Jesús y la Samaritana (III Domingo de Cuaresma. Ciclo A)



No es un mal lugar,
aunque sea a las afueras,
éste del pozo de Jacob,
para acercarnos a cualquier hora
con el cántaro de nuestras dispersiones y carencias
sobre la cintura o la cabeza.

Quizá tú, Señor,
que te has detenido, cansado,
ante su brocal y sombra,
no te detengas ante nuestras resistencias,
pues lo tuyo es derribar barreras
y abrir a la esperanza puertas.

Quizá tu palabra,
tan sorpresiva, cercana y clara,
y nuestra ingenuidad,
que entra en diálogo por necesidad,
hagan emerger nuestro ser más honda,
relativizando tantas vanas ocurrencias.

Quizá tus vivos ojos
y tu presencia dándonos acogida
hagan que expresemos insatisfacciones,
prejuicios y resistencias,
recelos y carencias, hasta que emerja
el escondido anhelo de vida.

Porque deseo, Señor,
tenemos a manos llenas,
aunque el corazón esté herido
y las entrañas pisoteadas y yermas
con tanta lágrima amarga
derramada cada día.

Nos hemos ilusionado
hasta en seis ocasiones con decisión
buscando abrazos y amores,
mas se nos ve que llevamos a cuestas
una vida rota y sin horizonte,
llena de fracasos y sinsabores.

Ya no entendemos tu mensaje
ni lo que nos mueve cada día
a buscar el agua tan necesaria,
por eso andamos perdidas,
aún en nuestra tierra,
y preguntamos como personas torpes.

Pero poco a poco
tú nos cautivas y enamoras
y te ganas nuestro herido corazón;
y nosotras anhelamos, como nunca,
el agua viva
que bota de tu rostro y voz.

Nos sentimos amadas,
reconocidas y con una sed distinta;
corremos hacia la aldea
y anunciamos tu presencia
que cura, alegra y da vida
sólo con ser acogida unos días •

Florentino Ulibarri

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