El linaje y la Misericordia (en la Solemnidad de San José. 2018)



Para explicar el nacimiento del Mesías, san Mateo inserta una interesante genealogía al inicio de su evangelio, y lo hace quizá indicar que Jesús es el Hombre entre los hombres y que es solidario con ellos,  que en el árbol genealógico del Mesías hay de todo: un idólatra convertido (Abrahán) y todo tipo de clases sociales: patriarcas, esclavos en Egipto, un pastor que se convierte en rey (David) y un sencillo carpintero, José, a quien Dios encarga la tarea de cuidar a su criatura más perfecta –María- y a su propio hijo Jesús. En esa misma genealogía, aparte de María su madre, Mateo habla de cuatro mujeres que resultan especialmente escandalosas: Tamar, de quien sabemos se prostituyó[1], Rut, que era extranjera, Rahab extranjera y también prostituta[2], y Betsabé, la mujer de de Urías, de la que conocemos bien la historia[3]. Dicho de otra forma: en el linaje del Señor no hay pureza de sangre; él forma parte de una humanidad que no es así muy como para presumir. Dios pone todo tipo de personas alrededor de Jesús, y pone a José, como el que lo ha de cuidar. Engendrar, en el lenguaje bíblico, significa transmitir no sólo el propio ser, sino también la propia manera de ser y de comportarse. El hijo es imagen de su padre. Por eso, la genealogía se interrumpe bruscamente al final. José no es padre natural de Jesús, sino solamente legal. Es decir, a Jesús pertenece a toda la tradición anterior, pero él no es imagen de José; no está condicionado por una herencia histórica o genética, su único Padre será Dios, y su ser y sus obras reflejarán los de Dios mismo, pero José forma parte de esta descendencia de David, de esta casa de Dios. Es –junto con María- el último eslabón de la cadena, la que conecta con el Salvador que el pueblo esperaba. Así es que nada de templos espléndidos, ni de sabios y prudentes: los primeros misterios de la salvación fueron confiados a personas sencillas, como José. La historia ha seguido su curso, y el misterio de la salvación fue confiado por Jesús a la Iglesia, a esta sociedad de hombres y mujeres, de la cual formamos parte, nosotros que tampoco somos especialmente ejemplares. El camino de la Iglesia –y el de todos los que en ella estamos- tendría que ser un camino de fe, de confianza, como el de José. Es verdad que Dios nos lleva por caminos desconocidos e inesperados que con frecuencia nos desconciertan sin embargo es Él quien conduce la historia de la salvación y quine le da sentido a todo, aunque a ratos el panorama parezca demasiado obscuro • AE


[1] Cfr. Gen 38,2-26
[2] Cfr. Jos 2,1
[3] Cfr. 2 Sm 11,4.

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