Nuestro Dios siempre sorprendente y siempre inesperado (Domingo de Pascua 2018)



La Resurrección no es un mito para cantar romanticonamente el eterno ciclo de la naturaleza que va del invierno a otro invierno pasando por la primavera y el otoño. Tampoco es una fabula nacida de la credulidad y de la frustración de unos pescadores que no entendían nada de nada, ni es un hecho histórico hundido en el pasado. La Resurrección de Jesús es un acontecimiento que sucedió una sola vez: aquel que murió bajo el poder de Poncio Pilato –él y no otro- es el Señor resucitado de entre los muertos. Jesús vive ya para siempre y no vuelve a morir. La resurrección ciertamente no es un hecho documentado históricamente ni tan siquiera documentable: la tumba vacía de la que nos hablan los evangelistas[1] no es una prueba histórica irrefutable, los incrédulos pueden hallar otras hipótesis más razonables y plausibles. La resurrección no se puede someter a la investigación histórica como las campañas de Julio César o el incendio de Roma. Pero aun cuando no puede ser registrado por una cámara fotográfica, es un acontecimiento real y verdadero para nosotros los creyentes y para aquellos que se dejan sorprender por las maravillas de Dios. [¡Atención!] no estamos diciendo que la resurrección –como afirman muchos autores- sucedió solamente en el interior de un grupo de discípulos, como un acontecimiento puramente subjetivo. No. La resurrección fue justamente lo que hizo posible la fe de aquellos hombres y mujeres y hoy la fe en cada uno de nosotros. En otras palabras: la Resurrección es acción de Dios en Jesucristo que sale al encuentro de la incredulidad y pobreza de sus discípulos: nosotros esperábamos...[2], Si no veo en sus manos la señal de los clavos no creeré[3]. Así,  aunque el relato de las apariciones exprese ya la fe de la comunidad cristiana, esa fe se presenta como una fe fundada en la Resurrección y aunque hay contradicciones y oscuridades en estos relatos (¡Así de maravillosa es la Palabra de Dios!) una cosa resulta clara como el agua: Jesús vive, y vivo y se presenta a sus discípulos. La Resurrección es pues un hecho improbable desde cualquier punto de vista meramente humano, pues está en contra de lo que parece absolutamente cierto, que la muerte acaba con la vida, pero he aquí que cuando las posibilidades humanas se han agotado y todo parece estar oscuro y sin sentido, aparece Dios, siempre sorprendentemente. Y es que si solamente sucediera lo que es siempre es posible, no habría salvación, pero ahora es distinto: ¡Ha sucedido lo imposible! ¡La muerte ha sido vencida! Jesús vive eternamente y  esta novedad supera todas las revoluciones anteriores, y actúa en el mundo para recrearlo desde un nuevo principio. El Apocalipsis pone en boca de aquel que está sentado en el trono una de las frases más esperanzadoras y entrañables de toda la Escritura: Mira que hago un mundo nuevo[4]. Jesús, a quien celebramos hoy en su resurrección, pone delante de nosotros eso: la posibilidad de un mundo nuevo y la esperanza invencible de que la muerte no tiene la última palabra, en realidad la tiene Él, y esto nunca nadie ni nada lo podrá cambiar • AE


[1] Mt 28, 1; Mc 16, 1-4; Lc 24, 1-3, Jn 20,1.
[2] Cfr Lc 24, 13-35.
[3] Cfr. Jn 20, 26-29.
[4] 5, 1.

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