne colgada en una cruz (1), por eso hablamos de la sangre derramada hasta el fin (2). Y al mismo tiempo la Eucaristía es también un acto de fe en la resurrección, en la de Jesús y en la propia. Es lo que hemos leído en el evangelio de hoy: hay una carne y una sangre que son comida y bebida que dan vida, por eso utilizamos estos signos sencillos que expresan comunicación de vida: el pan que alimenta y el vino que alegra (3). Comulgamos en la vida del Señor, en una vida que creemos es una realidad, una fuerza. Creemos que él es la Vida, la Fuerza, el Camino ¿Realmente lo creemos? La Misa también es lucha y entrega: pedimos perdón en el acto penitencial, levantamos el corazón al inicio de la plegaria eucarística, recibimos en la Comunión y sobre todo -la parte difícil- estamos invitados a vivirlo en el día a día, en el camino cotidiano. Que el Espíritu de Dios nos ilumine esta mañana de verano y nos ayude a recordar lo esencial, lo importante; que su fuego encienda en nuestras mentes el deseo de no olvidar el precio de nuestra redención: la muerte del Señor en la cruz • AE


[1] Cfr Hech 5, 30.
[2] Cfr Mt 26, 28.
[3] Jn 6,51-59.

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